"La muerte de mi madre no fue repentina. Durante casi dos años, ella había luchado valientemente contra el cáncer de pulmón. En el momento en que fue diagnosticada, la enfermedad ya se había extendido por todo su cuerpo. Sufrió fracturas óseas y su cerebro estaba salpicado de manchas.
Finalmente su cuerpo y su mente sucumbieron a los estragos de la enfermedad y de los tratamientos. Con un deterioro cognitivo grave, no podía reconocer a su familia y estaba agitada. No podía caminar, ni cuidar de sí misma y estaba en un dolor constante. Se estaba desintegrando delante de nosotros, diluyéndose como un azucarillo. Su equipo médico nos ofreció una sedación terminal, ponerla en un coma superficial del que nunca volvería a despertar. Estaría hidratada pero no alimentada. Con mucha calma, el médico nos dijo que, en unos días, moriría de hambre.
Y eso fue lo que pasó. Mi madre se hizo más pequeña y débil hasta que un día, su corazón se detuvo".
A menudo he pensado en esa última semana de su vida, y lo que mi familia habría elegido si la muerte asistida fuera una opción. ¿Habríamos acelerado el final? ¿O nos habríamos consolado con esa situación en la que, mientras se desvanecía lentamente, ni vivía ni estaba muerta? Creo que habríamos elegido poner fin al evidente sufrimiento de mi madre de una manera más rápida y decisiva".
A partir de su experiencia, un peridodista canadiense reflexiona sobre la muerte asistida, denunciando a los hospitales católicos que rechazan la eutanasia y la hipocresía de la distinicón que hacen las religiones entre la eutanasia y la sedación paliativa.
Finalmente su cuerpo y su mente sucumbieron a los estragos de la enfermedad y de los tratamientos. Con un deterioro cognitivo grave, no podía reconocer a su familia y estaba agitada. No podía caminar, ni cuidar de sí misma y estaba en un dolor constante. Se estaba desintegrando delante de nosotros, diluyéndose como un azucarillo. Su equipo médico nos ofreció una sedación terminal, ponerla en un coma superficial del que nunca volvería a despertar. Estaría hidratada pero no alimentada. Con mucha calma, el médico nos dijo que, en unos días, moriría de hambre.
Y eso fue lo que pasó. Mi madre se hizo más pequeña y débil hasta que un día, su corazón se detuvo".
A menudo he pensado en esa última semana de su vida, y lo que mi familia habría elegido si la muerte asistida fuera una opción. ¿Habríamos acelerado el final? ¿O nos habríamos consolado con esa situación en la que, mientras se desvanecía lentamente, ni vivía ni estaba muerta? Creo que habríamos elegido poner fin al evidente sufrimiento de mi madre de una manera más rápida y decisiva".
A partir de su experiencia, un peridodista canadiense reflexiona sobre la muerte asistida, denunciando a los hospitales católicos que rechazan la eutanasia y la hipocresía de la distinicón que hacen las religiones entre la eutanasia y la sedación paliativa.
Un médico de un hospital católico que prohibió la eutanasia declaró: "Me han dicho que no puedo entender las implicaciones de esta decisión porque no aprecio el valor del sufrimiento redentor". La mayoría de las creencias creen que el sufrimiento es una virtud que nos acerca a cualquier dios a quien adoremos. Para los cristianos, nuestro sufrimiento es una prueba de nuestra piedad, que será aliviado más tarde cuando alcancemos el reino de Dios.
Esa no es una filosofía ofensiva o cruel. Pero la forma en que se aplica en la vida real con frecuencia puede ser ambas cosas. La prohibición de la muerte asistida por el médico en nombre del sufrimiento redentor, mientras se proporcionan otros métodos menos directos para acabar con el sufrimiento de alguien, es legal y moralmente hipócrita. Legalmente, los hospitales financiados con fondos públicos no tienen ninguna base para prohibir esta práctica. Los médicos individuales pueden reclamar su libertad de conciencia. La Corte Suprema consideró que las instituciones también pueden reclamar el derecho a la libertad de religión, pero sólo si esas instituciones están "constituidas principalmente con fines religiosos" y todas sus actividades son acordes “con estos propósitos religiosos". Un hospital concertado que trata a personas de todas las religiones, no puede ser calificado como una organización religiosa.
En todo Canadá, los establecimientos de salud operados por organizaciones religiosas han prohibido la muerte asistida, en algunos casos se niegan incluso a referir a los pacientes a los médicos y las instalaciones que proporcionarán el servicio. En la mayoría de los casos, los gobiernos han hecho la vista gorda. No quieren plantarle cara a organizaciones basadas en la fe, en un asunto que involucra la santidad de la vida. No representan a una mayoría de ciudadanos, pero son políticamente astutas y hacen valer su influencia en las elecciones.
Las consecuencias pueden ser graves para los pacientes. En sus condiciones de fragilidad, forzar a los enfermos terminales a trasladarse para una muerte asistida, provoca un aumento del dolor y el sufrimiento. Una decisión que los hospitales no han justificado éticamente.
En lugar de la muerte asistida los hospitales ofrecen sedación. Pero legalmente hay muy poca diferencia entre la eutanasia y la sedación terminal o paliativa. En 2012 la Corte Suprema observó que la eutanasia (provocar la muerte inmediata) y la sedación terminal (cuyo resultado en última instancia es la muerte) son, en la mayoría de los casos, la misma cosa. El hecho de que las organizaciones religiosas continúen viendo una distinción religiosa entre las dos prácticas es poco sostenible. Sugiere que de alguna manera, el principio religioso no necesita ser moral o ético. O tal vez que Dios apruebe una muerte lenta y dolorosa provocada por sedación administrada por el médico que conduce a la muerte por hambre, pero frunce el ceño ante una muerte más rápida provocada por una sedación más profunda, asistida por el médico.
Las acciones directas de los médicos en un hospital religioso llevaron la vida de mi madre a su fin. No tan rápido como nos hubiera gustado, pero la consecuencia del tratamiento de fin de vida que recibió fue clara e inequívoca. En algún lugar en la intersección de la religión y la ciencia médica, espero que los laicistas y los creyentes puedan ponerse de acuerdo. La realidad es que cuando los pacientes terminales piensan en la muerte asistida, probablemente ellos y sus familias han sufrido lo suficiente como para superar la prueba de Dios. Cualquier dios.
Esa no es una filosofía ofensiva o cruel. Pero la forma en que se aplica en la vida real con frecuencia puede ser ambas cosas. La prohibición de la muerte asistida por el médico en nombre del sufrimiento redentor, mientras se proporcionan otros métodos menos directos para acabar con el sufrimiento de alguien, es legal y moralmente hipócrita. Legalmente, los hospitales financiados con fondos públicos no tienen ninguna base para prohibir esta práctica. Los médicos individuales pueden reclamar su libertad de conciencia. La Corte Suprema consideró que las instituciones también pueden reclamar el derecho a la libertad de religión, pero sólo si esas instituciones están "constituidas principalmente con fines religiosos" y todas sus actividades son acordes “con estos propósitos religiosos". Un hospital concertado que trata a personas de todas las religiones, no puede ser calificado como una organización religiosa.
En todo Canadá, los establecimientos de salud operados por organizaciones religiosas han prohibido la muerte asistida, en algunos casos se niegan incluso a referir a los pacientes a los médicos y las instalaciones que proporcionarán el servicio. En la mayoría de los casos, los gobiernos han hecho la vista gorda. No quieren plantarle cara a organizaciones basadas en la fe, en un asunto que involucra la santidad de la vida. No representan a una mayoría de ciudadanos, pero son políticamente astutas y hacen valer su influencia en las elecciones.
Las consecuencias pueden ser graves para los pacientes. En sus condiciones de fragilidad, forzar a los enfermos terminales a trasladarse para una muerte asistida, provoca un aumento del dolor y el sufrimiento. Una decisión que los hospitales no han justificado éticamente.
En lugar de la muerte asistida los hospitales ofrecen sedación. Pero legalmente hay muy poca diferencia entre la eutanasia y la sedación terminal o paliativa. En 2012 la Corte Suprema observó que la eutanasia (provocar la muerte inmediata) y la sedación terminal (cuyo resultado en última instancia es la muerte) son, en la mayoría de los casos, la misma cosa. El hecho de que las organizaciones religiosas continúen viendo una distinción religiosa entre las dos prácticas es poco sostenible. Sugiere que de alguna manera, el principio religioso no necesita ser moral o ético. O tal vez que Dios apruebe una muerte lenta y dolorosa provocada por sedación administrada por el médico que conduce a la muerte por hambre, pero frunce el ceño ante una muerte más rápida provocada por una sedación más profunda, asistida por el médico.
Las acciones directas de los médicos en un hospital religioso llevaron la vida de mi madre a su fin. No tan rápido como nos hubiera gustado, pero la consecuencia del tratamiento de fin de vida que recibió fue clara e inequívoca. En algún lugar en la intersección de la religión y la ciencia médica, espero que los laicistas y los creyentes puedan ponerse de acuerdo. La realidad es que cuando los pacientes terminales piensan en la muerte asistida, probablemente ellos y sus familias han sufrido lo suficiente como para superar la prueba de Dios. Cualquier dios.