
A una persona en duelo le diría que antes que ella, muchas otras estuvieron ahí, paralizadas por el dolor de la pérdida, que muerde como un perro, sin comprender nada, vacías por dentro, inmensamente tristes, atónitas ante tanto sufrimiento... Ya lo sé que eso, lo que le pase a los demás, no importa, pero consuela, porque no somos tan distintos unos de otros.
El duelo no es una enfermedad, es la vida, la ausencia, que duele y que dolerá siempre. Sentir es vivir, el reto es que el ausente ocupe un lugar en la memoria que no impida seguir viviendo.
Sándor Márai refllejó en su libro Diarios 1984-1989 su experiencia y la de su mujer durante sus últimos años. En dos entradas anteriores (me gustaría sentir nostalgia por algo y ¿qué me queda por vivir?) ya seleccioné algunos párrafos.
"Hacía años que íbamos de médico en médico (son seres repugnantes, mercachifles que venden estómagos, ojos, corazones, pocos hay que muestren un atisbo de humanidad). Ahora me siento liberado porque yo no soy responsable de ella, de su salud, no tengo que devanarme los sesos pensando qué más debería hacer. La carta de despedida del médico para el entierro reza: "tenía cáncer, no pudimos hacer nada más." Hay momentos en que me siento arrebatado por una rabia e ira irracionales, enfadado con Dios (si existe) porque ha sido implacable y ha tolerado que ella sufriera. Después me sobreviene un gran cansancio, indiferencia. El dolor, como un perro rabioso, me asalta inesperadamente en la oscuridad, me pega un mordisco que me arranca un grito. Después desaparece y otra vez se instala la indiferencia. El mismo vacío que se produjo en el momento de su muerte, que nada es capaz de llenar, un vacío absoluto. Murió como una planta noble, helada por una inesperada ráfaga de viento glacial. Se la traga del océano y en su lugar queda la Nada que está más presente que cualquier otra cosa que exista".
El duelo no es una enfermedad, es la vida, la ausencia, que duele y que dolerá siempre. Sentir es vivir, el reto es que el ausente ocupe un lugar en la memoria que no impida seguir viviendo.
Sándor Márai refllejó en su libro Diarios 1984-1989 su experiencia y la de su mujer durante sus últimos años. En dos entradas anteriores (me gustaría sentir nostalgia por algo y ¿qué me queda por vivir?) ya seleccioné algunos párrafos.
"Hacía años que íbamos de médico en médico (son seres repugnantes, mercachifles que venden estómagos, ojos, corazones, pocos hay que muestren un atisbo de humanidad). Ahora me siento liberado porque yo no soy responsable de ella, de su salud, no tengo que devanarme los sesos pensando qué más debería hacer. La carta de despedida del médico para el entierro reza: "tenía cáncer, no pudimos hacer nada más." Hay momentos en que me siento arrebatado por una rabia e ira irracionales, enfadado con Dios (si existe) porque ha sido implacable y ha tolerado que ella sufriera. Después me sobreviene un gran cansancio, indiferencia. El dolor, como un perro rabioso, me asalta inesperadamente en la oscuridad, me pega un mordisco que me arranca un grito. Después desaparece y otra vez se instala la indiferencia. El mismo vacío que se produjo en el momento de su muerte, que nada es capaz de llenar, un vacío absoluto. Murió como una planta noble, helada por una inesperada ráfaga de viento glacial. Se la traga del océano y en su lugar queda la Nada que está más presente que cualquier otra cosa que exista".