Sin embargo, en su lucha particular contra la disponibilidad de la propia vida, el discurso oficial condiciona la sedación a tres conceptos “líquidos”: la intención, la inminencia de la muerte y el síntoma refractario.
Pues que sedación a demanda se parece tanto a una eutanasia que muchas veces se encontrará con el rechazo de los profesionales, con respuestas del tipo: “no, hasta que no te estés físicamente muriendo”, “no hay síntomas refractarios” (ergo no sufre) o “eso es ilegal” (lo que la ley prohíbe es la inyección letal, que no es lo mismo que la sedación).
Medicalizar el sufrimiento equiparándolo al síntoma refractario es un error y una forma de encarnizamiento moral (A. Kleinman). “Cuando una fuente de malestar, como es el dolor, produce sufrimiento, es el sufrimiento el que se convierte en el malestar central y no el dolor. No es válido hacer una distinción entre el sufrimiento cuya fuente puede ser algo físico como el dolor y el sufrimiento originado de la amenaza a la integridad de la persona, aspecto natural de su existencia” (Cassell).
Los que sufren no son los cuerpos, son las personas, se repite hasta la saciedad. Por eso no tiene sentido hablar de síntoma refractario (ni siquiera cuando –para justificarse- aparece en la literatura con el nombre de angustia psicosocial o existencial), sino de sufrimiento, de afrontamiento de la muerte y de libertad para elegir entre las opciones de tratamiento. El mito de la sedación exclusivamente en la agonía no es sólo una consecuencia del paradigma biomédico, sino sobre todo una manera de imponer al paciente los valores del profesional.
Entrada publicada en el blog Estación Término (Público.es)