En un relato de Pío Baroja, un tabernero de un pueblo de Euskal Herria, postrado en la cama y rodeado de sus amigos, les dice: "Bueno, ¡adiós!" Se da la vuelta y se muere. El personaje muere muriéndose, como diría Castilla del Pino, es decir, experimentando su propia muerte, consciente de que termina su vida biológica y con ella su vida biográfica. Es una muerte "domesticada", solidaria, acompañada, en la que el agonizante preside su propia desaparición junto a su familia y su entorno. Algo impensable hoy en día en que la muerte ha sustituido al antiguo tabú sobre el sexo y se ha convertido en una nueva categoría de lo obsceno, de lo impronunciable, en algo que se oculta y sobre lo que se considera de mal gusto reflexionar, debatir o filosofar.
Un ejemplo de la modernidad capitalista era el libro de estilo de Playboy, que prohibía "hablar de niños, de cárceles, de desgracias, de ancianos y de enfermedades. Pero sobre todo queda terminantemente prohibido hablar de muerte''. Todo un símbolo.
Un ejemplo de la modernidad capitalista era el libro de estilo de Playboy, que prohibía "hablar de niños, de cárceles, de desgracias, de ancianos y de enfermedades. Pero sobre todo queda terminantemente prohibido hablar de muerte''. Todo un símbolo.