Los médicos no tienen derecho a rechazar la muerte asistida, el aborto o la contracepción. Con este polémico título, dos profesores de bioética, Julian Savulescu y Udo Schuklenk, uno australiano, de la Universidad de Oxford y otro alemán, de la Universidad de Queen (Canadá), sostienen que una sociedad democrática no debe permitir la objeción de conciencia de los profesionales de la medicina.
Si la sociedad considera importantes la anticoncepción, el aborto y la muerte asistida, debemos seleccionar a personas que no tengan conflictos morales para las profesiones a las que encargamos la prestación de estos servicios, máxime cuando existe un exceso candidatos a que desean ser médicos. Los médicos deben poner los intereses de los pacientes por delante de los suyos. Si esto provoca sentimientos de remordimiento o culpabilidad lo que deben hacer es asumir la responsabilidad de sus sentimientos y en último caso abandonar la profesión.
Pero la mejor manera de abordar la objeción es mejorar la educación. Por un lado, las facultades de medicina deben tener claro cuál es la naturaleza del trabajo, con unos requisitos que deben estar por escrito, rechazando la objeción de conciencia. Además de seleccionar candidatos tolerantes, éstos deben tener humildad y ser capaces de respetar los valores de cada paciente. Necesitamos una educación médica y una bioética capaces de fomentar una mejor comprensión de los valores y de su lugar en la medicina.
Frente a la postura tradicional, que defiende que no existe una mejor protección para los pacientes que los valores personales de los médicos, por lo que no debe haber restricciones al derecho a la objeción de conciencia, especialmente en la muerte asistida, lo autores argumentan que en occidente los partidarios de la objeción de conciencia normalmente limitan su análisis a la conciencia cristiana. Muchas constituciones fueron escritas en tiempos en los que la influencia de las iglesias era tan grande que éstas impusieron unos valores a la mayoría, una situación que aún perdura. Por eso no se regula la objeción, por eso aún existe esa visión anacrónica (como Irlanda con el aborto). Si respetamos la objeción por motivos religiosos ¿Deberíamos aceptar que un sanitario musulmán rechace atender al sexo opuesto por motivos de conciencia?
Si la sociedad considera importantes la anticoncepción, el aborto y la muerte asistida, debemos seleccionar a personas que no tengan conflictos morales para las profesiones a las que encargamos la prestación de estos servicios, máxime cuando existe un exceso candidatos a que desean ser médicos. Los médicos deben poner los intereses de los pacientes por delante de los suyos. Si esto provoca sentimientos de remordimiento o culpabilidad lo que deben hacer es asumir la responsabilidad de sus sentimientos y en último caso abandonar la profesión.
Pero la mejor manera de abordar la objeción es mejorar la educación. Por un lado, las facultades de medicina deben tener claro cuál es la naturaleza del trabajo, con unos requisitos que deben estar por escrito, rechazando la objeción de conciencia. Además de seleccionar candidatos tolerantes, éstos deben tener humildad y ser capaces de respetar los valores de cada paciente. Necesitamos una educación médica y una bioética capaces de fomentar una mejor comprensión de los valores y de su lugar en la medicina.
Frente a la postura tradicional, que defiende que no existe una mejor protección para los pacientes que los valores personales de los médicos, por lo que no debe haber restricciones al derecho a la objeción de conciencia, especialmente en la muerte asistida, lo autores argumentan que en occidente los partidarios de la objeción de conciencia normalmente limitan su análisis a la conciencia cristiana. Muchas constituciones fueron escritas en tiempos en los que la influencia de las iglesias era tan grande que éstas impusieron unos valores a la mayoría, una situación que aún perdura. Por eso no se regula la objeción, por eso aún existe esa visión anacrónica (como Irlanda con el aborto). Si respetamos la objeción por motivos religiosos ¿Deberíamos aceptar que un sanitario musulmán rechace atender al sexo opuesto por motivos de conciencia?
Que la práctica objetable sea una pequeña parte del trabajo de un médico es un argumento irrelevante, porque el objetivo es la prestación de estos servicios. La anticoncepción es legal porque la capacidad de controlar la reproducción es uno de los mayores logros humanos. Anteriormente, muchas mujeres murieron muy jóvenes, tuvieron más partos de los deseados, fueron encadenadas a la casa, no pudieron trabajar ni acceder a una educación. Pero la anticoncepción no es legal sólo para que las mujeres sean libres de elegir cuándo y cuántos hijos tener, sino porque es un bien social que los ciudadanos demandan libremente. Por eso negarse a proporcionar la píldora anticonceptiva es poco profesional y no existe ninguna razón para que un sistema de salud permita conductas no profesionales. ¿Qué tiene esto que ver con las necesidades individuales o las creencias personales de los profesionales de la salud?
El problema es que históricamente muchos países desarrollados han promovido la objeción de conciencia. Al igual que los médicos, los estudiantes de medicina tienen la expectativa de que sus creencias religiosas, o sus convicciones morales, les permitirán objetar contra estas prácticas médicas. Pero en última instancia la práctica profesional está determinada por la sociedad y evoluciona con el tiempo. Si una norma profesional ya no es buena para la finalidad de la medicina, debe ser cambiada. Sea de forma cotidiana o excepcional, si es parte integrante de su función profesional, el médico debería proporcionar la anticoncepción, el aborto o la eutanasia.
No existe ninguna prueba de que los médicos con creencias religiosas sean mejores profesionales. Si así fuera, deberíamos tener en cuenta la religión en los procesos de selección. Por supuesto, más allá de los conocimientos científicos y las capacidades técnicas, hay otras cualidades que caracterizan un buen médico, como la empatía y la compasión, pero ninguno de estos rasgos son específicos de las personas religiosas. Por el contrario, algunas creencias religiosas, imponen una práctica médica que puede ser perjudicial, como por ejemplo su oposición al uso del condón para prevenir el VIH.
Un ejemplo de objeción de conciencia válida es el de una enfermera marina de Estados Unidos que se negó a alimentar a la fuerza a unos presos en Guantánamo (como Dhiab, preso desde 2002 hasta diciembre de 2014, a pesar de que se aprobó su liberación por el gobierno de Estados Unidos en 2009). ¿Por qué es válida esta objeción, pero no la del aborto o la eutanasia? Porque la enfermera se negó a participar en actos de tortura. Es obvio que la tortura no es una práctica médica en favor de los intereses del paciente o que el paciente desee. Tampoco es legal. A la enfermera se le pidió llevar a cabo un procedimiento que no forma parte de la práctica de enfermería porque los pacientes en cuestión eran competentes y rechazaron la alimentación forzosa. Hubiera sido poco profesional alimentar a la fuerza al prisionero. La objeción se justificaba por motivos profesionales.
La realidad de la objeción de conciencia es actualmente insostenible. Si el aborto fuera un mal en sí mismo, la solución de la objeción es inapropiada, porque en ningún caso debería autorizarse. Pero la sociedad no lo considera así, por lo que si una persona considera el aborto como un mal, no debería ser ginecólogo, anestesista o médico. Que el objetor envíe al paciente a otro profesional es un mal menor, pero injustificable. Si usted cree que el aborto es un asesinato, ¿Por qué lo permite derivando sus pacientes a otro profesional? No es un compromiso viable.
Por último, los autores hacen 3 propuestas para garantizar la anticoncpeción, el aborto y la muerte asistida: la eliminación del derecho a la objeción de conciencia, la selección de médicos no objetores en las especialidades médicas pertinentes y la desmonopolización la prestación de estos servicios fuera de la profesión médica.
El problema es que históricamente muchos países desarrollados han promovido la objeción de conciencia. Al igual que los médicos, los estudiantes de medicina tienen la expectativa de que sus creencias religiosas, o sus convicciones morales, les permitirán objetar contra estas prácticas médicas. Pero en última instancia la práctica profesional está determinada por la sociedad y evoluciona con el tiempo. Si una norma profesional ya no es buena para la finalidad de la medicina, debe ser cambiada. Sea de forma cotidiana o excepcional, si es parte integrante de su función profesional, el médico debería proporcionar la anticoncepción, el aborto o la eutanasia.
No existe ninguna prueba de que los médicos con creencias religiosas sean mejores profesionales. Si así fuera, deberíamos tener en cuenta la religión en los procesos de selección. Por supuesto, más allá de los conocimientos científicos y las capacidades técnicas, hay otras cualidades que caracterizan un buen médico, como la empatía y la compasión, pero ninguno de estos rasgos son específicos de las personas religiosas. Por el contrario, algunas creencias religiosas, imponen una práctica médica que puede ser perjudicial, como por ejemplo su oposición al uso del condón para prevenir el VIH.
Un ejemplo de objeción de conciencia válida es el de una enfermera marina de Estados Unidos que se negó a alimentar a la fuerza a unos presos en Guantánamo (como Dhiab, preso desde 2002 hasta diciembre de 2014, a pesar de que se aprobó su liberación por el gobierno de Estados Unidos en 2009). ¿Por qué es válida esta objeción, pero no la del aborto o la eutanasia? Porque la enfermera se negó a participar en actos de tortura. Es obvio que la tortura no es una práctica médica en favor de los intereses del paciente o que el paciente desee. Tampoco es legal. A la enfermera se le pidió llevar a cabo un procedimiento que no forma parte de la práctica de enfermería porque los pacientes en cuestión eran competentes y rechazaron la alimentación forzosa. Hubiera sido poco profesional alimentar a la fuerza al prisionero. La objeción se justificaba por motivos profesionales.
La realidad de la objeción de conciencia es actualmente insostenible. Si el aborto fuera un mal en sí mismo, la solución de la objeción es inapropiada, porque en ningún caso debería autorizarse. Pero la sociedad no lo considera así, por lo que si una persona considera el aborto como un mal, no debería ser ginecólogo, anestesista o médico. Que el objetor envíe al paciente a otro profesional es un mal menor, pero injustificable. Si usted cree que el aborto es un asesinato, ¿Por qué lo permite derivando sus pacientes a otro profesional? No es un compromiso viable.
Por último, los autores hacen 3 propuestas para garantizar la anticoncpeción, el aborto y la muerte asistida: la eliminación del derecho a la objeción de conciencia, la selección de médicos no objetores en las especialidades médicas pertinentes y la desmonopolización la prestación de estos servicios fuera de la profesión médica.