Diez años después, esta editorial de Juan Gérvas, aún sigue vigente. Pobres pacientes de cáncer... Decía cosas como éstas:
Pidió piedad Azaña para los españoles leales a la República y obtuvo la crueldad fría e inusitada de Franco y los vencedores. Las nuevas generaciones de médicos generales tienen dificultad para poner en su sitio la historia que se resume en esta frase, como si se refiriese a la de los godos. De la misma manera, criados al pecho de los especialistas desde su etapa de estudiantes, tienen dificultades para percibir la barbarie y crueldad, la falta de piedad, de una medicina especializada de la que todos somos, al menos, culpables por omisión. Milagrosamente los pacientes sobreviven a una medicina agresiva y despiadada, ajena a los valores de la dignidad humana, en la que la persona se cosifica y sumerge en el baño de la técnica, que todo lo soluciona.
A poco que se descuiden, los pacientes de cáncer mueren lejos de su familia y en medio de la aplicación de heroicas quimioterapias. Así, los médicos perdemos por completo la sensación de tener límites, lo que nos distinguió en el pasado de magos, charlatanes y curanderos. Ofrecemos milagros laicos, no importa que la etiología sea incierta, el pronóstico desfavorable y el tratamiento de naturaleza experimental. Lo que importa es la búsqueda heroica del resultado terapéutico, de la curación de "ese" cáncer, aunque la muerte llegue inexorable a causa de las metástasis. En lugar de ofrecer consuelo y dar analgesia y paz, seguimos el típico ciclo de la quimioterapia hasta el final. No hay un momento para reflexionar, para la piedad, y llega la muerte sin que la advirtamos ni le demos dignidad.
Necesitamos médicos que nos acompañen y asesoren frente y en la enfermedad; también para que sea posible morir con dignidad. La dignidad personal tiene que resolver la angustia del vivir y del morir. Para ello se exige una ética del “basta ya”, de saber dónde está el límite de la Medicina, de abandono del papel de magos que reclaman algunos especialistas, jaleados por algunos negociantes interesados, y por un público ansioso de conseguir la vida eterna en la Tierra. “Basta ya” es saber poner límites a nuestra actividad, tanto en lo que respecta al diagnóstico como al tratamiento. El ejemplo del ciclo de quimioterapia hasta expirar, hasta la tumba, es sólo el que más claramente clama al cielo y remueve nuestras conciencias personales y profesionales. Es el ejemplo extremo de falta de piedad, digno emblema del museo de los horrores médicos.
LEER ARTÍCULO ORIGINAL (Gérvas J, SEMERGEN 2003; 29 (11): 559-60.
Pidió piedad Azaña para los españoles leales a la República y obtuvo la crueldad fría e inusitada de Franco y los vencedores. Las nuevas generaciones de médicos generales tienen dificultad para poner en su sitio la historia que se resume en esta frase, como si se refiriese a la de los godos. De la misma manera, criados al pecho de los especialistas desde su etapa de estudiantes, tienen dificultades para percibir la barbarie y crueldad, la falta de piedad, de una medicina especializada de la que todos somos, al menos, culpables por omisión. Milagrosamente los pacientes sobreviven a una medicina agresiva y despiadada, ajena a los valores de la dignidad humana, en la que la persona se cosifica y sumerge en el baño de la técnica, que todo lo soluciona.
A poco que se descuiden, los pacientes de cáncer mueren lejos de su familia y en medio de la aplicación de heroicas quimioterapias. Así, los médicos perdemos por completo la sensación de tener límites, lo que nos distinguió en el pasado de magos, charlatanes y curanderos. Ofrecemos milagros laicos, no importa que la etiología sea incierta, el pronóstico desfavorable y el tratamiento de naturaleza experimental. Lo que importa es la búsqueda heroica del resultado terapéutico, de la curación de "ese" cáncer, aunque la muerte llegue inexorable a causa de las metástasis. En lugar de ofrecer consuelo y dar analgesia y paz, seguimos el típico ciclo de la quimioterapia hasta el final. No hay un momento para reflexionar, para la piedad, y llega la muerte sin que la advirtamos ni le demos dignidad.
Necesitamos médicos que nos acompañen y asesoren frente y en la enfermedad; también para que sea posible morir con dignidad. La dignidad personal tiene que resolver la angustia del vivir y del morir. Para ello se exige una ética del “basta ya”, de saber dónde está el límite de la Medicina, de abandono del papel de magos que reclaman algunos especialistas, jaleados por algunos negociantes interesados, y por un público ansioso de conseguir la vida eterna en la Tierra. “Basta ya” es saber poner límites a nuestra actividad, tanto en lo que respecta al diagnóstico como al tratamiento. El ejemplo del ciclo de quimioterapia hasta expirar, hasta la tumba, es sólo el que más claramente clama al cielo y remueve nuestras conciencias personales y profesionales. Es el ejemplo extremo de falta de piedad, digno emblema del museo de los horrores médicos.
LEER ARTÍCULO ORIGINAL (Gérvas J, SEMERGEN 2003; 29 (11): 559-60.