
En la publicación Muerte Digna. Una oportunidad real (Secretaría de Salud, Comisión Nacional de Bioética de Méjico, 2008, disponible en pdf), el anestesista JF Rebolledo Mota, escribe (pág. 45):
"No quisiera dejar pasar la oportunidad de decir que este pronóstico (el fallecimiento en las próximas 24 horas) es parte del origen mismo de por qué decidí dedicarme al estudio y manejo de los pacientes terminales. No es muy difícil deducirlo. ¿En qué cabeza cabe tal pronóstico? Las no pocas veces que he tenido que enfrentar a un paciente moribundo y al médico cirujano que solicita intervenirlo, ya sea por deformación profesional o por reclamo y exigencia de los familiares, me han colocado en el terreno de lo absurdo. ¿Por qué lo solicitan? Nunca lo he sabido. Una de las pocas respuestas ante esta pregunta es simplemente: por ignorancia, por no ser capaces ni unos ni otros de reconocer el estado terminal. Reconocerlo como un hecho y aceptarlo como tal, favoreciendo su manejo formal. Quizá sea más bien por miedo de asumir la responsabilidad de tener que decírselo al paciente o a los familiares. Tal vez por soberbia, por una sobrevaloración estúpida que nos hace pensar que podemos ser cuasi todopoderosos o héroes predeterminados a rescatar de las garras de la muerte a aquel moribundo. Este tipo de pacientes no debería morir en los hospitales, no deben, nunca, morir en el quirófano. La relativa frecuencia con la que se encuentra el anestesiólogo frente a estos pacientes lo obliga a asumir la responsabilidad de tomar una decisión que raya en el límite de lo comprensible en ese momento. Es necesario agudizar los sentidos y prevenir los riesgos que conlleva, no de la morbimortalidad, sino de la obstinación terapéutica, puesto que ello implica la responsabilidad compartida con los familiares para proporcionarle la atención debida al paciente terminal."
"No quisiera dejar pasar la oportunidad de decir que este pronóstico (el fallecimiento en las próximas 24 horas) es parte del origen mismo de por qué decidí dedicarme al estudio y manejo de los pacientes terminales. No es muy difícil deducirlo. ¿En qué cabeza cabe tal pronóstico? Las no pocas veces que he tenido que enfrentar a un paciente moribundo y al médico cirujano que solicita intervenirlo, ya sea por deformación profesional o por reclamo y exigencia de los familiares, me han colocado en el terreno de lo absurdo. ¿Por qué lo solicitan? Nunca lo he sabido. Una de las pocas respuestas ante esta pregunta es simplemente: por ignorancia, por no ser capaces ni unos ni otros de reconocer el estado terminal. Reconocerlo como un hecho y aceptarlo como tal, favoreciendo su manejo formal. Quizá sea más bien por miedo de asumir la responsabilidad de tener que decírselo al paciente o a los familiares. Tal vez por soberbia, por una sobrevaloración estúpida que nos hace pensar que podemos ser cuasi todopoderosos o héroes predeterminados a rescatar de las garras de la muerte a aquel moribundo. Este tipo de pacientes no debería morir en los hospitales, no deben, nunca, morir en el quirófano. La relativa frecuencia con la que se encuentra el anestesiólogo frente a estos pacientes lo obliga a asumir la responsabilidad de tomar una decisión que raya en el límite de lo comprensible en ese momento. Es necesario agudizar los sentidos y prevenir los riesgos que conlleva, no de la morbimortalidad, sino de la obstinación terapéutica, puesto que ello implica la responsabilidad compartida con los familiares para proporcionarle la atención debida al paciente terminal."

El mundo está patas arriba: mientras que en los países pobres se muere mal por falta de medios (como el agua potable, el pan o el acceso a la sanidad), en los ricos el exceso de tecnología provoca que el proceso de muerte sea mucho peor de lo que debería ser. Este es el tema del formidable corto de animación, ganador del Goya en 2010, La Dama y la Muerte.
Que no todo lo técnamente posible es éticamente aceptable, es una afirmación de consenso. Ahora hace falta que los profesionales se lo crean y lo incorporen a su praxis, respetando la voluntad de los pacientes que, por encima de la supervivencia, desean evitar el sufrimiento y deliberando con aquellos otros muchos pacientes y sobre todo familias que, en lugar de aceptar lo inevitable, se aferran a opciones que conducen al encarnizamiento terapéutico. Sentido común, respeto y prudencia, ese es el camino de la muerte digna.
Que no todo lo técnamente posible es éticamente aceptable, es una afirmación de consenso. Ahora hace falta que los profesionales se lo crean y lo incorporen a su praxis, respetando la voluntad de los pacientes que, por encima de la supervivencia, desean evitar el sufrimiento y deliberando con aquellos otros muchos pacientes y sobre todo familias que, en lugar de aceptar lo inevitable, se aferran a opciones que conducen al encarnizamiento terapéutico. Sentido común, respeto y prudencia, ese es el camino de la muerte digna.