Para muchas personas (probablemente la mayoría), vivir sin capacidad para pensar y expresarse por sí mismas, es una vida desprovista de dignidad y de sentido. Por eso han solicitado ayuda para morir en su testamento vital.
Para comprender por qué su situación, como dice la Ley de eutanasia, está “asociada un sufrimiento físico o psíquico constante e intolerable para quien lo padece” es fundamental darse cuenta de que no estamos hablando solo de la biología, del dolor o los trastornos de conducta asociados al daño irreversible de los circuitos neuronales, sino sobre todo de la biografía de la persona que solicita ayuda para morir. Su voluntad anticipada es su historia, su relato. Si queremos acompañarla, encontrarnos con su ser, deberemos conocer esa historia. Si la respetamos como ser humano, procuraremos que se cumpla su voluntad.
El libro Bioética narrativa (2020, de Tomás Domingo Moratalla y Lydia Feito) es un texto excelente para acercarse al complejo concepto del sufrimiento, que no es otro que el de la natuiraleza humana.
A continuación, se copian sólo algunas referencias a Ortega y Gasset (el resto, más adelante, quizás…).
Para comprender por qué su situación, como dice la Ley de eutanasia, está “asociada un sufrimiento físico o psíquico constante e intolerable para quien lo padece” es fundamental darse cuenta de que no estamos hablando solo de la biología, del dolor o los trastornos de conducta asociados al daño irreversible de los circuitos neuronales, sino sobre todo de la biografía de la persona que solicita ayuda para morir. Su voluntad anticipada es su historia, su relato. Si queremos acompañarla, encontrarnos con su ser, deberemos conocer esa historia. Si la respetamos como ser humano, procuraremos que se cumpla su voluntad.
El libro Bioética narrativa (2020, de Tomás Domingo Moratalla y Lydia Feito) es un texto excelente para acercarse al complejo concepto del sufrimiento, que no es otro que el de la natuiraleza humana.
A continuación, se copian sólo algunas referencias a Ortega y Gasset (el resto, más adelante, quizás…).
Contando y narrando, podemos comprender mejor nuestro mundo y a nosotros mismos. La narración es buen recurso para sentirnos libres, para dejar volar nuestra imaginación y así soñar posibilidades y al mismo tiempo soñarnos a nosotros mismos. Ancestral y espontánea, esta forma de saber ofrece a la medicina importantes habilidades (pág. 20). Con Cervantes, y con la novela, apareció otra forma de mirar y comprender. El mundo apareció como ambigüedad, y la verdad absoluta, dividida en multitud de verdades relativas -tantas como personajes- tenía “como única certeza la sabiduría de lo incierto” (23).
Decía Ortega: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo” (Meditaciones del Quijote, 1914). La propuesta filosófica de Ortega gira entorno a una nueva concepción del ser humano y una nueva concepción de la razón, lo que él llama “razón vital”. No somos una realidad separada del mundo; nuestra vida se define en el diálogo con el mundo y las circunstancias. “Y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, la dimensión práctica y aplicada de la filosofía orteguiana es notoria (24).
La filosofía de Ortega es “raciovitalista”. La realidad radical desde donde tiene que partir cualquier construcción humana, sea teórica, sea social, cultural o física, es la vida, y no partir desde las cosas (o los hechos que diría el positivismo) o desde las ideas (que hace el idealismo). Pero la vida es, como acabo de mencionar, quehacer; no está dada desde el principio, no hay un “manual de instrucciones” que tengamos únicamente que seguir. La vida humana se define por su variabilidad, su flexibilidad y cambio. Esto tan sencillo de decir es algo que supone en mi pensamiento y en la vida un cambio radical. Al aceptar esta caracterización de la vida, hemos de dejar de pensarla, como cosa, como hecho, y pasar a pensarla como drama, como algo que acontece. Y no es que sepamos que algo cambia, sino que somos precisamente ese cambio, esa forma de transcurrir. Por tanto, cualquier consideración del humano tendrá que contar con este principio.
Esto también es lo que le lleva a distinguir en el ser humano lo biológico de lo biográfico. Somos biología pero somos más radicalmente biografía. La biología no es más que una actividad que hacemos en nuestra vida (25). La enfermedad no es solo un hecho biológico, sino también, y fundamentalmente, biográfico. Tan importante es el elemento físico biológico como la vivencia de esa realidad física. No solo es cuestión de hechos, también de sentido.
La vida humana se compone de vivencias, es decir, de diálogo entre lo externo y lo interno, lo biológico y lo biográfico que se va a constituyendo. La sucesión de vivencias, el drama de nuestra vida, no sucede de una forma arbitraria, sino que tiene un modo de ser propio, tiene una racionalidad característica. A esto también se refiere Ortega con la idea de razón vital. La vida es racional, pero una razón propia. Por tanto, si queremos pensar la vida, decir algo de la vida, desde la filosofía, desde la antropología, desde cualquier saber sobre nosotros mismos (también desde la medicina o la bioética), necesitamos un método adecuado, una forma de racionalidad adecuada (26).
La realidad del hombre, lo humano del hombre, no es su cuerpo, ni siquiera su alma, sino que es su vida, lo que le pasa. Porque el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene… historia. Carece de sentido decir de la piedra que le pasa caer hacia el centro de la tierra, porque la piedra no es sino eso. Su ser es la gravitación. Pero el hombre no tiene un ser, una consistencia fija y determinada. Si a la piedra le pasa lo que ella es ya de por sí, el hombre, por el contrario, no es sino lo que le pasa.
Si consideramos lo humano con la pupila quieta, lo deshumanizamos. Lo que ha hecho muchas veces la medicina moderna es fijar los humanos, olvidar que el paciente es biografía y no solo biología, y así, deshumanizamos al paciente (27).
No hay más encuentro con el ser que el que me suministran las historias. Las cosas, el mundo, aparece en la narración que hacemos de las cosas; las historias en las que las cosas aparecen son constitutivas de su ser cosa. Es decir, no existen las cosas y luego los relatos que hacemos sobre ellas, sino que las cosas se dan (como habla la fenomenología) en relatos, en historias. Por tanto, el lugar privilegiado para describir el mundo no es la percepción, como hacía la propia fenomenología, el positivismo o la tradición occidental, en definitiva, sino las historias, las pequeñas historias cotidianas donde pueden anudarse otras historias y otras interpretaciones y teorías (30).
El gran olvido de la filosofía occidental no es el olvido del ser, sino el olvido de las historias, de los relatos. Las cosas no son sustancias (fijas, estables, inamovibles), sino relaciones, dadas y expresadas en narraciones. El concepto de “enredados en historias”, es clave en el llamado giro narrativo”, de gran influencia (31).
Decía Ortega: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo” (Meditaciones del Quijote, 1914). La propuesta filosófica de Ortega gira entorno a una nueva concepción del ser humano y una nueva concepción de la razón, lo que él llama “razón vital”. No somos una realidad separada del mundo; nuestra vida se define en el diálogo con el mundo y las circunstancias. “Y si no la salvo a ella, no me salvo yo”, la dimensión práctica y aplicada de la filosofía orteguiana es notoria (24).
La filosofía de Ortega es “raciovitalista”. La realidad radical desde donde tiene que partir cualquier construcción humana, sea teórica, sea social, cultural o física, es la vida, y no partir desde las cosas (o los hechos que diría el positivismo) o desde las ideas (que hace el idealismo). Pero la vida es, como acabo de mencionar, quehacer; no está dada desde el principio, no hay un “manual de instrucciones” que tengamos únicamente que seguir. La vida humana se define por su variabilidad, su flexibilidad y cambio. Esto tan sencillo de decir es algo que supone en mi pensamiento y en la vida un cambio radical. Al aceptar esta caracterización de la vida, hemos de dejar de pensarla, como cosa, como hecho, y pasar a pensarla como drama, como algo que acontece. Y no es que sepamos que algo cambia, sino que somos precisamente ese cambio, esa forma de transcurrir. Por tanto, cualquier consideración del humano tendrá que contar con este principio.
Esto también es lo que le lleva a distinguir en el ser humano lo biológico de lo biográfico. Somos biología pero somos más radicalmente biografía. La biología no es más que una actividad que hacemos en nuestra vida (25). La enfermedad no es solo un hecho biológico, sino también, y fundamentalmente, biográfico. Tan importante es el elemento físico biológico como la vivencia de esa realidad física. No solo es cuestión de hechos, también de sentido.
La vida humana se compone de vivencias, es decir, de diálogo entre lo externo y lo interno, lo biológico y lo biográfico que se va a constituyendo. La sucesión de vivencias, el drama de nuestra vida, no sucede de una forma arbitraria, sino que tiene un modo de ser propio, tiene una racionalidad característica. A esto también se refiere Ortega con la idea de razón vital. La vida es racional, pero una razón propia. Por tanto, si queremos pensar la vida, decir algo de la vida, desde la filosofía, desde la antropología, desde cualquier saber sobre nosotros mismos (también desde la medicina o la bioética), necesitamos un método adecuado, una forma de racionalidad adecuada (26).
La realidad del hombre, lo humano del hombre, no es su cuerpo, ni siquiera su alma, sino que es su vida, lo que le pasa. Porque el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene… historia. Carece de sentido decir de la piedra que le pasa caer hacia el centro de la tierra, porque la piedra no es sino eso. Su ser es la gravitación. Pero el hombre no tiene un ser, una consistencia fija y determinada. Si a la piedra le pasa lo que ella es ya de por sí, el hombre, por el contrario, no es sino lo que le pasa.
Si consideramos lo humano con la pupila quieta, lo deshumanizamos. Lo que ha hecho muchas veces la medicina moderna es fijar los humanos, olvidar que el paciente es biografía y no solo biología, y así, deshumanizamos al paciente (27).
No hay más encuentro con el ser que el que me suministran las historias. Las cosas, el mundo, aparece en la narración que hacemos de las cosas; las historias en las que las cosas aparecen son constitutivas de su ser cosa. Es decir, no existen las cosas y luego los relatos que hacemos sobre ellas, sino que las cosas se dan (como habla la fenomenología) en relatos, en historias. Por tanto, el lugar privilegiado para describir el mundo no es la percepción, como hacía la propia fenomenología, el positivismo o la tradición occidental, en definitiva, sino las historias, las pequeñas historias cotidianas donde pueden anudarse otras historias y otras interpretaciones y teorías (30).
El gran olvido de la filosofía occidental no es el olvido del ser, sino el olvido de las historias, de los relatos. Las cosas no son sustancias (fijas, estables, inamovibles), sino relaciones, dadas y expresadas en narraciones. El concepto de “enredados en historias”, es clave en el llamado giro narrativo”, de gran influencia (31).