
En un artículo publicado en el BMJ, escrito con motivo de la encuesta del Colegio de Médicos de Reino Unido sobre la muerte asistida (por cierto, el 40% dijo estar a favor de una ley, el 21% que la BMA debería ser neutral y el 33% que debería mantener su oposición), Sandy Buchman, médico paliativista y presidente de la Asociación Médica Canadiense, explica por qué realiza la asistencia médica a morir.
Para él, la ley de eutanasia de Canadá (2016) representó un cambio fundamental en el papel de la profesión médica, y en la comprensión de los médicos de lo que realmente significa aliviar sufrimiento de los pacientes. Como médico de cuidados paliativos me pregunté: ¿seré objetor de conciencia o realizaré la muerte medicamente asistida?
A diferencia de otros países (como España, donde la mayoría de colegios profesionales se han autoexcluido del debate por su fundamentalismo), la Asociación Médica Canadiense adoptó en 2013 una postura neutral, que le permitió apoyar tanto a los objetores de conciencia como a los médicos dispuestos a ayudar a morir a sus pacientes.
Para él, la ley de eutanasia de Canadá (2016) representó un cambio fundamental en el papel de la profesión médica, y en la comprensión de los médicos de lo que realmente significa aliviar sufrimiento de los pacientes. Como médico de cuidados paliativos me pregunté: ¿seré objetor de conciencia o realizaré la muerte medicamente asistida?
A diferencia de otros países (como España, donde la mayoría de colegios profesionales se han autoexcluido del debate por su fundamentalismo), la Asociación Médica Canadiense adoptó en 2013 una postura neutral, que le permitió apoyar tanto a los objetores de conciencia como a los médicos dispuestos a ayudar a morir a sus pacientes.
La eutanasia plantea desafíos éticos para la profesión. ¿Cuáles son los objetivos y valores de la medicina? ¿Es ético ayudar a morir? ¿Cuál es la naturaleza del sufrimiento? ¿Cuál es el papel del médico para aliviar el sufrimiento? ¿Qué significa realmente respetar la autonomía del paciente? Sigo reflexionando sobre estas preguntas, pero ayudo a mis pacientes a morir porque creo que es una respuesta compasiva que respeta plenamente su autonomía.
No fue una decisión fácil. Yo había sido médico de familia más de 35 años y médico de cuidados paliativos durante los últimos 11 años. Mi educación y mis creencias me han llevado a procurar alargar la vida siempre que sea apropiado, y a no apresurar la muerte de un paciente.
Era un anatema para mí. Me llevó dos años de reflexión sobre mis emociones más profundas, mis valores, y los principios de mi fe, decidir que ayudaría a mis pacientes a morir. En última instancia, ayudarles es coherente con lo que siempre he hecho: aliviar el sufrimiento.
Mi primera experiencia fue en julio 2016, un mes después de aprobarse la ley. Era un cardiólogo profesor emérito de medicina de 79 años, un socio ideal con quien aventurarse en este territorio desconocido, un colega médico decidido a controlar el final de su vida.
Padecía un Parkinson avanzado, con una demencia leve de Cuerpos de Lewy. Entendió muy bien su destino. Era incapaz de alimentarse, ir al servicio o moverse en la cama. Para él, la pérdida de independencia e incapacidad para cuidar de sí mismo era inaceptable. Se había hundido en una profunda depresión. Recibió tratamiento de su psiquiatra. Finalmente, me hice cargo de sus cuidados paliativos.
Sabía que se acababa de despenalizar la muerte asistida en Canadá, y me preguntó si podíamos hablar de ello. Cuando le dije que estaba dispuesto a ayudarle fue como quitarse una enorme carga de encima de sus hombros. Su rostro se iluminó, le había proporcionado la esperanza de que no tendría que seguir soportando un sufrimiento intolerable hasta el final, a través de la incapacidad física total y la demencia.
Su esposa e hija habían sido testigos de su lucha contra la enfermedad de Parkinson a lo largo de los años y entendían su sufrimiento existencial. Con emociones encontradas, respetar su deseo y sentir un duelo anticipado, apoyaron su decisión.
Les expliqué cómo sería, en su propia casa, en su dormitorio, con ellas allí.
Un colega de cuidados paliativos y yo hicimos una evaluación independiente. Su muerte era "razonablemente previsible" para nosotros, y también para su neurólogo, un experto en la enfermedad de Parkinson. Era un enfermo terminal. Tenía plena capacidad para entender la decisión y sus consecuencias. Su psiquiatra coincidió en su plena capacidad y en que ya no estaba deprimido.
Pasados los plazos que establece la ley, en la mañana del día señalado por él, le pregunté si tenía su consentimiento y él confirmó que deseaba morir. Entonces me expresó su gratitud por ayudarle. Luego inyecté las drogas y en pocos minutos falleció tranquilamente.
Murió la muerte más pacífica que jamás había presenciado, en los brazos de su hija, en su propia casa, rodeado de gente que lo amaba.
Me di cuenta, entonces, de que este procedimiento era el servicio más centrado en el paciente que podía ofrecer. Alivié su sufrimiento de una manera que no era posible a través de otros medios. Esta experiencia ejemplificó para mí la razón por la que entré en la medicina: aliviar el sufrimiento. Sé que eso es lo que hice por el primer paciente que ayudé a morir.
En una segunda parte del artículo, el autor habla de otros temas relacionados, como aprovechar la ley de eutanasia para desarrollar los paliativos, mejorar las competencias de los profesionales de la salud para explorar el sufrimiento y las razones de una muerte asistida, reduciendo en lo posible el deseo de acelerar la muerte, pero reconociendo los límites de los paliativos. Es esencial respetar la autonomía de los pacientes, pero también de los médicos, a través de la objeción de conciencia. La muerte asistida no ha afectado a las poblaciones vulnerables y la opción de poner fin a la vida de una manera compasiva y sensible ha aumentado la confianza en la relación médico paciente y médico familia, al facilitar conversaciones difíciles.
El respeto por la autonomía del paciente es la razón principal por la que acepté ayudar a morir. Los pacientes deben ser capaces de tomar sus propias decisiones, con la mejor calidad de vida posible hasta que ellos decidan.
Otras entradas de testimonios de médic@s sobre eutanasia
No fue una decisión fácil. Yo había sido médico de familia más de 35 años y médico de cuidados paliativos durante los últimos 11 años. Mi educación y mis creencias me han llevado a procurar alargar la vida siempre que sea apropiado, y a no apresurar la muerte de un paciente.
Era un anatema para mí. Me llevó dos años de reflexión sobre mis emociones más profundas, mis valores, y los principios de mi fe, decidir que ayudaría a mis pacientes a morir. En última instancia, ayudarles es coherente con lo que siempre he hecho: aliviar el sufrimiento.
Mi primera experiencia fue en julio 2016, un mes después de aprobarse la ley. Era un cardiólogo profesor emérito de medicina de 79 años, un socio ideal con quien aventurarse en este territorio desconocido, un colega médico decidido a controlar el final de su vida.
Padecía un Parkinson avanzado, con una demencia leve de Cuerpos de Lewy. Entendió muy bien su destino. Era incapaz de alimentarse, ir al servicio o moverse en la cama. Para él, la pérdida de independencia e incapacidad para cuidar de sí mismo era inaceptable. Se había hundido en una profunda depresión. Recibió tratamiento de su psiquiatra. Finalmente, me hice cargo de sus cuidados paliativos.
Sabía que se acababa de despenalizar la muerte asistida en Canadá, y me preguntó si podíamos hablar de ello. Cuando le dije que estaba dispuesto a ayudarle fue como quitarse una enorme carga de encima de sus hombros. Su rostro se iluminó, le había proporcionado la esperanza de que no tendría que seguir soportando un sufrimiento intolerable hasta el final, a través de la incapacidad física total y la demencia.
Su esposa e hija habían sido testigos de su lucha contra la enfermedad de Parkinson a lo largo de los años y entendían su sufrimiento existencial. Con emociones encontradas, respetar su deseo y sentir un duelo anticipado, apoyaron su decisión.
Les expliqué cómo sería, en su propia casa, en su dormitorio, con ellas allí.
Un colega de cuidados paliativos y yo hicimos una evaluación independiente. Su muerte era "razonablemente previsible" para nosotros, y también para su neurólogo, un experto en la enfermedad de Parkinson. Era un enfermo terminal. Tenía plena capacidad para entender la decisión y sus consecuencias. Su psiquiatra coincidió en su plena capacidad y en que ya no estaba deprimido.
Pasados los plazos que establece la ley, en la mañana del día señalado por él, le pregunté si tenía su consentimiento y él confirmó que deseaba morir. Entonces me expresó su gratitud por ayudarle. Luego inyecté las drogas y en pocos minutos falleció tranquilamente.
Murió la muerte más pacífica que jamás había presenciado, en los brazos de su hija, en su propia casa, rodeado de gente que lo amaba.
Me di cuenta, entonces, de que este procedimiento era el servicio más centrado en el paciente que podía ofrecer. Alivié su sufrimiento de una manera que no era posible a través de otros medios. Esta experiencia ejemplificó para mí la razón por la que entré en la medicina: aliviar el sufrimiento. Sé que eso es lo que hice por el primer paciente que ayudé a morir.
En una segunda parte del artículo, el autor habla de otros temas relacionados, como aprovechar la ley de eutanasia para desarrollar los paliativos, mejorar las competencias de los profesionales de la salud para explorar el sufrimiento y las razones de una muerte asistida, reduciendo en lo posible el deseo de acelerar la muerte, pero reconociendo los límites de los paliativos. Es esencial respetar la autonomía de los pacientes, pero también de los médicos, a través de la objeción de conciencia. La muerte asistida no ha afectado a las poblaciones vulnerables y la opción de poner fin a la vida de una manera compasiva y sensible ha aumentado la confianza en la relación médico paciente y médico familia, al facilitar conversaciones difíciles.
El respeto por la autonomía del paciente es la razón principal por la que acepté ayudar a morir. Los pacientes deben ser capaces de tomar sus propias decisiones, con la mejor calidad de vida posible hasta que ellos decidan.
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