Las malas noticias provocan toda una gama de sentimientos. En mi caso, las rodillas se bloquean, el corazón se acelera y se me ponen los pelos de punta, con un gracioso cosquilleo en mis brazos. Mis circunstancias eran poco frecuentes. Cuando mi madre llevaba 15 tratando su cáncer de mama, abordando la enfermedad como si no fuera un problema, a mi padre le diagnosticaron un cáncer de páncreas. Mi mundo de 28 años tembló. Todos sabíamos lo que esto significaba. Como fotoperiodista, hice lo único que sabía: cogí mi cámara y documenté los tratamientos de cáncer de mis padres durante los siguientes 24 meses, desde la quimioterapia, a los recados con mamá de sus listas de tareas. Cando miro hacia atrás, no recuerdo sentirme asustada. Recuerdo las risas, las comidas, las fiestas nocturnas en la cocina y las interminables conversaciones con una infusión y un pastel de arándanos. Todo el mundo trata con sus temores, especialmente a la muerte, a su manera. Mi familia se apoyó en el humor para transitar esa difícil etapa. Recuerdo una noche sentada en el suelo del baño viendo cómo mi padre cortaba el pelo a mi madre, que maldecía el universo, pidiéndole al destino que no se le cayera por tercera vez. Mi madre saltó delante de mí, sosteniendo un mechón de pelo cortado como si fueran cejas y se organizó una especie de desfile de modelos, con el pelo como traje, incluyendo el perro. Que mi madre tuviera la capacidad de encontrar alegría en este momento habla de lo tremenda que era esa mujer. Usar mi cámara como escudo, para afrontar mis temores y el trauma que me esperaba, me permitió disfrutar del tiempo que pasamos juntos. La hermosa foto de mis padres entrelazando sus manos, mientras recibían la quimio, es una definición de fuerza y coraje. Ver estas imágenes me recuerda la importancia de no dejar que el miedo te paralice, apreciar cada día y no perder la perspectiva. Por supuesto que fue espantoso. Cuando mi padre murió tenía 58 años. Mi madre murió un año después, con 59 años. Lo más importante fue cómo esos últimos meses se llenaron de amor y vida. Aunque mis padres se han ido, mis hermanos y yo seguimos sintiendo su amor. leer artículo de Nancy Borowick |