“Todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio al que acude a rezar de vez en cuando, un lugar lleno de amargura y pesar, en el que debe buscar explicación a sus fracasos”.
René Leriche
“Ante todo, no hagas daño” son las memorias del neurocirujano británico Henry Marsh (Salamandra, Brcelona 2016), en el que habla de sus sentimientos hacia el sistema en el que trabajó durante 30 años. Crítico, sin amarguras, por la falta de herramientas emocionales y por la dificultad para sobrellevar con el paso del tiempo los fracasos profesionales, comparte reflexiones que hacemos gran parte de los médicos, como la necesidad de encontrar un cierto equilibrio entre el distanciamiento, la compasión, la esperanza y el realismo.
Es difícil tomar decisiones que son una sentencia de muerte. "Los desastres se quedan más grabados que los éxitos, con el tiempo van quedando atrás, pero te pasan siempre factura. Esto es algo con lo que los cirujanos tenemos que vivir, y que sin embargo nos cuesta reconocer ante nuestros propios colegas, y aún más ante el público". Para este cirujano la medicina pública en Inglaterra está condicionada por la política y la economía, la eficiencia o la rentabilidad, dejando de lado los valores cualitativos y humanos, como la relación con los pacientes, la confianza o la profesionalidad. Los médicos no siempre estamos a la altura de la sensibilidad que requiere el sufrimiento humano, asumimos una cuota de poder que nos lleva fácilmente a la prepotencia, e incluso a corromper valores hipocráticos.
“Puedes tardar tres meses en aprender una operación de neurocirugía, pero se tardan al menos tres años en saber cuándo hay que operar y 30 en saber cuándo no hay que hacerlo. Más importante que el oficio en sí es la toma de decisiones. Ahora estoy más dispuesto a aceptar que dejar morir a alguien puede ser una mejor opción que operarlo, cuando existe una posibilidad muy pequeña de que esa persona pueda valerse por sí misma después de una intervención". Tenemos poca preparación para enfrentarnos a la muerte, pero aun así ciertas personas se enfrentan con madurez y dignidad al final de su vida.
"El tiempo del secretismo y de la condescendencia quedó atrás, necesitamos un nuevo contrato. Los pacientes deben ser tratados de igual a igual. No hay que ocultarles nada, aunque nunca hay que negarles la esperanza. Y los pacientes han de crecer también: han de ser más realistas sobre los límites de la medicina. No pueden esperar intervenciones milagrosas".
Más lecturas: El Cultural,
Henry Marsh, el explorador de cerebros (El País)
René Leriche
“Ante todo, no hagas daño” son las memorias del neurocirujano británico Henry Marsh (Salamandra, Brcelona 2016), en el que habla de sus sentimientos hacia el sistema en el que trabajó durante 30 años. Crítico, sin amarguras, por la falta de herramientas emocionales y por la dificultad para sobrellevar con el paso del tiempo los fracasos profesionales, comparte reflexiones que hacemos gran parte de los médicos, como la necesidad de encontrar un cierto equilibrio entre el distanciamiento, la compasión, la esperanza y el realismo.
Es difícil tomar decisiones que son una sentencia de muerte. "Los desastres se quedan más grabados que los éxitos, con el tiempo van quedando atrás, pero te pasan siempre factura. Esto es algo con lo que los cirujanos tenemos que vivir, y que sin embargo nos cuesta reconocer ante nuestros propios colegas, y aún más ante el público". Para este cirujano la medicina pública en Inglaterra está condicionada por la política y la economía, la eficiencia o la rentabilidad, dejando de lado los valores cualitativos y humanos, como la relación con los pacientes, la confianza o la profesionalidad. Los médicos no siempre estamos a la altura de la sensibilidad que requiere el sufrimiento humano, asumimos una cuota de poder que nos lleva fácilmente a la prepotencia, e incluso a corromper valores hipocráticos.
“Puedes tardar tres meses en aprender una operación de neurocirugía, pero se tardan al menos tres años en saber cuándo hay que operar y 30 en saber cuándo no hay que hacerlo. Más importante que el oficio en sí es la toma de decisiones. Ahora estoy más dispuesto a aceptar que dejar morir a alguien puede ser una mejor opción que operarlo, cuando existe una posibilidad muy pequeña de que esa persona pueda valerse por sí misma después de una intervención". Tenemos poca preparación para enfrentarnos a la muerte, pero aun así ciertas personas se enfrentan con madurez y dignidad al final de su vida.
"El tiempo del secretismo y de la condescendencia quedó atrás, necesitamos un nuevo contrato. Los pacientes deben ser tratados de igual a igual. No hay que ocultarles nada, aunque nunca hay que negarles la esperanza. Y los pacientes han de crecer también: han de ser más realistas sobre los límites de la medicina. No pueden esperar intervenciones milagrosas".
Más lecturas: El Cultural,
Henry Marsh, el explorador de cerebros (El País)