Viendo este precisoso corto de animación, en el que la muerte se enamora de la vida, recuerdo la novela de Saramago Las intermitencias de la muerte (Santillana, 2006), que empieza así:
Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada. Ni siquiera uno de esos accidentes de automóvil tan frecuentes en ocasiones festivas, cuando la alegre irresponsabilidad o el exceso de alcohol se desafían mutuamente en las carreteras para decidir quién va a llegar a la muerte en primer lugar. El fin de año no había dejado tras de sí el habitual y calamitoso reguero de de óbitos, como si la vieja átropos de regaño amenazador hubiese decidido envainar la tijera durante un día. Sangre, sin embargo, hubo, y no poca. Desorientados, confusos, horrorizados, dominando a duras penas las náuseas, los bomberos extraían de la amalgama de destrozos míseros cuerpos humanos que, de acuerdo con la lógica matemática de las colisiones, deberían estar muertos y bien muertos, pero que, pese a la gravedad de las heridas y de los traumatismos sufridos, se mantenían vivos y así eran transportados a los hospitales, bajo el sonido dilacerante de las ambulancias. Ninguna de esas personas moriría en el camino y todas iban a desmentir los más pesimistas pronósticos médicos, Este pobre diablo no tiene remedio posible, no merece la pena perder tiempo operándolo, le decía el cirujano a la enfermera mientras ésta le ajustaba la mascarilla a la cara. Realmente, quizá no hubiera salvación para el desdichado el día anterior, pero lo que quedaba claro es que la víctima se negaba a morir en éste. Y lo que sucedía aquí, sucedía en todo el país.
En el comunicado oficial el jefe del gobierno ratificaba que no se había registrado ninguna defunción en todo el país…, afirmando que el gobierno se encontraba preparado para todas las eventualidades humanamente imaginables, decidido a encarar con valentía y con el indispensable apoyo de los ciudadanos los complejos problemas sociales, económicos, políticos y morales que la extinción definitiva de la muerte inevitablemente suscitaría, en el caso, más que previsible, de que llegara a confirmarse. Aceptaremos el reto de la inmortalidad del cuerpo, exclamó con tono arrebatado, si es ésa la voluntad de dios, a quien agradeceremos por siempre jamás, con nuestras oraciones, que haya escogido al buen pueblo de este país como su instrumento. No se podía imaginar hasta qué punto la soga iba a apretarle. Todavía no había pasado media hora cuando, en el coche oficial que lo conducía a casa, recibió una llamada del cardenal, Buenas noches, señor primer ministro, Buenas noches, eminencia, Le telefoneo para decirle que me siento profundamente consternado, También yo, eminencia, la situación es muy grave, la más grave de cuentas el país ha vivido hasta hoy, No se trata de eso, De qué se trata entonces, eminencia, Es deplorable desde todos los puntos de vista que, al redactar la declaración que acabo de escuchar, usted no tuviera en cuenta aquello que constituye los cimientos, la viga maestra, la piedra angular, la llave de la bóveda de nuestra santa religión, Eminencia, perdone, recelo no comprender adónde quiere legar, Sin muerte, óigame bien, señor primer ministro, sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia, Demonios, No he entendido lo que ha dicho, repítalo, por favor, Estaba callado, eminencia, probablemente habrá sido una interferencia causada por la electricidad atmosférica, por la estática, o un problema de cobertura, el satélite a veces falla, decía usted que, Decía lo que cualquier católico, y usted no es excepción, tiene obligación de saber, que sin resurrección no hay iglesia, además, cómo se le metió en la cabeza que dios podría querer su propio fin, afirmarlo es una idea absolutamente sacrílega, tal vez la peor de las blasfemias.
Para existir, las religiones necesitan el miedo a la muerte, pero para vivir también es necesario un principio y un fin, a ser posible sin miedo, quizá mejor sin religiones que enfrentan a unas personas contra otras. La muerte no es enemiga de la vida, el enemigo es el sufrimiento en el proceso de morir, ese que para el que lo sufre puede llegar a provocar que la vida misma, hasta existir, deje de tener sentido.
En el comunicado oficial el jefe del gobierno ratificaba que no se había registrado ninguna defunción en todo el país…, afirmando que el gobierno se encontraba preparado para todas las eventualidades humanamente imaginables, decidido a encarar con valentía y con el indispensable apoyo de los ciudadanos los complejos problemas sociales, económicos, políticos y morales que la extinción definitiva de la muerte inevitablemente suscitaría, en el caso, más que previsible, de que llegara a confirmarse. Aceptaremos el reto de la inmortalidad del cuerpo, exclamó con tono arrebatado, si es ésa la voluntad de dios, a quien agradeceremos por siempre jamás, con nuestras oraciones, que haya escogido al buen pueblo de este país como su instrumento. No se podía imaginar hasta qué punto la soga iba a apretarle. Todavía no había pasado media hora cuando, en el coche oficial que lo conducía a casa, recibió una llamada del cardenal, Buenas noches, señor primer ministro, Buenas noches, eminencia, Le telefoneo para decirle que me siento profundamente consternado, También yo, eminencia, la situación es muy grave, la más grave de cuentas el país ha vivido hasta hoy, No se trata de eso, De qué se trata entonces, eminencia, Es deplorable desde todos los puntos de vista que, al redactar la declaración que acabo de escuchar, usted no tuviera en cuenta aquello que constituye los cimientos, la viga maestra, la piedra angular, la llave de la bóveda de nuestra santa religión, Eminencia, perdone, recelo no comprender adónde quiere legar, Sin muerte, óigame bien, señor primer ministro, sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia, Demonios, No he entendido lo que ha dicho, repítalo, por favor, Estaba callado, eminencia, probablemente habrá sido una interferencia causada por la electricidad atmosférica, por la estática, o un problema de cobertura, el satélite a veces falla, decía usted que, Decía lo que cualquier católico, y usted no es excepción, tiene obligación de saber, que sin resurrección no hay iglesia, además, cómo se le metió en la cabeza que dios podría querer su propio fin, afirmarlo es una idea absolutamente sacrílega, tal vez la peor de las blasfemias.
Para existir, las religiones necesitan el miedo a la muerte, pero para vivir también es necesario un principio y un fin, a ser posible sin miedo, quizá mejor sin religiones que enfrentan a unas personas contra otras. La muerte no es enemiga de la vida, el enemigo es el sufrimiento en el proceso de morir, ese que para el que lo sufre puede llegar a provocar que la vida misma, hasta existir, deje de tener sentido.