Compañeros de viaje es un documental sobre cómo abordar la muerte. Morir puede ser un bucólico paisaje de puesta de sol, pero también un infierno, cuando la experiencia de sufrimiento para esa persona es absurda. La diferencia no depende tanto de la asistencia recibida, como del sentido de la vida a pesar del sufrimiento, de la biografía de cada individuo, de sus valores, en definitiva de su libertad para aceptar o no lo que le depara el destino.
¿Y si en ese contexto el enfermo decide adelantar su muerte? Si el enfermo dice "basta, aquí me quedo", la única opción coherente con la filosofía paliativa, con ese espíritu de la delicadeza, es ayudarle a morir. En estos casos, como en todos, respetar su voluntad es la única manera de tratar de que el infierno se convierta en una puesta de sol.
Compañeros de viaje es un magnífico documental sobre el proceso de morir, que aborda con claridad muchos temas interesantes: Los objetivos de los cuidados paliativos (aliviar el sufrimiento, mejorar el confort, morir sin dolor, agitación o angustia). La sedación paliativa, cuando las medidas que no disminuyen la conciencia ya se han agotado. La necesidad de preservar la dignidad durante el proceso de muerte. Esa jaula de incomunicación que es la conspiración del silencio, en la que se simula que no llegará la muerte. La culpa por desear la muerte del enfermo para que no sufra, un sentimiento lícito, pero socialmente no aceptado. Las fases del proceso. La necesidad del enfermo de desapegarse, de prescindir de los demás y del mundo. La conveniencia de los seres queridos de dejar marchar al enfermo, permitirle esa desvinculación y darle permiso para morir, quitándole drama al asunto, riéndose con el enfermo, sin obligarle a nada, ni siquiera a comer. En un tiempo en el que surgen preguntas acerca del sentido de la vida, de los valores, en el que la persona hace una reconstrucción de su propia vida para encontrarle un significado, para reconciliarse, reviviendo momentos felices, agradeciendo a quien sea, o a nadie, el tiempo pasado. La necesidad de cerrar el ciclo vital, cambiando las prioridades: lo más importante es sentirnos queridos y poder querer, vivir esa trascendencia.
La muerte no tiene que ser aterradora o triste. También puede ser aceptada con profunda paz. Una muerte serena es de gran consuelo para los acompañantes. Vivir ese proceso de morir es una fuente de satisfacción para los acompañantes, un motivo para sentirse bien consigo mismos: “Lo he hecho todo, no pensaba que iba a ser capaz de ser tan fuerte. Me enfrenté cara a cara con la vida”, dice una viuda. “Cuanto más amas, más personas caben en tu corazón; la muerte es una escuela de vida”, comenta en un momento muy emotivo una profesional.
"El acompañamiento a una persona al final de su vida es un tiempo de convivencia que puede ser muy rico, un tiempo de compartir, de ganar en coherencia personal. No se trata de decir nada, de hacer nada, se trata de escuchar, de estar ahí, tratando de poner palabras a lo que se está viviendo, de explorar el camino que transita la otra persona. Sentirse escuchado es una experiencia que libera el alma, a la vez que esa transmisión de una historia de vida es un legado que servirá a los que se quedan durante toda su vida".
Compañeros de viaje es un magnífico documental sobre el proceso de morir, que aborda con claridad muchos temas interesantes: Los objetivos de los cuidados paliativos (aliviar el sufrimiento, mejorar el confort, morir sin dolor, agitación o angustia). La sedación paliativa, cuando las medidas que no disminuyen la conciencia ya se han agotado. La necesidad de preservar la dignidad durante el proceso de muerte. Esa jaula de incomunicación que es la conspiración del silencio, en la que se simula que no llegará la muerte. La culpa por desear la muerte del enfermo para que no sufra, un sentimiento lícito, pero socialmente no aceptado. Las fases del proceso. La necesidad del enfermo de desapegarse, de prescindir de los demás y del mundo. La conveniencia de los seres queridos de dejar marchar al enfermo, permitirle esa desvinculación y darle permiso para morir, quitándole drama al asunto, riéndose con el enfermo, sin obligarle a nada, ni siquiera a comer. En un tiempo en el que surgen preguntas acerca del sentido de la vida, de los valores, en el que la persona hace una reconstrucción de su propia vida para encontrarle un significado, para reconciliarse, reviviendo momentos felices, agradeciendo a quien sea, o a nadie, el tiempo pasado. La necesidad de cerrar el ciclo vital, cambiando las prioridades: lo más importante es sentirnos queridos y poder querer, vivir esa trascendencia.
La muerte no tiene que ser aterradora o triste. También puede ser aceptada con profunda paz. Una muerte serena es de gran consuelo para los acompañantes. Vivir ese proceso de morir es una fuente de satisfacción para los acompañantes, un motivo para sentirse bien consigo mismos: “Lo he hecho todo, no pensaba que iba a ser capaz de ser tan fuerte. Me enfrenté cara a cara con la vida”, dice una viuda. “Cuanto más amas, más personas caben en tu corazón; la muerte es una escuela de vida”, comenta en un momento muy emotivo una profesional.
"El acompañamiento a una persona al final de su vida es un tiempo de convivencia que puede ser muy rico, un tiempo de compartir, de ganar en coherencia personal. No se trata de decir nada, de hacer nada, se trata de escuchar, de estar ahí, tratando de poner palabras a lo que se está viviendo, de explorar el camino que transita la otra persona. Sentirse escuchado es una experiencia que libera el alma, a la vez que esa transmisión de una historia de vida es un legado que servirá a los que se quedan durante toda su vida".