Por fín, en 2021, se publicó en el BOE la Ley Orgánica 21/2021, de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia.
¿Cuál es el marco teórico de la eutanasia? Varias ideas clave explican por qué para algunas personas la voluntad de morir es inaceptable e incomprensible. Todas las creencias personales que respeten los derechos humanos, también son respetables. Si no quieres la eutanasia, no la pidas. Con la Ley aprobada, esa minoría no seguirá imponiendo sus creencias a toda la ciudadanía, a través del Código Penal. La eutanasia es un acto de amor, que contribuye a una sociedad más humana, que nos permite ser más libres y más felices. |
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Existen “dos evidencias contradictorias que paradójicamente son evidentes ambas a la vez, y sin embargo se dan la espalda, propias del carácter desconcertante y hasta vertiginoso de la muerte: es un misterio de dimensiones metaempíricas, infinitas o sin dimensiones de ninguna clase y es un acontecimiento familiar, un hecho de la empiria que tiene lugar ante nuestros ojos. La muerte es a la vez necesaria e incomprensible, una evidencia obvia y familiar. Y sin embargo esta evidencia cada vez que nos la encontramos ¡nos parece siempre tan chocante! Nunca ha sucedido que un mortal deje de morir. Y entonces ¿Por qué la muerte de cualquiera es siempre una especie de escándalo? ¿Por qué este acontecimiento tan normal despierta en todos aquellos que son testigos tanta curiosidad y tanto horror? ¿Cómo es que el hombre mortal no se ha acostumbrado todavía a este acontecimiento natural y sin embargo siempre accidental? Todo el mundo es el primero en morir, al igual que el amor es siempre nuevo para los que lo viven” (Jankelevich, La muerte, Pretextos 2002).
Para abordar la eutanasia es fundamental, en primer lugar, disponer de un encuadre adecuado, un contexto real, muy diferente al discurso que sobre eutanasia, aborto, feminismo, derechos LGTBI y casi todos los derechoa civiles, ha construido el fundamentalismo. Con las gafas del integrismo es imposible comprender la eutanasia. Si además, la realidad está distorsionada con datos falsos sobre la experiencia en Bélgica, Países Bajos y Canadá, como la falacia de la pendiente resbaladiza, la coacción a personas vulnerables, etc., la única salida argumental es utilizar el comodín dialéctico del mito de la omnipotencia de los cuidados paliativos.
Solamente desde la confianza en las personas, en su responsabilidad, desde el respeto a su libertad, se puede entender la voluntad de morir. Profesionalmente la eutanasia es un ejercicio de humildad, que en lugar de mantener esa soberbia paliativa tan propia de la medicina, la afronta con una actitud honesta y compasiva, exenta de prejuicios. Con respeto y con compasión, por ese orden, la experiencia de ayudar a morir a una persona puede ser muy satisfactoria desde el punto de vista profesional y muy gratificante desde el punto de vista humano.
1. La eutanasia no es una respuesta social a la mala muerte, sino una opción para las personas que desean morir.
La eutanasia no es un invento moderno, ha existido desde siempre, pero solo para algunos privilegiados. La muerte voluntaria, es tan antigua como la Humanidad. Hay personas que por el deterioro de su salud ya no soportan su vida, para las que vivir “así”, sufriendo, no tiene ningún sentido y desean finalizar su vida. Cada una con sus propias razones, con su propia biografía, que podemos descubrir y compartir si tenemos el coraje de acompañarlas en su muerte voluntaria.
¿Qué hacemos con ellas? ¿Qué respondemos a su petición de ayuda para morir? Algunas no pueden, y otras no quieren, arrojarse por un balcón, desean morir tranquilamente en su cama. Pero sin tener que comprar de forma clandestina un medicamento por internet, sino en compañía de los suyos. Con la seguridad que aporta un equipo asistencial, tras despedirse de su gente, como ellas deseen, en paz.
La eutanasia no pretende mejorar en la sociedad la calidad de la muerte, no es una respuesta a la obstinación terapéutica, los cuidados o los problemas socio-sanitarios. Es un derecho individual, una respuesta justa, igual para todas las personas, muy diferente a la muerte en soledad. Descartado el mito de la omnipotencia paliativa frente al sufrimiento (más propio de la religión que de la ciencia), y la falacia de la pendiente resbaladiza (que ya suena como el contubernio judeo-masónico), o regulamos la eutanasia o, como dijo un diputado de esa derecha que presume de buena educación “¡Que se joda Ramón Sampedro!”, que se jodan esas miles de personas (del 1 al 4% de las que fallecen cada año) que desean adelantar su muerte.
2. Una sociedad de los cuidados respeta la libertad, en igualdad de condiciones para todas las personas.
Una muerte digna, exige una vida digna, es decir, que se respeten todos los derechos humanos. Es absurdo suponer que la eutanasia excluye los cuidados. Todo lo contrario, los desarrolla, porque una ciudadanía con derechos los reclama y porque forman parte de las garantías de la Ley.
Los países con ley de eutanasia, están a la cabeza en cuidados paliativos. Por ello, la disponibilidad de la propia vida, aunque sea con unas condiciones estrictas, es un avance importante para la sociedad, que contribuye al bien común, a la promoción de una vida digna para todas.
Excepto si consideras que tu vida no te pertenece. Este es el meollo de la cuestión, que explica por qué se tergiversa la realidad de la eutanasia y en la mayoría de países la muerte asistida es clandestina. En parte por el tabú, pero sobre todo por influencia de las religiones, por esa tradición judeo-cristiana tan hipócrita de la doble moral, de las apariencias (que se pueda hacer, pero que esté prohibido) y los privilegios (si antes se abortaba en Londres, ahora se muere en Suiza o en tu ciudad si eres “de la casa”).
El discurso integrista difunde un falso dilema entre cuidados y eutanasia, y plantea un concepto medicalizado de sociedad de los cuidados vacío de contenido. Cuidar a las personas es luchar contra la desigualdad social, contra la pobreza y la precariedad, redistribuir la riqueza, garantizar la vivienda, la educación, los derechos laborales, una renta mínima, etc., etc. También la salud, empezando por promover la atención primaria y comunitaria. Sin los cambios estructurales necesarios, identificar la sociedad de los cuidados con más recursos de cuidados paliativos es un postureo ridículo, porque no es una enfermedad, una discapacidad o un padecimiento el que hace a una persona vulnerable, sino unas malas condiciones socio-económicas. La vulnerabilidad no tiene tanto que ver con la medicina, como con la justicia social.
3. La eutanasia es muy diferente al suicidio violento y en soledad.
La muerte voluntaria, lúcida, reflexiva, responsable, que da razones y procura no dañar a los demás, no tiene nada que ver con el suicidio impulsivo, muchas veces violento y siempre en soledad. Por esa razón en EEUU no admiten que a la muerte asistida o a la ayuda médica a morir se le llame suicidio asistido.
“Por primera vez en la historia hemos desarrollado un espacio donde las personas se acercan a la muerte mientras las tocamos y están en medio de nosotros. Eso es completamente diferente a suicidarse". Los testimonios son clarísimos. Aunque en Europa no exista ese conflicto semántico, quizá por eso la palabra suicidio no aparece en la Ley de eutanasia.
Al margen de estas cuestiones de lenguaje, mezclar el suicidio de un joven que se arroja al tren con la eutanasia (o el suicidio asistido) es una burda manipulación. El suicidio violento y en soledad, en el contexto de un trastorno mental o una crisis existencial, es un problema de salud pública que debe prevenirse. La muerte asistida no. No existe ninguna contradicción en ello.
4. Decidir sobre la muerte es una praxis habitual en medicina.
A diario, se toman decisiones, como la retirada de medidas de soporte vital, que adelantan la muerte de personas. O se induce en muchas de ellas una sedación, un sueño profundo del que nunca más se volverán a despertar, muchas veces a demanda del paciente (por ejemplo para donación de órganos). Caso aparte son las prácticas clandestinas que médicas, médicos y enfermeras reconocen en privado, para ayudar a morir a personas “de la casa”, de las que no hay datos porque se ocultan para no tener líos con la justicia. En Países Bajos el 58% de las muertes tienen lugar tras una decisión médica, una cifra similar en todos los países, exceptuando la eutanasia.
Entonces, ¿Por qué tanto revuelo? ¿Por qué un acontecimiento tan normal, como que una persona con una enfermedad grave e irreversible adelante su muerte, es para algunos una especie de escándalo? Porque es ella, y no yo, la que toma la decisión de morir.
5. El peligro de coacción para la persona vulnerable: miedo a la libertad.
Afirmar que las personas somos vulnerables, podemos sufrir daño, enfermedad y muerte es una obviedad. El concepto de vulnerabilidad es importante por su dimensión social, por la fragilidad generada por unas malas condiciones de vida, que provocan espacios de vulnerabilidad y poblaciones vulnerables, que deben ser atendidos por una sociedad de los cuidados.
La propaganda contra la eutanasia, ha manipulado el concepto de vulnerabilidad, utilizándolo de una manera muy paternalista. En el ámbito de la discapacidad, algunas personas han denunciado que las organizaciones se arroguen su representación sin su permiso, sin haber consultado con nadie.
Que la Ley permita morir a una persona con cáncer avanzado (enfermedad grave e incurable) o en una situación de deterioro general y dependencia por una ELA o por varias enfermedades asociadas a su avanzada edad (padecimiento grave crónico e imposibilitante), no significa que la sociedad haga un juicio de valor sobre la vida con cáncer o en las condiciones de deterioro que cada persona decida soportar.
Igualmente, es obvio que si la ley permite a una mujer interrumpir un embarazo no deseado, eso no supone que la sociedad o el Estado promuevan el aborto de todas las mujeres o minusvaloren la maternidad. Ninguna persona está obligada a casarse con otra de su mismo sexo, a divorciarse, a abortar o a solicitar la eutanasia.
La muerte asistida es muy garantista. Demasiado. Exige trámites repetitivos, innecesarios para certificar la voluntad de morir. Previamente a la solicitud formal, la mayoría de las personas ya habrán recorrido un proceso de maduración personal en el que han ido concretando su voluntad de morir, cuando les den permiso. Otras lo harán simultáneamente mientras se gestiona el proceso con el médico y enfermera responsables, con el consultor y en algún caso con los miembros de la Comisión de Garantía y Evaluación. Sugerir que la mera existencia de una Ley de eutanasia, que la descripción de unos requisitos de deterioro, ejerza algún tipo de poder de coacción sobre una persona "vulnerable" para solicitar su muerte, es descabellado.
¿Por qué razón una persona en su sano juicio (capaz) va a solicitar su muerte en contra de su voluntad? ¿Se podría ver “obligada” por una presión externa, de su familia o su entorno? ¿Sin que esa coacción se detecte en alguna de las evaluaciones que se realizan durante semanas? No, no es posible recorrer el proceso de la muerte voluntaria bajo coacción de los demás.
Los constructos teóricos abstractos como la presión social por un supuesto juicio de valor, que la sociedad en ningún momento hace del envejecimiento, la enfermedad, el sufrimiento, la discapacidad, etc…, como consecuencia de regular el derecho a morir, no tienen relación con la realidad de una relación clínica habitual, con la verdad, sino más bien con algunas ideas delirantes de los sectores integristas de la sociedad, que son producto de su miedo a la libertad.
6. El deseo de morir no es una locura, ni una depresión o enfermedad.
Medicalizar la voluntad de morir, inventando el concepto deseo de adelantar la muerte, un síndrome de la desesperación final de la vida útil o de desmoralización, "como un grito de ayuda (como un deseo de vivir pero no de ese modo), como un medio de acabar con el sufrimiento o bien como una manera de control de la situación" es un error. Su objetivo es desautorizar a la persona sobre su propia vida y anular su capacidad de decisión: la voluntad de morir es patológica y lo que debemos hacer no es respetarla, sino tratarla. Con 6 artículos, una web y una guía de enfermería (cuyo objetivo es otro), no experimentales, sino comentarios, reflexiones y resúmenes de casos clínicos, realizados en países sin ley de eutanasia, donde una demanda de ayuda a morir no se puede gestionar, porque es ilegal, se permiten hacer unas recomendaciones basadas en no se sabe qué. ¿Por qué no estudian la voluntad de morir en Países Bajos y Bélgica? Si no es una petición seria, ¿De qué estamos hablando? "Una respuesta apropiada a estos pacientes precisa cierta preparación del profesional, tanto en habilidades comunicativas como en el conocimiento de dicho fenómeno. Dada la complejidad emocional del paciente que refiere desear morir, los profesionales de la salud (más allá de los especializados en cuidados paliativos) necesitarían una formación específica". Ya estaría. Todas a psicoterapia, todas a eso que llaman paliativos integrales, que no es ninguna especialidad. Y mientras tanto, a ver si se mueren de forma natural, a consecuencia de su enfermedad.
También es grotesco etiquetar a las personas que se encuentran al final de su vida como mentalmente enfermas y a sus perturbaciones un desorden depresivo (“un ejemplo extremo de la transformación institucional del sufrimiento en enfermedad”). Frente a la complejidad del concepto trastorno mental, y su posible interferencia con la libertad individual, sugerir que el deseo de morir de una persona se debe a una depresión es otra medicalización de brocha gorda.
7. Bendito infarto de miocardio: de fantasear con la muerte a decidir morir.
Cuando una persona verbaliza que quiere morir, ya le ha dado una y mil vueltas, en las que ha pensado en “esa pastilla mágica” que le facilitará una muerte rápida e indolora, que le permitirá dormirse plácidamente, y desaparecer de una vez de esta vida. ¡Qué gozada! Sin sufrir, sin molestar, sin dar explicaciones, sin pedir permiso. “Bendito infarto de miocardio”, “qué suerte la de fulanita que murió sin sufrir, mientras dormía”, comenta a los suyos y a su médico y su enfermera, que asienten con la cabeza, deseando para ella una buena muerte, a ser posible, más pronto que tarde. ¿Por qué entonces nos inquieta tanto la muerte voluntaria? ¿Por qué nos escandaliza el suicido lúcido de una persona mayor, harta de esperar ese bendito infarto? Por la decisión. Porque tenemos la piel marcada con la idea del pecado y nos cuesta hacernos cargo de que la vida nos pertenece.
La muerte voluntaria no se improvisa. Una cosa es fantasear con la muerte, otra es desearla y otra bien distinta es tomar la decisión de morir, con o sin asistencia médica. Morir por voluntad propia exige transitar un proceso personal, una escalera que se va subiendo peldaño a peldaño, a veces con dos pasos adelante y uno atrás, cada persona a su propio ritmo. Nada que ver con la muerte súbita, con ese bendito infarto. Esa es su dificultad, y su esencia, el afrontamiento, la toma de decisiones, despedirse de los demás y de la vida, asumir el riesgo de equivocarse, poner fecha y actuar. ¡Ya, el mes que viene, mañana, hoy, hasta nunca!
Para finalizar la vida con una muerte asistida es inevitable aterrizar en el mundo real, en la Ley de eutanasia, sus condiciones, sus requisitos de enfermedad, sus exámenes de sufrimiento, sus trámites y sus plazos. Puede llevar de 30 a 45 días. No es posible morir “a mi aire”, “sin permiso”, con una eutanasia. Eso es una autoliberación, un suicidio lúcido, no medicalizado, que es otra opción distinta.
En un proceso de muerte asistida, no se trata de elegir entre vivir o morir, sino morir de una manera o morir de otra (el 80% de las personas morirán, si o si, en unas semanas). La eutanasia tiene un significado antropológico muy potente para la ciudadanía, por el reconocimiento social del derecho a una muerte voluntaria compartida, una muerte serena, en compañía, con asistencia profesional. Es una manera de domesticar la muerte.
Para la medicina y la enfermería es una oportunidad. La eutanasia no es un acto aislado, cada solicitud de ayuda a morir es un proceso que requiere tiempo, pero lo primero que debemos hacer es desdramatizar la muerte voluntaria.
La tragedia no es la muerte, sino la finalización de un proyecto vital forzada por el sufrimiento, por la imposibilidad de encontrar sentido a seguir viviendo “así”. La muerte voluntaria también se puede vivir como una liberación, como un compromiso con el sufrimiento de otra persona y como un acto de amor.
En la eutanasia se conjuga un individualismo con tradición progresista y democrática, con una noción ilustrada de solidaridad, igualdad, progreso y bien común. El derecho a morir dignamente transmite valores éticos como el valor de apreciar la vida, de evitar el sufrimiento, una prueba de madurez de la humanidad para asumir la finitud de la vida de forma consciente, científica y racional. La defensa de la eutanasia exige reivindicar, no solo una asistencia sanitaria de calidad, sino una sociedad de los cuidados que respete todos los derechos humanos, valores que son la antítesis del individualismo atroz y neoliberal.
Ver tb:
Declaraciones en apoyo a la eutanasia:
Solamente desde la confianza en las personas, en su responsabilidad, desde el respeto a su libertad, se puede entender la voluntad de morir. Profesionalmente la eutanasia es un ejercicio de humildad, que en lugar de mantener esa soberbia paliativa tan propia de la medicina, la afronta con una actitud honesta y compasiva, exenta de prejuicios. Con respeto y con compasión, por ese orden, la experiencia de ayudar a morir a una persona puede ser muy satisfactoria desde el punto de vista profesional y muy gratificante desde el punto de vista humano.
1. La eutanasia no es una respuesta social a la mala muerte, sino una opción para las personas que desean morir.
La eutanasia no es un invento moderno, ha existido desde siempre, pero solo para algunos privilegiados. La muerte voluntaria, es tan antigua como la Humanidad. Hay personas que por el deterioro de su salud ya no soportan su vida, para las que vivir “así”, sufriendo, no tiene ningún sentido y desean finalizar su vida. Cada una con sus propias razones, con su propia biografía, que podemos descubrir y compartir si tenemos el coraje de acompañarlas en su muerte voluntaria.
¿Qué hacemos con ellas? ¿Qué respondemos a su petición de ayuda para morir? Algunas no pueden, y otras no quieren, arrojarse por un balcón, desean morir tranquilamente en su cama. Pero sin tener que comprar de forma clandestina un medicamento por internet, sino en compañía de los suyos. Con la seguridad que aporta un equipo asistencial, tras despedirse de su gente, como ellas deseen, en paz.
La eutanasia no pretende mejorar en la sociedad la calidad de la muerte, no es una respuesta a la obstinación terapéutica, los cuidados o los problemas socio-sanitarios. Es un derecho individual, una respuesta justa, igual para todas las personas, muy diferente a la muerte en soledad. Descartado el mito de la omnipotencia paliativa frente al sufrimiento (más propio de la religión que de la ciencia), y la falacia de la pendiente resbaladiza (que ya suena como el contubernio judeo-masónico), o regulamos la eutanasia o, como dijo un diputado de esa derecha que presume de buena educación “¡Que se joda Ramón Sampedro!”, que se jodan esas miles de personas (del 1 al 4% de las que fallecen cada año) que desean adelantar su muerte.
2. Una sociedad de los cuidados respeta la libertad, en igualdad de condiciones para todas las personas.
Una muerte digna, exige una vida digna, es decir, que se respeten todos los derechos humanos. Es absurdo suponer que la eutanasia excluye los cuidados. Todo lo contrario, los desarrolla, porque una ciudadanía con derechos los reclama y porque forman parte de las garantías de la Ley.
Los países con ley de eutanasia, están a la cabeza en cuidados paliativos. Por ello, la disponibilidad de la propia vida, aunque sea con unas condiciones estrictas, es un avance importante para la sociedad, que contribuye al bien común, a la promoción de una vida digna para todas.
Excepto si consideras que tu vida no te pertenece. Este es el meollo de la cuestión, que explica por qué se tergiversa la realidad de la eutanasia y en la mayoría de países la muerte asistida es clandestina. En parte por el tabú, pero sobre todo por influencia de las religiones, por esa tradición judeo-cristiana tan hipócrita de la doble moral, de las apariencias (que se pueda hacer, pero que esté prohibido) y los privilegios (si antes se abortaba en Londres, ahora se muere en Suiza o en tu ciudad si eres “de la casa”).
El discurso integrista difunde un falso dilema entre cuidados y eutanasia, y plantea un concepto medicalizado de sociedad de los cuidados vacío de contenido. Cuidar a las personas es luchar contra la desigualdad social, contra la pobreza y la precariedad, redistribuir la riqueza, garantizar la vivienda, la educación, los derechos laborales, una renta mínima, etc., etc. También la salud, empezando por promover la atención primaria y comunitaria. Sin los cambios estructurales necesarios, identificar la sociedad de los cuidados con más recursos de cuidados paliativos es un postureo ridículo, porque no es una enfermedad, una discapacidad o un padecimiento el que hace a una persona vulnerable, sino unas malas condiciones socio-económicas. La vulnerabilidad no tiene tanto que ver con la medicina, como con la justicia social.
3. La eutanasia es muy diferente al suicidio violento y en soledad.
La muerte voluntaria, lúcida, reflexiva, responsable, que da razones y procura no dañar a los demás, no tiene nada que ver con el suicidio impulsivo, muchas veces violento y siempre en soledad. Por esa razón en EEUU no admiten que a la muerte asistida o a la ayuda médica a morir se le llame suicidio asistido.
“Por primera vez en la historia hemos desarrollado un espacio donde las personas se acercan a la muerte mientras las tocamos y están en medio de nosotros. Eso es completamente diferente a suicidarse". Los testimonios son clarísimos. Aunque en Europa no exista ese conflicto semántico, quizá por eso la palabra suicidio no aparece en la Ley de eutanasia.
Al margen de estas cuestiones de lenguaje, mezclar el suicidio de un joven que se arroja al tren con la eutanasia (o el suicidio asistido) es una burda manipulación. El suicidio violento y en soledad, en el contexto de un trastorno mental o una crisis existencial, es un problema de salud pública que debe prevenirse. La muerte asistida no. No existe ninguna contradicción en ello.
4. Decidir sobre la muerte es una praxis habitual en medicina.
A diario, se toman decisiones, como la retirada de medidas de soporte vital, que adelantan la muerte de personas. O se induce en muchas de ellas una sedación, un sueño profundo del que nunca más se volverán a despertar, muchas veces a demanda del paciente (por ejemplo para donación de órganos). Caso aparte son las prácticas clandestinas que médicas, médicos y enfermeras reconocen en privado, para ayudar a morir a personas “de la casa”, de las que no hay datos porque se ocultan para no tener líos con la justicia. En Países Bajos el 58% de las muertes tienen lugar tras una decisión médica, una cifra similar en todos los países, exceptuando la eutanasia.
Entonces, ¿Por qué tanto revuelo? ¿Por qué un acontecimiento tan normal, como que una persona con una enfermedad grave e irreversible adelante su muerte, es para algunos una especie de escándalo? Porque es ella, y no yo, la que toma la decisión de morir.
5. El peligro de coacción para la persona vulnerable: miedo a la libertad.
Afirmar que las personas somos vulnerables, podemos sufrir daño, enfermedad y muerte es una obviedad. El concepto de vulnerabilidad es importante por su dimensión social, por la fragilidad generada por unas malas condiciones de vida, que provocan espacios de vulnerabilidad y poblaciones vulnerables, que deben ser atendidos por una sociedad de los cuidados.
La propaganda contra la eutanasia, ha manipulado el concepto de vulnerabilidad, utilizándolo de una manera muy paternalista. En el ámbito de la discapacidad, algunas personas han denunciado que las organizaciones se arroguen su representación sin su permiso, sin haber consultado con nadie.
Que la Ley permita morir a una persona con cáncer avanzado (enfermedad grave e incurable) o en una situación de deterioro general y dependencia por una ELA o por varias enfermedades asociadas a su avanzada edad (padecimiento grave crónico e imposibilitante), no significa que la sociedad haga un juicio de valor sobre la vida con cáncer o en las condiciones de deterioro que cada persona decida soportar.
Igualmente, es obvio que si la ley permite a una mujer interrumpir un embarazo no deseado, eso no supone que la sociedad o el Estado promuevan el aborto de todas las mujeres o minusvaloren la maternidad. Ninguna persona está obligada a casarse con otra de su mismo sexo, a divorciarse, a abortar o a solicitar la eutanasia.
La muerte asistida es muy garantista. Demasiado. Exige trámites repetitivos, innecesarios para certificar la voluntad de morir. Previamente a la solicitud formal, la mayoría de las personas ya habrán recorrido un proceso de maduración personal en el que han ido concretando su voluntad de morir, cuando les den permiso. Otras lo harán simultáneamente mientras se gestiona el proceso con el médico y enfermera responsables, con el consultor y en algún caso con los miembros de la Comisión de Garantía y Evaluación. Sugerir que la mera existencia de una Ley de eutanasia, que la descripción de unos requisitos de deterioro, ejerza algún tipo de poder de coacción sobre una persona "vulnerable" para solicitar su muerte, es descabellado.
¿Por qué razón una persona en su sano juicio (capaz) va a solicitar su muerte en contra de su voluntad? ¿Se podría ver “obligada” por una presión externa, de su familia o su entorno? ¿Sin que esa coacción se detecte en alguna de las evaluaciones que se realizan durante semanas? No, no es posible recorrer el proceso de la muerte voluntaria bajo coacción de los demás.
Los constructos teóricos abstractos como la presión social por un supuesto juicio de valor, que la sociedad en ningún momento hace del envejecimiento, la enfermedad, el sufrimiento, la discapacidad, etc…, como consecuencia de regular el derecho a morir, no tienen relación con la realidad de una relación clínica habitual, con la verdad, sino más bien con algunas ideas delirantes de los sectores integristas de la sociedad, que son producto de su miedo a la libertad.
6. El deseo de morir no es una locura, ni una depresión o enfermedad.
Medicalizar la voluntad de morir, inventando el concepto deseo de adelantar la muerte, un síndrome de la desesperación final de la vida útil o de desmoralización, "como un grito de ayuda (como un deseo de vivir pero no de ese modo), como un medio de acabar con el sufrimiento o bien como una manera de control de la situación" es un error. Su objetivo es desautorizar a la persona sobre su propia vida y anular su capacidad de decisión: la voluntad de morir es patológica y lo que debemos hacer no es respetarla, sino tratarla. Con 6 artículos, una web y una guía de enfermería (cuyo objetivo es otro), no experimentales, sino comentarios, reflexiones y resúmenes de casos clínicos, realizados en países sin ley de eutanasia, donde una demanda de ayuda a morir no se puede gestionar, porque es ilegal, se permiten hacer unas recomendaciones basadas en no se sabe qué. ¿Por qué no estudian la voluntad de morir en Países Bajos y Bélgica? Si no es una petición seria, ¿De qué estamos hablando? "Una respuesta apropiada a estos pacientes precisa cierta preparación del profesional, tanto en habilidades comunicativas como en el conocimiento de dicho fenómeno. Dada la complejidad emocional del paciente que refiere desear morir, los profesionales de la salud (más allá de los especializados en cuidados paliativos) necesitarían una formación específica". Ya estaría. Todas a psicoterapia, todas a eso que llaman paliativos integrales, que no es ninguna especialidad. Y mientras tanto, a ver si se mueren de forma natural, a consecuencia de su enfermedad.
También es grotesco etiquetar a las personas que se encuentran al final de su vida como mentalmente enfermas y a sus perturbaciones un desorden depresivo (“un ejemplo extremo de la transformación institucional del sufrimiento en enfermedad”). Frente a la complejidad del concepto trastorno mental, y su posible interferencia con la libertad individual, sugerir que el deseo de morir de una persona se debe a una depresión es otra medicalización de brocha gorda.
7. Bendito infarto de miocardio: de fantasear con la muerte a decidir morir.
Cuando una persona verbaliza que quiere morir, ya le ha dado una y mil vueltas, en las que ha pensado en “esa pastilla mágica” que le facilitará una muerte rápida e indolora, que le permitirá dormirse plácidamente, y desaparecer de una vez de esta vida. ¡Qué gozada! Sin sufrir, sin molestar, sin dar explicaciones, sin pedir permiso. “Bendito infarto de miocardio”, “qué suerte la de fulanita que murió sin sufrir, mientras dormía”, comenta a los suyos y a su médico y su enfermera, que asienten con la cabeza, deseando para ella una buena muerte, a ser posible, más pronto que tarde. ¿Por qué entonces nos inquieta tanto la muerte voluntaria? ¿Por qué nos escandaliza el suicido lúcido de una persona mayor, harta de esperar ese bendito infarto? Por la decisión. Porque tenemos la piel marcada con la idea del pecado y nos cuesta hacernos cargo de que la vida nos pertenece.
La muerte voluntaria no se improvisa. Una cosa es fantasear con la muerte, otra es desearla y otra bien distinta es tomar la decisión de morir, con o sin asistencia médica. Morir por voluntad propia exige transitar un proceso personal, una escalera que se va subiendo peldaño a peldaño, a veces con dos pasos adelante y uno atrás, cada persona a su propio ritmo. Nada que ver con la muerte súbita, con ese bendito infarto. Esa es su dificultad, y su esencia, el afrontamiento, la toma de decisiones, despedirse de los demás y de la vida, asumir el riesgo de equivocarse, poner fecha y actuar. ¡Ya, el mes que viene, mañana, hoy, hasta nunca!
Para finalizar la vida con una muerte asistida es inevitable aterrizar en el mundo real, en la Ley de eutanasia, sus condiciones, sus requisitos de enfermedad, sus exámenes de sufrimiento, sus trámites y sus plazos. Puede llevar de 30 a 45 días. No es posible morir “a mi aire”, “sin permiso”, con una eutanasia. Eso es una autoliberación, un suicidio lúcido, no medicalizado, que es otra opción distinta.
En un proceso de muerte asistida, no se trata de elegir entre vivir o morir, sino morir de una manera o morir de otra (el 80% de las personas morirán, si o si, en unas semanas). La eutanasia tiene un significado antropológico muy potente para la ciudadanía, por el reconocimiento social del derecho a una muerte voluntaria compartida, una muerte serena, en compañía, con asistencia profesional. Es una manera de domesticar la muerte.
Para la medicina y la enfermería es una oportunidad. La eutanasia no es un acto aislado, cada solicitud de ayuda a morir es un proceso que requiere tiempo, pero lo primero que debemos hacer es desdramatizar la muerte voluntaria.
La tragedia no es la muerte, sino la finalización de un proyecto vital forzada por el sufrimiento, por la imposibilidad de encontrar sentido a seguir viviendo “así”. La muerte voluntaria también se puede vivir como una liberación, como un compromiso con el sufrimiento de otra persona y como un acto de amor.
En la eutanasia se conjuga un individualismo con tradición progresista y democrática, con una noción ilustrada de solidaridad, igualdad, progreso y bien común. El derecho a morir dignamente transmite valores éticos como el valor de apreciar la vida, de evitar el sufrimiento, una prueba de madurez de la humanidad para asumir la finitud de la vida de forma consciente, científica y racional. La defensa de la eutanasia exige reivindicar, no solo una asistencia sanitaria de calidad, sino una sociedad de los cuidados que respete todos los derechos humanos, valores que son la antítesis del individualismo atroz y neoliberal.
Ver tb:
- Falacias y disparates del Comité de Bioética de España sobre la eutanasia.
- Publicaciones, formación eutanasia.
Declaraciones en apoyo a la eutanasia:
- Grupo de Estudios de Política Criminal (1993)
- Observatorio de Bioética y Derecho (2003)
- Consejo Consultivo de Bioética de Catalunya (2006)
- Declaración del Instituto Borja de Bioética (2005)
- Policy Papers: Junta de Andalucía (2009)
- Grupo de Estudios de Política Criminal (2016)
- Defensor del Pueblo Andaluz (2017)
- Juristas por la eutanasia (2020)

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