"Se está permitiendo que la muerte desplace el amor de muchas maneras. Hagamos lo que hagamos, por mucho que nos encerremos y nos lavemos las manos, la gente va a morir. No deberíamos sacrificar nuestra humanidad ante esta infección. La prohibición de las visitas ha sido imperdonablemente dura.
Comencemos con la presunción de que nadie debe morir de Covid-19 -o cualquier otra cosa- aislado de sus seres queridos. Si podemos estar de acuerdo con esto, entonces podemos abordar el cuidado de personas gravemente enfermas desde una perspectiva completamente diferente. Tal compromiso seguramente no está más allá del ingenio y los recursos de una nación: menos personas ingresadas en el hospital; mucho más apoyo disponible en el hogar y en las residencias. Pruebas para aquellos que quieren estar con su ser querido y el aislamiento físico después de cualquier contacto arriesgado. Sin esto, los compañeros de vida, los parientes y los amigos están siendo privados de la oportunidad de decir adiós, de decir las cosas cruciales que hay que decir al final de la vida.
El duelo en tales circunstancias se vuelve tan traumático como el causado por la muerte súbita en la guerra o el desastre, y el legado de la pandemia incluirá una sucesión de duelos profundamente preocupantes experimentados por sobrevivientes que era necesario excluir de la forma en que se ha hecho. Nadie debe ser forzado a morir solo, y nadie debería tener que asumir la carga de saber que dejaron morir solo a alguien a quien amaban. Incluso ante la muerte, no hay nada más importante que el amor."
Iona Heath (artículo publicado en BMJ), médica general británica jubilada, autora del libro Ayudar a Morir (2008)
Los profesionales de la salud pueden tener dificultades para responder a estas actitudes debido a un temor generalizado de ser acusados de discriminación. Tal vez la crisis del coronavirus finalmente pueda iniciar un entendimiento compartido de que una orden de "no reanimación" no es una sentencia de muerte o la devaluación de una vida, sino un intento de garantizar la dignidad en la muerte. ¿Quién quiere morir con las costillas rotas por una posible reanimación exitosa, cuando podrían morir pacíficamente en la cama sosteniendo la mano de la persona que más ama?"
Hace una década, la doctora Iona Heath nos advertía de una realidad que, penosamente, hoy está de rabiosa actualidad: ¿Por qué son tan pocas las personas que tienen lo que se calificaría como una buena muerte? Y, antes aun: ¿qué es una buena muerte? ¿Qué forma de morir queremos para nosotros y para nuestros seres queridos? Compruebo que para muchos una buena muerte es aquella en la que el moribundo puede controlar el proceso y morir con dignidad y calma, y todos los que lo rodean se sienten privilegiados, en cierta forma enriquecidos por la situación. Sin embargo, esas muertes son poco comunes. Son muchos más los que son objeto de manoseo y falta de respeto, los que quedan sumidos en el sufrimiento. Morir es difícil. También es difícil ser médico: presenciar cada día la agonía y tomar conciencia una y otra vez de los límites de la ciencia."
En esta ocasión, de nuevo Iona nos recuerda nuestra soberbia frente al tabú. Hemos asumido el derecho a la salud, olvidando el poder de la infección para azotar a la humanidad. De alguna manera ignoramos que todos debemos morir y que la mayoría de los que llegan a viejos lo harán con varias enfermedades. Creíamos que teníamos derecho a una vida larga y saludable y que cualquier otra alternativa sería algún tipo de negligencia. Pero no, lo único que sobrevivirá de nosotros es el amor.
El estado de bienestar es una expresión de amor a toda la humanidad. Nadie debe ser excluido, y nadie debe estar en peligro. Pero esto nunca ha sido aceptado por todos. Ahí están las políticas de austeridad, la destrucción de la salud pública, la ausencia de planificación, el desastre en la gestión de lo común.
Quienes se arriesgan a enfermar, y a morir, están motivados por el amor altruista a la humanidad. No sólo médicos, enfermeras y otros profesionales de la salud, sino también transportistas, limpiadores, cuidadores a domicilio, tenderos, reponedores. El coraje de los inmigrantes para realizar trabajos esenciales, deberían avergonzarnos como país. Cada uno de ellos está promulgando la máxima de Franklin D Roosevelt: "El valor no es la ausencia de miedo, sino más bien la evaluación de que otra cosa es más importante que el miedo". ¿Qué otra cosa es el amor?
Entrevista a Iona Heath en Barcelona (2019)
Artículo traducido íntegramente: blog El Gerente de Mediado (Dr. Sergio Minué)