A favor, en contra y más allá: las posiciones de los profesionales sanitarios sobre la Asistencia Médica para Morir en España, es un excelente trabajo de investigación (de Iris Parra, Rosana Triviño y Maite Cruz) recién publicado, sobre los conflictos éticos de profesionales de medicina y enfermería.
En las 25 entrevistas realizadas no existe un acuerdo sobre la eutanasia entre los profesionales, sino más bien una coexistencia de perspectivas morales plurales.
Se identificaron 4 enfoques de la muerte asistida: Apoyo total, Apoyo condicionado, Rechazo condicionado y Rechazo total. Para unos, la eutanasia es un derecho ciudadano y, por lo tanto, una responsabilidad de los profesionales de la salud. Para otros, por razones religiosas o deontológicas, la eutanasia es un límite que no debe cruzarse (para ellos no es lo mismo permitir la muerte, que provocar la muerte). Lo más interesante es que entre las posiciones tradicionales a favor y en contra, existe una zona gris de profesionales ambivalentes, cuyos discursos pueden superponerse, con prácticas similares, cuya participación no se puede predecir de antemano. Participarían caso por caso, según el contexto y las circunstancias, o excepcionalmente, sin administrar la medicación letal.
¡A estos son a los que hay que apoyar! Reconocer el trabajo de los pioneros y respaldar a los que dudan. No es una cuestión banal, estamos hablando de consolidar un derecho humano. ¡Enhorabuena a las autoras!
En las 25 entrevistas realizadas no existe un acuerdo sobre la eutanasia entre los profesionales, sino más bien una coexistencia de perspectivas morales plurales.
Se identificaron 4 enfoques de la muerte asistida: Apoyo total, Apoyo condicionado, Rechazo condicionado y Rechazo total. Para unos, la eutanasia es un derecho ciudadano y, por lo tanto, una responsabilidad de los profesionales de la salud. Para otros, por razones religiosas o deontológicas, la eutanasia es un límite que no debe cruzarse (para ellos no es lo mismo permitir la muerte, que provocar la muerte). Lo más interesante es que entre las posiciones tradicionales a favor y en contra, existe una zona gris de profesionales ambivalentes, cuyos discursos pueden superponerse, con prácticas similares, cuya participación no se puede predecir de antemano. Participarían caso por caso, según el contexto y las circunstancias, o excepcionalmente, sin administrar la medicación letal.
¡A estos son a los que hay que apoyar! Reconocer el trabajo de los pioneros y respaldar a los que dudan. No es una cuestión banal, estamos hablando de consolidar un derecho humano. ¡Enhorabuena a las autoras!
Existe consenso sobre el deber de los profesionales de acompañar a sus pacientes al final de sus vidas, pero los 4 perfiles se identificaron a partir de 4 ideas centrales: Cuidados al final de la vida, religión, deber profesional/deontología y autonomía del paciente. Estas ideas pueden cruzarse, con posiciones multicausales y complejas. Las divergencias se explican por las diferentes fuentes de autoridad moral utilizadas en su razonamiento, que conllevan diferentes comprensiones y definiciones de estos términos, fundamentalmente la responsabilidad profesional y la autonomía del paciente. Pero también influyen factores contextuales que condicionan la implicación del profesional, como el estigma, la sobrecarga de trabajo, la falta de apoyo institucional y el miedo al posible impacto psicológico, entre otros.
Cuidados al final de la vida.
La muerte sigue siendo un tabú, un fracaso consecuencia del mito de una medicina que salva vidas. Falta formación y reflexión sobre la asistencia al final de la vida. La muerte se evita y muchos profesionales no se sienten concernidos por ella. A la vez, acompañar al final de la vida es una experiencia potente y muy gratificante para los que la realizan, en la que se siente una intimidad y un compromiso únicos.
Algunos, aunque hablan de la necesidad de aceptar la fragilidad y vulnerabilidad de la vida humana, así como de hacer las paces con la enfermedad y la muerte, rechazan adelantarla, pero dejan una puerta abierta para casos excepcionales (pacientes en una fase muy avanzada de su enfermedad y un gran sufrimiento).
Las divergencias sobre cuidados al final de la vida y eutanasia deben entenderse como una gradación de la escala, más que como compartimentos discernibles puros. Por ejemplo, en ocasiones se debe a un factor temporal (es más fácil cuando le queda poca vida), o de edad (más difícil cuanto más jóvenes).
Todos reconocen la complejidad de la prestación de ayuda para morir y solo dos contraponen los cuidados paliativos a la eutanasia.
Religión.
Es la razón genuina para estar en contra de la eutanasia: la vida es un don sagrado, otorgado por Dios, que da y quita la vida según su voluntad, sin interferencia de los seres humanos. Sin embargo, hubo una pluralidad de enfoques de conciliación entre eutanasia y creencias religiosas, que muestran una concepción mucho más compleja y rica de esta idea central.
Deber profesional y deontología.
Hubo consenso en que existe una contradicción entre el código deontológico y la ley de eutanasia. Los que entienden la eutanasia como una forma de acompañar, aliviar el sufrimiento y ayudar a morir, no consideran el código deontológico como fuente primaria de autoridad moral. Priorizan sus valores profesionales y su propio razonamiento moral juega un papel crucial en cada caso que se les presenta.
Autonomía del paciente.
Existe consenso sobre la importancia de reconocer y respetar la autonomía de los pacientes, pero no sobre la obligación de actuar según su voluntad. Algunos cuestionan la capacidad cognitiva de los pacientes para comprender y elegir lo que es mejor para ellos mismos, o infravaloran su experiencia y sus preferencias. Otros señalan que la petición es sólo el último paso de un proceso difícil y no un capricho. Decisiones que suelen razonarse y madurarse mucho antes de llegar al médico, unos deseos que se sostienen en el tiempo y se transmiten de forma clara y abierta tras haber sopesado las alternativas. Una vez verificados los requisitos de la ley, no se trata de juzgar qué haría el profesional en la misma situación o qué considera mejor, sino qué desea el paciente, como dueño de su vida.
Para algunos, la autonomía del paciente no puede ser una imposición y enmarcan el conflicto ético en términos de oposición de derechos individuales: el derecho del paciente a acceder a la eutanasia, y el derecho del profesional a no proporcionarla, apelando a la objeción de conciencia.
Frente a la perspectiva liberal de la autonomía, el feminismo habla de autonomía relacional. Cuando se enfrenta a un dilema moral, el yo relacional da importancia al contexto, al particularismo y a las responsabilidades hacia el otro, en lugar de enmarcar el conflicto en términos de derechos en competencia basados en principios universales. Desde esta perspectiva, los valores relacionales, como la compasión, la empatía y la capacidad de respuesta, deben considerarse en el proceso de toma de decisiones.
Estas 4 ideas centrales que subyacen a estos 4 perfiles están en línea con los resultados de otras investigaciones cualitativas. Ninguna idea por sí sola explica las posiciones de los profesionales sanitarios, cuyos puntos de vista resultan de interacciones complejas entre estas nociones. Por ejemplo, la religión es relevante para pocos profesionales, pero existe una intersección entre razones religiosas y deontológicas, que incluye a más personas. La noción de compromiso con el paciente, puede justificarse en términos de respeto a su autonomía, la importancia de una relación duradera, pero también del deber profesional ante la inexistencia de otras opciones de cuidados al final de la vida, y de valores religiosos que asumen la obligación deontológica de no abandonar al paciente.
Estas ideas se entrecruzan, las posiciones sobre la eutanasia son multicausales y complejas. Es clave trabajar sobre esa zona gris de perfiles condicionados, que pueden desempeñar un papel clave en la implementación de la ley en España. Comprender qué casos son especialmente difíciles de evaluar, o qué aspectos de la ley no son fáciles de interpretar y generan incertidumbre.
Comentarios:
La objeción de conciencia (que abordarán en otro trabajo), es una posición personal diferente a los conflictos éticos mencionados de esa zona gris. A los objetores lo único que se les pide es que no molesten, que no obstruyan el ejercicio de un derecho. Pero no está claro que sea así. Como comenta el estudio, algunas solicitudes no se notifican, ni se tramitan. Otras tienen retrasos injustificados, que son provocados por objeciones morales no reveladas, de médicos que no se declaran objetores, pero que tampoco cumplen con su obligación de dar curso a esa solicitud. Esto se tiene que acabar (hay que registrar todas las solicitudes, lleguen o no a la CGE, investigar los retrasos injustificados y exigir responsabilidades).
Los médicos no tienen derecho a rechazar la muerte asistida, decían dos expertos en bioética hace años. Quizá tenga que ir apor ahí la cosa.
Un código deontológico no puede contradecir una ley aprobada por la soberanía popular. Como enfatiza la epistemología feminista de la moralidad y la ética del cuidado, ningún modelo moral es independiente del contexto social en que se crea. Afirmar esta independencia es una forma de validar la autoridad moral a una minoría gobernante poderosa. Por cierto, el Juramento Hipocrático no prohibe la eutanasia. Tomen nota, señoros.
Somos un relato, una historia personal vivida en relación con otras personas: familia, amigos, vecinos, etc.; capaces de dotar de sentido a nuestra existencia y de tomar la decisión de finalizar nuestra propia vida cuando nosotras decidamos. Efectivamente, existe consenso sobre el deber de los profesionales de acompañar a sus pacientes al final de sus vidas. Pero muchos dejaron de hacerlo. De ahí su extrañeza y sus conflictos teórico-prácticos. Pero este trabajo nos trae buenas noticias: cualquiera que se lo proponga puede ser una profesional excelente.
Cuidados al final de la vida.
La muerte sigue siendo un tabú, un fracaso consecuencia del mito de una medicina que salva vidas. Falta formación y reflexión sobre la asistencia al final de la vida. La muerte se evita y muchos profesionales no se sienten concernidos por ella. A la vez, acompañar al final de la vida es una experiencia potente y muy gratificante para los que la realizan, en la que se siente una intimidad y un compromiso únicos.
Algunos, aunque hablan de la necesidad de aceptar la fragilidad y vulnerabilidad de la vida humana, así como de hacer las paces con la enfermedad y la muerte, rechazan adelantarla, pero dejan una puerta abierta para casos excepcionales (pacientes en una fase muy avanzada de su enfermedad y un gran sufrimiento).
Las divergencias sobre cuidados al final de la vida y eutanasia deben entenderse como una gradación de la escala, más que como compartimentos discernibles puros. Por ejemplo, en ocasiones se debe a un factor temporal (es más fácil cuando le queda poca vida), o de edad (más difícil cuanto más jóvenes).
Todos reconocen la complejidad de la prestación de ayuda para morir y solo dos contraponen los cuidados paliativos a la eutanasia.
Religión.
Es la razón genuina para estar en contra de la eutanasia: la vida es un don sagrado, otorgado por Dios, que da y quita la vida según su voluntad, sin interferencia de los seres humanos. Sin embargo, hubo una pluralidad de enfoques de conciliación entre eutanasia y creencias religiosas, que muestran una concepción mucho más compleja y rica de esta idea central.
Deber profesional y deontología.
Hubo consenso en que existe una contradicción entre el código deontológico y la ley de eutanasia. Los que entienden la eutanasia como una forma de acompañar, aliviar el sufrimiento y ayudar a morir, no consideran el código deontológico como fuente primaria de autoridad moral. Priorizan sus valores profesionales y su propio razonamiento moral juega un papel crucial en cada caso que se les presenta.
Autonomía del paciente.
Existe consenso sobre la importancia de reconocer y respetar la autonomía de los pacientes, pero no sobre la obligación de actuar según su voluntad. Algunos cuestionan la capacidad cognitiva de los pacientes para comprender y elegir lo que es mejor para ellos mismos, o infravaloran su experiencia y sus preferencias. Otros señalan que la petición es sólo el último paso de un proceso difícil y no un capricho. Decisiones que suelen razonarse y madurarse mucho antes de llegar al médico, unos deseos que se sostienen en el tiempo y se transmiten de forma clara y abierta tras haber sopesado las alternativas. Una vez verificados los requisitos de la ley, no se trata de juzgar qué haría el profesional en la misma situación o qué considera mejor, sino qué desea el paciente, como dueño de su vida.
Para algunos, la autonomía del paciente no puede ser una imposición y enmarcan el conflicto ético en términos de oposición de derechos individuales: el derecho del paciente a acceder a la eutanasia, y el derecho del profesional a no proporcionarla, apelando a la objeción de conciencia.
Frente a la perspectiva liberal de la autonomía, el feminismo habla de autonomía relacional. Cuando se enfrenta a un dilema moral, el yo relacional da importancia al contexto, al particularismo y a las responsabilidades hacia el otro, en lugar de enmarcar el conflicto en términos de derechos en competencia basados en principios universales. Desde esta perspectiva, los valores relacionales, como la compasión, la empatía y la capacidad de respuesta, deben considerarse en el proceso de toma de decisiones.
Estas 4 ideas centrales que subyacen a estos 4 perfiles están en línea con los resultados de otras investigaciones cualitativas. Ninguna idea por sí sola explica las posiciones de los profesionales sanitarios, cuyos puntos de vista resultan de interacciones complejas entre estas nociones. Por ejemplo, la religión es relevante para pocos profesionales, pero existe una intersección entre razones religiosas y deontológicas, que incluye a más personas. La noción de compromiso con el paciente, puede justificarse en términos de respeto a su autonomía, la importancia de una relación duradera, pero también del deber profesional ante la inexistencia de otras opciones de cuidados al final de la vida, y de valores religiosos que asumen la obligación deontológica de no abandonar al paciente.
Estas ideas se entrecruzan, las posiciones sobre la eutanasia son multicausales y complejas. Es clave trabajar sobre esa zona gris de perfiles condicionados, que pueden desempeñar un papel clave en la implementación de la ley en España. Comprender qué casos son especialmente difíciles de evaluar, o qué aspectos de la ley no son fáciles de interpretar y generan incertidumbre.
Comentarios:
La objeción de conciencia (que abordarán en otro trabajo), es una posición personal diferente a los conflictos éticos mencionados de esa zona gris. A los objetores lo único que se les pide es que no molesten, que no obstruyan el ejercicio de un derecho. Pero no está claro que sea así. Como comenta el estudio, algunas solicitudes no se notifican, ni se tramitan. Otras tienen retrasos injustificados, que son provocados por objeciones morales no reveladas, de médicos que no se declaran objetores, pero que tampoco cumplen con su obligación de dar curso a esa solicitud. Esto se tiene que acabar (hay que registrar todas las solicitudes, lleguen o no a la CGE, investigar los retrasos injustificados y exigir responsabilidades).
Los médicos no tienen derecho a rechazar la muerte asistida, decían dos expertos en bioética hace años. Quizá tenga que ir apor ahí la cosa.
Un código deontológico no puede contradecir una ley aprobada por la soberanía popular. Como enfatiza la epistemología feminista de la moralidad y la ética del cuidado, ningún modelo moral es independiente del contexto social en que se crea. Afirmar esta independencia es una forma de validar la autoridad moral a una minoría gobernante poderosa. Por cierto, el Juramento Hipocrático no prohibe la eutanasia. Tomen nota, señoros.
Somos un relato, una historia personal vivida en relación con otras personas: familia, amigos, vecinos, etc.; capaces de dotar de sentido a nuestra existencia y de tomar la decisión de finalizar nuestra propia vida cuando nosotras decidamos. Efectivamente, existe consenso sobre el deber de los profesionales de acompañar a sus pacientes al final de sus vidas. Pero muchos dejaron de hacerlo. De ahí su extrañeza y sus conflictos teórico-prácticos. Pero este trabajo nos trae buenas noticias: cualquiera que se lo proponga puede ser una profesional excelente.