Magnífico artículo de José R. Loaissa, médico de urgencias en Navarra, sobre la pandemia, en el que expresa sus dudas sobre la eficacia de medidas drásticas que no se pueden mantener en el tiempo. Por ejemplo, el confinamiento de toda la población, en lugar de la protección de las personas más vulnerables (mayores y otras personas de riesgo).
Necesitamos “abandonar una narrativa dirigida a mantener la psicosis social” y apoyar decididamente a las personas desfavorecidas. Necesitamos lanzar mensajes de tranquilidad razonablemente positivos, sin amedrentar informativamente a la población. De lo contrario, “las medidas de los gobiernos, y sus políticas comunicativas, pueden resultar más letales que el propio virus”.
“Se inició la desescalada sin definir la “partitura” de la danza. Se toman medidas sin evidencia científica, como la mascarilla al aire libre, adecuada en un espacio cerrado, pero solo recomendable en la calle para las personas vulnerables. Pero su función no es evitar los contagios, sino “mantener la tensión social y el miedo, percepciones y sentimientos que nos están saliendo muy caros. El estrés genera enfermedad, y cuando es colectivo, sus repercusiones son muy graves” (quizás haya provocado ya más muertes que el Coronavirus en el ámbito comunitario).
El Gobierno “ha abordado la pandemia imponiendo restricciones a relacionarse, abrazarse, divertirse, practicar el sexo, asistir a eventos placenteros, aprender del resto, o conocer nuevas experiencias. Se han eliminado interacciones esenciales para la vida humana que no pueden ser reemplazadas por la relaciones virtuales. Se defiende la vida contra la vida misma, una vida sin contenido, vacía, basada en la renuncia a la propia alegría de vivir, a las actividades que dan placer y sentido a la vida que hemos elegido libremente. Se propone un devenir biológico, en vez de la posibilidad de experimentar momentos en los que nos sentimos felices con nuestras elecciones y con nuestras decisiones responsables”.
“Se ha fomentado la irracionalidad de la reacción visceral, y no se ha dejado espacio para el debate basado en los análisis objetivos y ponderados, cuando lo que la salud pública requiere son medidas equilibradas y que tomen en consideración la totalidad de los efectos en todas las áreas (sanitaria, social, económica). Todo esto ha dividido a la población entre la fidelidad a la “versión oficial” y quienes discrepan, sin posibilidad de un dialogo constructivo”.
“La clave era proteger a la población vulnerable que ya estaba confinada, y no paralizar la vida económica y social. Aun así, las cifras no se acercan a las previsiones catastróficas de algunos “modelos”, en prácticamente ningún país, independientemente de las medidas adoptadas”.
Necesitamos “abandonar una narrativa dirigida a mantener la psicosis social” y apoyar decididamente a las personas desfavorecidas. Necesitamos lanzar mensajes de tranquilidad razonablemente positivos, sin amedrentar informativamente a la población. De lo contrario, “las medidas de los gobiernos, y sus políticas comunicativas, pueden resultar más letales que el propio virus”.
“Se inició la desescalada sin definir la “partitura” de la danza. Se toman medidas sin evidencia científica, como la mascarilla al aire libre, adecuada en un espacio cerrado, pero solo recomendable en la calle para las personas vulnerables. Pero su función no es evitar los contagios, sino “mantener la tensión social y el miedo, percepciones y sentimientos que nos están saliendo muy caros. El estrés genera enfermedad, y cuando es colectivo, sus repercusiones son muy graves” (quizás haya provocado ya más muertes que el Coronavirus en el ámbito comunitario).
El Gobierno “ha abordado la pandemia imponiendo restricciones a relacionarse, abrazarse, divertirse, practicar el sexo, asistir a eventos placenteros, aprender del resto, o conocer nuevas experiencias. Se han eliminado interacciones esenciales para la vida humana que no pueden ser reemplazadas por la relaciones virtuales. Se defiende la vida contra la vida misma, una vida sin contenido, vacía, basada en la renuncia a la propia alegría de vivir, a las actividades que dan placer y sentido a la vida que hemos elegido libremente. Se propone un devenir biológico, en vez de la posibilidad de experimentar momentos en los que nos sentimos felices con nuestras elecciones y con nuestras decisiones responsables”.
“Se ha fomentado la irracionalidad de la reacción visceral, y no se ha dejado espacio para el debate basado en los análisis objetivos y ponderados, cuando lo que la salud pública requiere son medidas equilibradas y que tomen en consideración la totalidad de los efectos en todas las áreas (sanitaria, social, económica). Todo esto ha dividido a la población entre la fidelidad a la “versión oficial” y quienes discrepan, sin posibilidad de un dialogo constructivo”.
“La clave era proteger a la población vulnerable que ya estaba confinada, y no paralizar la vida económica y social. Aun así, las cifras no se acercan a las previsiones catastróficas de algunos “modelos”, en prácticamente ningún país, independientemente de las medidas adoptadas”.