Pierre, médico de Quebec, cuenta en un artículo su experiencia con la ley de ayuda a morir canadiense de 2016. En Portneuf, él es el único de 35 médicos que acepta peticiones de eutanasia. Para Pierre, la muerte médicamente asistida ha llegado para quedarse, porque es una consecuencia del nuevo paradigma que une calidad de vida, dignidad y autonomía de las personas. La eutanasia es una conquista social, un signo de progreso, reflejo de que cada día somos más libres para decidir responsablemente sobre nuestra vida.
El problema es que las leyes de eutanasia no están concebidas para integrarse en la praxis médica, sino para tratar de tranquilizar a los que se oponen a su regulación, esos que -a pesar de que los datos demuestran lo contrario-, como mercaderes del miedo todavía hablan del apocalipsis de la pendiente deslizante. La ley de ayuda médica a morir de Canadá está trufada de contradicciones y de trampas que somete a la práctica médica a interpretaciones diversas, algunas dispares entre sí, con la amenaza de reproches y de un proceso penal. Le ley obliga a rechazar solicitudes que son tan legítimas como las que reunen los requisitos establecidos. La buena praxis es atender esas peticiones de ayuda, en lugar de causar más daño rechazando a personas que están viviendo el pèor momento de su vida, hartas de soportar un sufrimiento que es irreversible.
Morir no es fácil, tampoco lo es acompañar un proceso que se vive intensamente, con mucha emoción, con personas que van y vienen, algunas sobrepasadas por lo que ocurre, otras superadas por la tristeza... La muerte voluntaria es una fuente de serenidad para la persona que se marcha y de consuelo para las que se quedan. Pero ayudar a morir exige de una sensibilidad y una capacidad de adaptación a situaciones dispares, algunas muy diferentes al contexto clínico convencional, que no todas las personas tienen.
Tal y como está organizada, la ayuda médica a morir es una carrera de obstáculos. Pierre tiene que recorrer 200 km para recoger la medicación, practicar la eutanasia, rellenar todos los formularios y posteriormente devolver la que le sobre. No le extraña que sus colegas "pasen", porque las leyes se sustentan en la implicación voluntaria de los médicos, siendo mucho más fácil rechazar peticiones de eutanasia, que comprometerse con el sufrimiento de los pacientes. Para unos pocos es una cuestión de conciencia, o sea, no quieren, otros no saben y otros no pueden, pero para la mayoría el objetivo es quitarse de encima ese marrón, o sea, hacer una objeción de conveniencia. Algún día descubrirán que la eutanasia es una prueba de amor y una práctica clínica muy gratificante para todas las personas implicadas.
El problema es que las leyes de eutanasia no están concebidas para integrarse en la praxis médica, sino para tratar de tranquilizar a los que se oponen a su regulación, esos que -a pesar de que los datos demuestran lo contrario-, como mercaderes del miedo todavía hablan del apocalipsis de la pendiente deslizante. La ley de ayuda médica a morir de Canadá está trufada de contradicciones y de trampas que somete a la práctica médica a interpretaciones diversas, algunas dispares entre sí, con la amenaza de reproches y de un proceso penal. Le ley obliga a rechazar solicitudes que son tan legítimas como las que reunen los requisitos establecidos. La buena praxis es atender esas peticiones de ayuda, en lugar de causar más daño rechazando a personas que están viviendo el pèor momento de su vida, hartas de soportar un sufrimiento que es irreversible.
Morir no es fácil, tampoco lo es acompañar un proceso que se vive intensamente, con mucha emoción, con personas que van y vienen, algunas sobrepasadas por lo que ocurre, otras superadas por la tristeza... La muerte voluntaria es una fuente de serenidad para la persona que se marcha y de consuelo para las que se quedan. Pero ayudar a morir exige de una sensibilidad y una capacidad de adaptación a situaciones dispares, algunas muy diferentes al contexto clínico convencional, que no todas las personas tienen.
Tal y como está organizada, la ayuda médica a morir es una carrera de obstáculos. Pierre tiene que recorrer 200 km para recoger la medicación, practicar la eutanasia, rellenar todos los formularios y posteriormente devolver la que le sobre. No le extraña que sus colegas "pasen", porque las leyes se sustentan en la implicación voluntaria de los médicos, siendo mucho más fácil rechazar peticiones de eutanasia, que comprometerse con el sufrimiento de los pacientes. Para unos pocos es una cuestión de conciencia, o sea, no quieren, otros no saben y otros no pueden, pero para la mayoría el objetivo es quitarse de encima ese marrón, o sea, hacer una objeción de conveniencia. Algún día descubrirán que la eutanasia es una prueba de amor y una práctica clínica muy gratificante para todas las personas implicadas.