En junio de 2019, apareció en los medios de comunicación la noticia de que Noa Pothoven, una chica de 17 años, víctima de agresiones sexuales y de anorexia, había muerto por eutanasia unos días antes en su domicilio, en un pueblo holandés.
La noticia, que corrió como la pólvora por los periódicos digitales y las redes sociales de todo el mundo, era falsa. En unas horas, una periodista irlandesa lo aclaró en twitter:
La noticia, que corrió como la pólvora por los periódicos digitales y las redes sociales de todo el mundo, era falsa. En unas horas, una periodista irlandesa lo aclaró en twitter:
- La víctima de violación de 17 años NO recibió una eutanasia en los Países Bajos. Todos están equivocados. Me llevó unos 10 minutos consultar con el periodista que escribió la historia holandesa original. Noa Pothoven solicitó la eutanasia y fue rechazada. Es exasperante, pero es demasiado tarde: esta información errónea ya se ha extendido por todo el mundo desde Australia a Estados Unidos e India. Incluso su nombre, #noapothoven, es trendingtopic en Italia.
- La familia había intentado muchos tipos de tratamiento psiquiátrico y Noa Pothoven fue hospitalizada repetidamente; ella tuvo varios intentos de suicidio en los últimos meses. En su desesperación, la familia buscó la terapia de electrochoque, que fue rechazada debido a su corta edad.
- Pothoven insistió en que no quería más tratamiento y se quedó en casa, en una cama de hospital, con el cuidado de sus padres. A principios de junio comenzó a rechazar todos los líquidos y alimentos, y sus padres y médicos acordaron no obligarla a alimentarse.
- La decisión de pasar a cuidados paliativos y no forzar la alimentación a petición de un paciente no es una eutanasia. Los medios holandeses no informaron la muerte de Noa Pothoven como un caso de eutanasia. Esta idea solo apareció en la traducción al inglés de informes holandeses. ¿Cómo ha sucedido esto? Los autores de los primeros artículos en inglés tienen preguntas que responder, dieron un salto al concluir, por una publicación de Instagram en la que Noa escribió que iba a morir, que fue una eutanasia.
- Al leer los artículos holandeses inmediatamente se me plantearon preguntas acerca de si era un caso de eutanasia o no. Es realmente fácil de verificar. Como digo, me llevó unos 10 minutos. Exasperante.
- ¿Y los padres de Noa? ¿Te lo puedes imaginar? Están lamentando algo tremendo. Informar mal es convertirlos en blanco de abusos horribles. Esto no era necesario que sucediera.

“No dejes que la realidad te estropee una noticia”.
Parte de la prensa inició una campaña bastante miserable contra la eutanasia basada en equívocos, inexactitudes y en mentiras muy groseras. Ni es cierto que Holanda permitiera la eutanasia "de una menor de edad víctima de violencia sexual que sufría depresión", ni Noa fue asistida a su suicidio, ni tampoco es verdad que se desconociera si recibió ayuda de la "clínica para el final de la vida".
Ningún medio serio, ni ninguna agencia, contrastaron la noticia falsa. Por la obsesión en ser los primeros en dar la noticia, no sea que otro medio se adelante y se pierda la exclusiva; la velocidad en la información de una noticia pasa por encima de la veracidad, y el periodismo pierde credibilidad.
Algunos periódicos, como en El País, rectificaron, alertando a los lectores de que su primera versión de los hechos titulada "Muere por eutanasia una holandesa de 17 años traumatizada tras ser violada de niña" era errónea. El titular cambió a "Muere tras solicitar la eutanasia una holandesa de 17 años traumatizada por una violación de niña", acompañando una fe de erratas que decía que "en una versión anterior de este artículo se señalaba que Noa Pothoven había recibido ayuda médica para acabar con su vida" y que "no hay confirmación de que se le practicara la eutanasia a la joven". Bueno, se podía haber hecho mejor. Si hubieran contrastado la noticia con las fuentes sabrían que su muerte no tuvo nada que ver con la eutanasia.
La obsesión por la eutanasia
Probablemente ninguna ley en el mundo está más vigilada y es más criticada que las leyes de eutanasia. Tras más de 80 mil eutanasias practicadas en Benelux desde 2002, y la experiencia de unos ocho mil casos en Canadá desde 2016, los datos demuestran que se puede regular de forma segura, sin que hasta la fecha se hayan producido abusos. A falta de otras razones, las personas que quieren imponer su creencia en la sacralidad de la vida (o sea, que la muerte voluntaria es pecado), buscan datos que justifiquen el argumento del miedo al irremediable descontrol de su regulación, que de forma catastrófica nos llevaría al homicidio de personas en contra de su voluntad. Es la famosa falacia lógica de la pendiente resbaladiza.
Por este motivo, los que –sin datos que lo justifique- consideran que la muerte voluntaria es un peligro para la sociedad, que no debe ser regulada, se agarran a una decena de casos peculiares, de anécdotas o historias excepcionales, que elevan al concepto de categoría, sacando conclusiones falsas sobre cómo funciona la regulación de la eutanasia.
El drama de Noa era perfecto. Una joven de 17 años, que a los 11 años sufrió una agresión sexual, violada a los 14 años, que cansada de luchar contra la depresión y la anorexia no quiso vivir más. Su historia la relata ella misma en un libro, "Ganar o aprender", que ya antes de morir se convirtió en un alegato para establecer un protocolo para casos como el suyo. Tuvo estrés postraumático, depresión y anorexia. Su vida fue un entrar y salir de hospitales. Estuvo meses en una celda de aislamiento con medidas especiales para que no se lesionara. “No tenía intimidad, estaba siendo observada a través de las cámaras. Cuando un día me acosté debajo de las mantas me dijeron a través del interlocutor que no estaba permitido", escribía Noa. Su médico le dijo: "Tienes que permanecer en el hospital por un tiempo, con goteo y sonda para alimentarte, si te niegas irás a un lugar donde pueden atarte a la cama". Hace meses hizo una lista de cosas que quería hacer: ir en moto, hacerse un tatuaje, comer chocolate... Cuenta cómo luchó y peleó hasta quedar agotada. Ella quería vivir y luchó hasta el final, hasta que ya no pudo más.
En su libro, Noa contaba que había ocultado las violaciones por vergüenza y miedo. Además del dolor, de los sentimientos de humillación, de su frustración, y de todo el sufrimiento padecido en los últimos años, relataba que, sin que lo supieran sus padres, solicitó ayuda para morir en la clínica Levenseinde (final de vida, en holandés), grupo de profesionales sanitarios expertos en eutanasia, de referencia en los Países Bajos.[1]
Pero su solicitud fue denegada, porque no cumplía los requisitos. "Piensan que soy muy joven. Creen que debo terminar el tratamiento psicológico y esperar a que mi cerebro esté completamente desarrollado. Eso no pasará hasta que tenga 21 años. Estoy destrozada porque no puedo esperar tanto. Revivo el miedo y el dolor a diario. Siento que mi cuerpo está aún sucio", escribió en su biografía. Aquí se cerró la opción de la eutanasia.
Días antes de morir, había compartido con sus diez mil seguidores de Instagram el siguiente mensaje: "Una última publicación triste. Iré directa al grano: en un máximo de 10 días moriré. Después de años de lucha y lucha, se acabó. He dejado de comer y beber durante un tiempo, y después de muchas conversaciones y revisiones, se ha decidido que me dejarán ir porque mi sufrimiento es insoportable. Esta terminado. Durante mucho tiempo no he estado viviendo realmente, he estado sobreviviendo, incluso ni eso realmente. Realmente no he estado viva durante todo este tiempo, estoy sobreviviendo. Respiro pero ya no estoy viva".
Tras el revuelo levantado por la noticia falsa, su familia aclaró en una carta que no fue una eutanasia: “Nosotros, padres de Noa, estamos profundamente entristecidos por la muerte de nuestra hija. Noa eligió no comer ni beber más. Nos gustaría enfatizar que esta fue la razón de su fallecimiento. Ella murió en nuestra presencia el pasado domingo. Pedimos amablemente a todo el mundo que respete nuestra privacidad de forma que podamos pasar el duelo”.
Al igual que en España, Noa tenía la edad legal para decidir por sí misma que no quería recibir ningún tratamiento médico y, una vez que decidió quitarse la sonda nasogástrica, no se le podía alimentar por la fuerza. No fue eutanasia, ni tampoco suicidio, sino una muerte natural tras rechazar las medidas de soporte vital que la mantenían con vida.
Con ese contexto vital tan dramático, no se trata de estar de acuerdo con la decisión de Noa, sino de respetar la voluntad de morir una persona adulta, que la manifiesta de forma seria y reiterada. Por poner otro ejemplo, quizá nos parezca una locura que una hija o un nieto practiquen vuelo libre, el deporte más peligroso del mundo. Podemos tratar de convencerles de los riesgos, sugerirles otras actividades en las que sientan esa emoción, ese subidón de adrenalina, que sean más seguras. Pero, aunque las demás personas estemos convencidas, lo que no podemos hacer es atarles a la cama. A Noa tampoco.
[1] Levenseindekliniek (the End of Life Clinic) no es una clínica o un hospital, un lugar físico donde se realice asistencia en el proceso de morir, sino un grupo de profesionales que asesoran sobre la eutanasia a otros profesionales que lo solicitan, hacen de médicos consultores (exigido por la ley) y evalúan las peticiones de eutanasia de las personas interesadas en iniciar el proceso de solicitud, asistiendo en el proceso de morir en los domicilios de aquellas que reúnen los requisitos de la ley. Para evitar equívocos, en septiembre de 2019 han cambiado de nombre, denominándose Centro de Expertos en Eutanasia (expertisecentrum euthanasie).
Artículo publicado en la Revista de DMD, nº 80 (oct. 2019)
Parte de la prensa inició una campaña bastante miserable contra la eutanasia basada en equívocos, inexactitudes y en mentiras muy groseras. Ni es cierto que Holanda permitiera la eutanasia "de una menor de edad víctima de violencia sexual que sufría depresión", ni Noa fue asistida a su suicidio, ni tampoco es verdad que se desconociera si recibió ayuda de la "clínica para el final de la vida".
Ningún medio serio, ni ninguna agencia, contrastaron la noticia falsa. Por la obsesión en ser los primeros en dar la noticia, no sea que otro medio se adelante y se pierda la exclusiva; la velocidad en la información de una noticia pasa por encima de la veracidad, y el periodismo pierde credibilidad.
Algunos periódicos, como en El País, rectificaron, alertando a los lectores de que su primera versión de los hechos titulada "Muere por eutanasia una holandesa de 17 años traumatizada tras ser violada de niña" era errónea. El titular cambió a "Muere tras solicitar la eutanasia una holandesa de 17 años traumatizada por una violación de niña", acompañando una fe de erratas que decía que "en una versión anterior de este artículo se señalaba que Noa Pothoven había recibido ayuda médica para acabar con su vida" y que "no hay confirmación de que se le practicara la eutanasia a la joven". Bueno, se podía haber hecho mejor. Si hubieran contrastado la noticia con las fuentes sabrían que su muerte no tuvo nada que ver con la eutanasia.
La obsesión por la eutanasia
Probablemente ninguna ley en el mundo está más vigilada y es más criticada que las leyes de eutanasia. Tras más de 80 mil eutanasias practicadas en Benelux desde 2002, y la experiencia de unos ocho mil casos en Canadá desde 2016, los datos demuestran que se puede regular de forma segura, sin que hasta la fecha se hayan producido abusos. A falta de otras razones, las personas que quieren imponer su creencia en la sacralidad de la vida (o sea, que la muerte voluntaria es pecado), buscan datos que justifiquen el argumento del miedo al irremediable descontrol de su regulación, que de forma catastrófica nos llevaría al homicidio de personas en contra de su voluntad. Es la famosa falacia lógica de la pendiente resbaladiza.
Por este motivo, los que –sin datos que lo justifique- consideran que la muerte voluntaria es un peligro para la sociedad, que no debe ser regulada, se agarran a una decena de casos peculiares, de anécdotas o historias excepcionales, que elevan al concepto de categoría, sacando conclusiones falsas sobre cómo funciona la regulación de la eutanasia.
El drama de Noa era perfecto. Una joven de 17 años, que a los 11 años sufrió una agresión sexual, violada a los 14 años, que cansada de luchar contra la depresión y la anorexia no quiso vivir más. Su historia la relata ella misma en un libro, "Ganar o aprender", que ya antes de morir se convirtió en un alegato para establecer un protocolo para casos como el suyo. Tuvo estrés postraumático, depresión y anorexia. Su vida fue un entrar y salir de hospitales. Estuvo meses en una celda de aislamiento con medidas especiales para que no se lesionara. “No tenía intimidad, estaba siendo observada a través de las cámaras. Cuando un día me acosté debajo de las mantas me dijeron a través del interlocutor que no estaba permitido", escribía Noa. Su médico le dijo: "Tienes que permanecer en el hospital por un tiempo, con goteo y sonda para alimentarte, si te niegas irás a un lugar donde pueden atarte a la cama". Hace meses hizo una lista de cosas que quería hacer: ir en moto, hacerse un tatuaje, comer chocolate... Cuenta cómo luchó y peleó hasta quedar agotada. Ella quería vivir y luchó hasta el final, hasta que ya no pudo más.
En su libro, Noa contaba que había ocultado las violaciones por vergüenza y miedo. Además del dolor, de los sentimientos de humillación, de su frustración, y de todo el sufrimiento padecido en los últimos años, relataba que, sin que lo supieran sus padres, solicitó ayuda para morir en la clínica Levenseinde (final de vida, en holandés), grupo de profesionales sanitarios expertos en eutanasia, de referencia en los Países Bajos.[1]
Pero su solicitud fue denegada, porque no cumplía los requisitos. "Piensan que soy muy joven. Creen que debo terminar el tratamiento psicológico y esperar a que mi cerebro esté completamente desarrollado. Eso no pasará hasta que tenga 21 años. Estoy destrozada porque no puedo esperar tanto. Revivo el miedo y el dolor a diario. Siento que mi cuerpo está aún sucio", escribió en su biografía. Aquí se cerró la opción de la eutanasia.
Días antes de morir, había compartido con sus diez mil seguidores de Instagram el siguiente mensaje: "Una última publicación triste. Iré directa al grano: en un máximo de 10 días moriré. Después de años de lucha y lucha, se acabó. He dejado de comer y beber durante un tiempo, y después de muchas conversaciones y revisiones, se ha decidido que me dejarán ir porque mi sufrimiento es insoportable. Esta terminado. Durante mucho tiempo no he estado viviendo realmente, he estado sobreviviendo, incluso ni eso realmente. Realmente no he estado viva durante todo este tiempo, estoy sobreviviendo. Respiro pero ya no estoy viva".
Tras el revuelo levantado por la noticia falsa, su familia aclaró en una carta que no fue una eutanasia: “Nosotros, padres de Noa, estamos profundamente entristecidos por la muerte de nuestra hija. Noa eligió no comer ni beber más. Nos gustaría enfatizar que esta fue la razón de su fallecimiento. Ella murió en nuestra presencia el pasado domingo. Pedimos amablemente a todo el mundo que respete nuestra privacidad de forma que podamos pasar el duelo”.
Al igual que en España, Noa tenía la edad legal para decidir por sí misma que no quería recibir ningún tratamiento médico y, una vez que decidió quitarse la sonda nasogástrica, no se le podía alimentar por la fuerza. No fue eutanasia, ni tampoco suicidio, sino una muerte natural tras rechazar las medidas de soporte vital que la mantenían con vida.
Con ese contexto vital tan dramático, no se trata de estar de acuerdo con la decisión de Noa, sino de respetar la voluntad de morir una persona adulta, que la manifiesta de forma seria y reiterada. Por poner otro ejemplo, quizá nos parezca una locura que una hija o un nieto practiquen vuelo libre, el deporte más peligroso del mundo. Podemos tratar de convencerles de los riesgos, sugerirles otras actividades en las que sientan esa emoción, ese subidón de adrenalina, que sean más seguras. Pero, aunque las demás personas estemos convencidas, lo que no podemos hacer es atarles a la cama. A Noa tampoco.
[1] Levenseindekliniek (the End of Life Clinic) no es una clínica o un hospital, un lugar físico donde se realice asistencia en el proceso de morir, sino un grupo de profesionales que asesoran sobre la eutanasia a otros profesionales que lo solicitan, hacen de médicos consultores (exigido por la ley) y evalúan las peticiones de eutanasia de las personas interesadas en iniciar el proceso de solicitud, asistiendo en el proceso de morir en los domicilios de aquellas que reúnen los requisitos de la ley. Para evitar equívocos, en septiembre de 2019 han cambiado de nombre, denominándose Centro de Expertos en Eutanasia (expertisecentrum euthanasie).
Artículo publicado en la Revista de DMD, nº 80 (oct. 2019)