Ahora bien, ¿Podemos ayudar a morir a personas con demencia? La situación es paradójica. En la demencia avanzada esa persona ya no está, no recuerda, no sabe quién es y quizás ni siquiera cómo o cuánto sufre. Lo más intolerable para ella no sería su sufrimiento, sino su falta de dignidad, pero no para ella, que ya no se entera, sino para los demás, que sí recuerdan la persona que era.
Para evitar las distracciones de las falacias que se utilizan contra la eutanasia, como la omnipotencia de los paliativos (con los que supuestamente nadie sufriría, y por eso no habría solicitudes de eutanasia) y la pendiente resbaladiza (la muerte voluntaria de unas persona nos conducirá de forma irremediable al homicidio de otras contra su voluntad, una profecía que los datos de Benelux, Suiza, EEUU o Canadá demuestran que es rotundamente falsa), es necesario situar la eutanasia en su contexto real.
Lo que determina la voluntad de morir no es solo una mala calidad de vida, por un diagnóstico de enfermedad. Por eso, regular la eutanasia no es un juicio de valor, del Estado o de la sociedad, sobre la calidad de vida de las personas, sino una alternativa, un permiso, para aquellas que desean morir. ¿Por qué, en los países donde se ha regulado la muerte voluntaria, más del 90% de las personas muere de forma natural? Porque ese permiso no basta. La clave es la experiencia de sufrimiento, que no necesariamente significa padecer síntomas como dolor, dificultad respiratoria, debilidad o ansiedad. Sufrimiento también es preocupación por un futuro que de forma inexorable conducirá a la dependencia. Una experiencia que puede llegar a ser constante e intolerable para una persona, dependiendo de su biografía, su forma de estar en el mundo, su manera de vivir el deterioro, sus expectativas y su profundo deseo de no ser una carga, de dejar de vivir antes de necesitar ser cuidada por otras personas (sobre todo sus familiares). Nos puede parecer bien o mal, pero respetar a la persona no implica solo cuidar de su cuerpo, sino también aceptar sus propios valores, su concepto de dignidad, algo que les resulta difícil a los que se acercan a la eutanasia con prejuicios morales o religiosos.
¿Por qué sufre una persona con demencia leve? ¿Por las pérdidas actuales o por lo que vendrá? Quizás no sufra tanto “de forma constante e intolerable” por su situación actual, como por el futuro que se le viene encima, por esa sucesión de pérdidas que caracteriza el proceso de demencia que –a su juicio, de acuerdo con sus valores y su manera de entender su vida- provocará que su vida carezca de sentido y sea indigna de ser vivida. Si la ley le garantizara a esa persona que en el momento en que se produzcan esos cambios temidos recibirían ayuda para morir, ¿Aplazarían su decisión de morir?
No lo sabemos, la eutanasia nos ofrece la posibilidad de explorarlo, de poner todos los recursos paliativos y psicosociales sobre la mesa, respetando los valores de cada persona, ayudándola a finalizar su proyecto vital cuando ella, en el momento presente o con anterioridad en su testamento vital, haya decidido que su biografía ha terminado.
Texto publicado en la revista PERROFLAUTAS.NEWS, VIII Muestra de Cine Social y Derechos Humanos de Asturias MUSOC 2020.