Un estudio prospectivo sobre 604 pacientes de cáncer terminal, atendidos por paliativos entre 2007 y 2008, examinó durante 10 meses sus deseos de morir o eutanasia, llegando a la siguiente conclusión:
El 10.3% expresó deseos de muerte (9.1%) y/o eutanasia (2.6%), manteniendo su deseo a lo largo del estudio en el 72% y el 93% respectivamente. El 64% estaban a favor de la eutanasia (de estos, el 60% la solicitarían si fuera legal).
Las razones más frecuentes fueron: que continuar existiendo no tiene sentido y la pérdida de autonomía. Las siguen, el dolor o sufrimiento físico, miedo a sufrimientos futuros, ser una carga y estar cansado de vivir.
Una tercera parte falleció en menos de 5 días (66% en menos de 17). La tasa de sedaciones general fue del 15.5 %, siendo la agitación (44%) y la angustia existencial (33%) los motivos más frecuentes.
Por fin un trabajo realizado en el ámbito de los paliativos confirma el sentido común: los CP no cambian la voluntad de morir. Está claro que esta petición es para el profesional una oportunidad para profundizar en la experiencia de sufrimiento. Según el autor, el deseo de morir es una forma de petición de ayuda en el 36% y en un deseo claro en 64%.
La realidad es como es. La “coartada paliativa” (sin paliativos para todos no se debe plantear la eutanasia) es una excusa que no se basa en los datos, cuyo objetivo es esconder el intento de imponer las creencias personales sobre la sacralidad de la vida tras argumentos falsos. Ese es el sentido de la cita de Sherwin Nuland que el autor recoge: "Siempre habrá unos pocos pacientes para los que nuestros mejores esfuerzos serán inútiles, y que pedirán nuestra ayuda para morir".
Por último, en la línea de otros grupos como el de We Care, el trabajo menciona las aportaciones que sobre la desesperanza, el sentido de la vida, la dignidad o la espiritualidad hacen otros autores. Una pega importante es que casi todos estos estudios se hacen en países donde la eutanasia es un delito, y así es difícil saber de qué estamos hablando. Pero, además de este sesgo, tratar de medir aspectos esenciales de la naturaleza humana con escalas es una forma de caer en la tentación de medicalizar la vida de la gente. Ese no es el camino. La disponibilidad de la propia vida se explica por razones de coherencia biográfica, lo que necesitamos no son escalas validadas, sino respeto a la singularidad de cada persona y a su libertad para decidir cuándo y cómo morir.
El 10.3% expresó deseos de muerte (9.1%) y/o eutanasia (2.6%), manteniendo su deseo a lo largo del estudio en el 72% y el 93% respectivamente. El 64% estaban a favor de la eutanasia (de estos, el 60% la solicitarían si fuera legal).
Las razones más frecuentes fueron: que continuar existiendo no tiene sentido y la pérdida de autonomía. Las siguen, el dolor o sufrimiento físico, miedo a sufrimientos futuros, ser una carga y estar cansado de vivir.
Una tercera parte falleció en menos de 5 días (66% en menos de 17). La tasa de sedaciones general fue del 15.5 %, siendo la agitación (44%) y la angustia existencial (33%) los motivos más frecuentes.
Por fin un trabajo realizado en el ámbito de los paliativos confirma el sentido común: los CP no cambian la voluntad de morir. Está claro que esta petición es para el profesional una oportunidad para profundizar en la experiencia de sufrimiento. Según el autor, el deseo de morir es una forma de petición de ayuda en el 36% y en un deseo claro en 64%.
La realidad es como es. La “coartada paliativa” (sin paliativos para todos no se debe plantear la eutanasia) es una excusa que no se basa en los datos, cuyo objetivo es esconder el intento de imponer las creencias personales sobre la sacralidad de la vida tras argumentos falsos. Ese es el sentido de la cita de Sherwin Nuland que el autor recoge: "Siempre habrá unos pocos pacientes para los que nuestros mejores esfuerzos serán inútiles, y que pedirán nuestra ayuda para morir".
Por último, en la línea de otros grupos como el de We Care, el trabajo menciona las aportaciones que sobre la desesperanza, el sentido de la vida, la dignidad o la espiritualidad hacen otros autores. Una pega importante es que casi todos estos estudios se hacen en países donde la eutanasia es un delito, y así es difícil saber de qué estamos hablando. Pero, además de este sesgo, tratar de medir aspectos esenciales de la naturaleza humana con escalas es una forma de caer en la tentación de medicalizar la vida de la gente. Ese no es el camino. La disponibilidad de la propia vida se explica por razones de coherencia biográfica, lo que necesitamos no son escalas validadas, sino respeto a la singularidad de cada persona y a su libertad para decidir cuándo y cómo morir.