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Según el autor de esta entrada, en la cultura americana la muerte está envuelta en un espeso silencio que estigmatiza cualquier discusión sobre la muerte, excepto en las empresas funerarias y los grupos de duelo.
A menudo la gente se avergüenza de su interés por la muerte y no dispone de un espacio seguro y reflexivo para hablar de ella.
A menudo la gente se avergüenza de su interés por la muerte y no dispone de un espacio seguro y reflexivo para hablar de ella.
En el libro El humo se mete en tus ojos: y otras lecciones del crematorio, su autora Caitlin Doughty se pregunta cómo podemos, colectivamente, revolucionar nuestra forma de hablar personalmente y tratar profesionalmente con la muerte, proponiendo que es importante disponer de un espacio en el que podamos pensar sobre nuestra propia muerte, conversar acerca de cómo podemos cuidar mejor a las personas que mueren, cómo innovar en los ritos funerarios y cómo ofrecer después una mejor atención al duelo de los seres queridos. Este espacio se llama Positive Death, que bien podría traducirse como La Buena Muerte (eutanasia, en sentido etimológico).
La Buena Muerte crea un espacio para que las personas se involucren en un tema tabú, para promover un cambio personal y político: garantizar que todas las personas tengan acceso a una información justa, honesta y equitativa sobre la muerte, permitiendo que la gente manifieste su miedo a la muerte.
La buena muerte depende de poderosos factores sociales, por lo que su definición variará según las diferentes culturas. Generalmente, la buena muerte es aquella en la que se respetan los deseos de cada persona, acontece relativamente libre de dolor, en un ambiente solidario y digno. Nosotros mismos podemos controlar la "bondad" de nuestra propia muerte. Los defensores de la buena muerte trabajan para aumentar este autocontrol proporcionando educación y asesoramiento legal, explicando cómo los médicos son entrenados para mantener la vida, con la finalidad de crear una sociedad en la que cada vez más personas tengan acceso a una buena muerte.
Por contraposición, las malas muertes son trágicas, inesperadas y violentas (niños y jóvenes en accidentes de tráfico, desastres naturales, etc.). Sin embargo, para Caitlin Doughty no hay muertes buenas y malas, sino que son nuestros miedos personales y culturales los que las moldean. Si excluimos lo que no podemos controlar por inesperado, porque es producto del azar, la mala muerte es aquella en las que las personas no tienen ningún control sobre sus decisiones, con una atención médica indigna, con prolongados procesos de agonía, sin familia ni apoyos, en un sistema que no presta suficiente atención al sufrimiento y en el que el cuerpo es despreciado al final de su vida.
La mayoría de la gente espera morir bien, no sufrir, llegar a viejos, estar rodeados de personas queridas que respetan sus deseos. Es cierto que cualquiera puede acceder a una buena muerte: personas de todo tipo e identidad mueren con dignidad, con los cuidados que ellas eligen, rodeadas de personas en las que confían. Pero ¿Quién tiene más probabilidades de vivir una buena o una mala muerte? No podemos hablar de Buena Muerte sin abordar la desigualdad social. Por ejemplo, los accidentes suceden, los jóvenes se enferman, no se respetan los deseos de las personas. Pero, ¿quién verá con más probabilidad el rostro de una mala muerte? ¿Quién es desproporcionalmente más propenso a enfrentarse a la violencia, la enfermedad y la tragedia repentina? Los estadounidenses negros tienen el doble de probabilidad que los blancos americanos de ser asesinados por agentes de policía. No hay buena muerte con racismo. Las personas transgénero se enfrentan a una discriminación sistémica que da lugar a injustas disparidades en la salud. No hay buena muerte sin justicia. Los sistemas de opresión están interconectados: género, raza, clase, educación, habilidad, todos impactan en la gente al mismo tiempo. Esto significa que una persona puede ser oprimida por algunos sistemas y privilegiada por otros.
La pobreza tiene un impacto enorme en cómo una persona vivirá y morirá, la violencia sistémica, la discriminación racial y de clase conduce a un trauma intergeneracional, la salud mental afecta el cuidado al final de la vida.
Conclusión: No se puede defender el derecho a la disponibilidad de la propia vida sin defender todos los derechos humanos (a la vivienda, a la educación, a la sanidad, a recuperrar atus seres queridos de las cunetas..). Por ello, la Buena Muerte exige del activismo social, abordando un tema estigmatizado para mejorar nuestra calidad de vida y de muerte. Defender la eutanasia, crear una nueva cultura de la muerte, para que ésta sea más justa y más libre, exige además posicionarse claramente y en voz alta en defensa de la justicia social, comprometerse contra todo aquello que contribuye a que la buena muerte siga siendo un privilegio.
La Buena Muerte crea un espacio para que las personas se involucren en un tema tabú, para promover un cambio personal y político: garantizar que todas las personas tengan acceso a una información justa, honesta y equitativa sobre la muerte, permitiendo que la gente manifieste su miedo a la muerte.
La buena muerte depende de poderosos factores sociales, por lo que su definición variará según las diferentes culturas. Generalmente, la buena muerte es aquella en la que se respetan los deseos de cada persona, acontece relativamente libre de dolor, en un ambiente solidario y digno. Nosotros mismos podemos controlar la "bondad" de nuestra propia muerte. Los defensores de la buena muerte trabajan para aumentar este autocontrol proporcionando educación y asesoramiento legal, explicando cómo los médicos son entrenados para mantener la vida, con la finalidad de crear una sociedad en la que cada vez más personas tengan acceso a una buena muerte.
Por contraposición, las malas muertes son trágicas, inesperadas y violentas (niños y jóvenes en accidentes de tráfico, desastres naturales, etc.). Sin embargo, para Caitlin Doughty no hay muertes buenas y malas, sino que son nuestros miedos personales y culturales los que las moldean. Si excluimos lo que no podemos controlar por inesperado, porque es producto del azar, la mala muerte es aquella en las que las personas no tienen ningún control sobre sus decisiones, con una atención médica indigna, con prolongados procesos de agonía, sin familia ni apoyos, en un sistema que no presta suficiente atención al sufrimiento y en el que el cuerpo es despreciado al final de su vida.
La mayoría de la gente espera morir bien, no sufrir, llegar a viejos, estar rodeados de personas queridas que respetan sus deseos. Es cierto que cualquiera puede acceder a una buena muerte: personas de todo tipo e identidad mueren con dignidad, con los cuidados que ellas eligen, rodeadas de personas en las que confían. Pero ¿Quién tiene más probabilidades de vivir una buena o una mala muerte? No podemos hablar de Buena Muerte sin abordar la desigualdad social. Por ejemplo, los accidentes suceden, los jóvenes se enferman, no se respetan los deseos de las personas. Pero, ¿quién verá con más probabilidad el rostro de una mala muerte? ¿Quién es desproporcionalmente más propenso a enfrentarse a la violencia, la enfermedad y la tragedia repentina? Los estadounidenses negros tienen el doble de probabilidad que los blancos americanos de ser asesinados por agentes de policía. No hay buena muerte con racismo. Las personas transgénero se enfrentan a una discriminación sistémica que da lugar a injustas disparidades en la salud. No hay buena muerte sin justicia. Los sistemas de opresión están interconectados: género, raza, clase, educación, habilidad, todos impactan en la gente al mismo tiempo. Esto significa que una persona puede ser oprimida por algunos sistemas y privilegiada por otros.
La pobreza tiene un impacto enorme en cómo una persona vivirá y morirá, la violencia sistémica, la discriminación racial y de clase conduce a un trauma intergeneracional, la salud mental afecta el cuidado al final de la vida.
Conclusión: No se puede defender el derecho a la disponibilidad de la propia vida sin defender todos los derechos humanos (a la vivienda, a la educación, a la sanidad, a recuperrar atus seres queridos de las cunetas..). Por ello, la Buena Muerte exige del activismo social, abordando un tema estigmatizado para mejorar nuestra calidad de vida y de muerte. Defender la eutanasia, crear una nueva cultura de la muerte, para que ésta sea más justa y más libre, exige además posicionarse claramente y en voz alta en defensa de la justicia social, comprometerse contra todo aquello que contribuye a que la buena muerte siga siendo un privilegio.