Algunas creen que esas personas, que aún sonríen, lloran y se enfadan, han perdido la cabeza, pero no el corazón. Es una persona viva que siente y que transmite emociones. Para ellas, mientras el corazón bombee la sangre que nos mantiene vivos, permanece viva nuestra identidad, seguimos siendo quienes somos. Eso no es cierto, porque la demencia supone la destrucción de la personalidad.
¡Por supuesto que hay que cuidar a estas personas! Pero la dignida no está en los cuidados, sino en la experiencia de sufrimiento de la persona enferma y el sentido que para ella tenga su vida.
La dignidad tiene un significado distinto para cada persona. Y debemos respetar la pluralidad, teniendo cuidado con discursos que culpabilizan al familiar. En la demencia avanzada el deterioro cerebral es tan brutal que no hay nada que pueda evitar o paliar el aislamiento de un ser humano incapaz de procesar un estímulo externo, como una caricia, o de elaborar un pensamiento.
Con ocasión de la solicitud de ayuda a morir de Eluana Englaro, el Papa visitó a una enferma en estado vegetativo persistente y dijo: "ahí está Dios". Pues muy bien, sobre ceeencias no hay discusión racional posible, pero ya no vivimos en la Edad Media. El respeto a la libertad de conciencia,a los valores de cada persona, es un derecho humano fundamental.
Se puede creer que "la memoria del corazón" nunca se pierde y darle un sentido redentor al sacrificio de cuidar durante años a un enfermo con demencia. Pero también que "ahí" ya no hay nadie y no tiene sentido prolongar una vida muy deteriorada, y por ello desprovista de sentido y de dignidad.
Los paños calientes contra el Alzheimer pueden ayudar, siempre y cuando se respeten los valores de cada cual.