Con esta pregunta titulaba su artículo una enfermera de cuidados intensivos en el LA Times, que resumo así.
La medicina moderna tiene el poder divino de estabilizar los signos vitales de un moribundo y mantenerlo con vida, a pesar de su incapacidad para respirar, comer o beber. Pero nadie nos enseña que las consecuencias de aplazar una muerte natural a menudo es una vida totalmente antinatural. Como enfermera de cuidados intensivos, me atormentan los recuerdos de pacientes que estabilizamos para que sus lesiones catastróficas o enfermedades no los maten, pero que ya no pueden comunicarse de por vida, ni hacer otra cosa que no sea recibir atención médica.
Pienso en una mujer joven en coma por una hemorragia cerebral, cuya familia estaba dividida sobre retirar el soporte vital. El primer día su familia abarrotó la habitación, pero no mejoró, y se fueron alejando. Cuatro semanas más tarde, su familia rechazó por teléfono que la operaran por una obstrucción intestinal. Le habían dado permiso para morir. Cuando murió, no había nadie a su lado, excepto la enfermera. Pienso en el inmenso sufrimiento que soportó su familia. Sé que trataron de hacer lo correcto, pero me pregunto: si ella estaba demasiado lejos de su familia para darle la mano mientras respiraba por última vez, ¿por qué seguía allí?
También pienso en un paciente anciano con antecedentes de derrames cerebrales y demencia, trasladado a urgencias, inmóvil, sin poder comunicarse. Tenía dificultades para respirar y su corazón entró en una arritmia peligrosa, peligrosa cuando el objetivo es mantenerse con vida. Fue intubado y llevado a la UCI. El pobre hombre estaba despierto. Ocasionalmente apretaba una mano cuando se le pedía, pero nunca respondía a las preguntas. Debido a que no había temor de que él sacara su tubo de respiración, tenía una sedación mínima, obtenía drogas solo cuando respiraba rápidamente o comenzaba a "sacarse los ojos", como dijo una enfermera. Aparte de una lista de diagnósticos y medicamentos, había poca información en su historial y no había contactos familiares.
Su médico de cabecera se negó a hacer de representante y a deliberar sobre si el paciente preferiría rechazar el soporte vital, manteniendo medidas de confort, es decir, quitarle el tubo de plástico de la tráquea y dejarlo morir naturalmente, tranquilo y sin dolor. Así que lo mantuvimos con vida. Cuando estoy cara a cara con un paciente como este, alguien que nunca más podrá comunicarse y que recibe atención médica continuada, siento el mismo tipo de vergüenza que cuando paso junto a una persona sin hogar que está en la acera pasando frío. Lo incorrecto es tan obvio.
Cuando introduzco una aguja en su brazo o una sonda en su uretra, siento como si estuviera golpeando a una persona sin hogar. Los enfermos incapacitados están profundamente privados de sus derechos, y la manipulación de sus cuerpos es extraordinariamente invasiva. Es una crisis moral que se oculta, pero las personas involucradas dicen ser meros engranajes de la máquina de la medicina moderna. ¿Por qué las familias no reciben explicaciones claras sobre los resultados más probables, en lugar de los mejores escenarios? Corresponde al público en general -los pacientes- tomar la iniciativa de reformar los excesos de la atención médica moderna.
Haga su testamento vital, no sólo evitará sufrimiento, sino que ayudará a que nuestro sistema médico avance hacia un enfoque más humano de la atención al final de la vida.
La medicina moderna tiene el poder divino de estabilizar los signos vitales de un moribundo y mantenerlo con vida, a pesar de su incapacidad para respirar, comer o beber. Pero nadie nos enseña que las consecuencias de aplazar una muerte natural a menudo es una vida totalmente antinatural. Como enfermera de cuidados intensivos, me atormentan los recuerdos de pacientes que estabilizamos para que sus lesiones catastróficas o enfermedades no los maten, pero que ya no pueden comunicarse de por vida, ni hacer otra cosa que no sea recibir atención médica.
Pienso en una mujer joven en coma por una hemorragia cerebral, cuya familia estaba dividida sobre retirar el soporte vital. El primer día su familia abarrotó la habitación, pero no mejoró, y se fueron alejando. Cuatro semanas más tarde, su familia rechazó por teléfono que la operaran por una obstrucción intestinal. Le habían dado permiso para morir. Cuando murió, no había nadie a su lado, excepto la enfermera. Pienso en el inmenso sufrimiento que soportó su familia. Sé que trataron de hacer lo correcto, pero me pregunto: si ella estaba demasiado lejos de su familia para darle la mano mientras respiraba por última vez, ¿por qué seguía allí?
También pienso en un paciente anciano con antecedentes de derrames cerebrales y demencia, trasladado a urgencias, inmóvil, sin poder comunicarse. Tenía dificultades para respirar y su corazón entró en una arritmia peligrosa, peligrosa cuando el objetivo es mantenerse con vida. Fue intubado y llevado a la UCI. El pobre hombre estaba despierto. Ocasionalmente apretaba una mano cuando se le pedía, pero nunca respondía a las preguntas. Debido a que no había temor de que él sacara su tubo de respiración, tenía una sedación mínima, obtenía drogas solo cuando respiraba rápidamente o comenzaba a "sacarse los ojos", como dijo una enfermera. Aparte de una lista de diagnósticos y medicamentos, había poca información en su historial y no había contactos familiares.
Su médico de cabecera se negó a hacer de representante y a deliberar sobre si el paciente preferiría rechazar el soporte vital, manteniendo medidas de confort, es decir, quitarle el tubo de plástico de la tráquea y dejarlo morir naturalmente, tranquilo y sin dolor. Así que lo mantuvimos con vida. Cuando estoy cara a cara con un paciente como este, alguien que nunca más podrá comunicarse y que recibe atención médica continuada, siento el mismo tipo de vergüenza que cuando paso junto a una persona sin hogar que está en la acera pasando frío. Lo incorrecto es tan obvio.
Cuando introduzco una aguja en su brazo o una sonda en su uretra, siento como si estuviera golpeando a una persona sin hogar. Los enfermos incapacitados están profundamente privados de sus derechos, y la manipulación de sus cuerpos es extraordinariamente invasiva. Es una crisis moral que se oculta, pero las personas involucradas dicen ser meros engranajes de la máquina de la medicina moderna. ¿Por qué las familias no reciben explicaciones claras sobre los resultados más probables, en lugar de los mejores escenarios? Corresponde al público en general -los pacientes- tomar la iniciativa de reformar los excesos de la atención médica moderna.
Haga su testamento vital, no sólo evitará sufrimiento, sino que ayudará a que nuestro sistema médico avance hacia un enfoque más humano de la atención al final de la vida.