La muerte nos iguala a todos, pero el morir no. El morir nos diferencia mucho, tanto como la forma de vivir, de disfrutar o de sufrir.
Una cosa es recomendar formas de morir como más positivas a priori, o más humanas, y otra muy diferente es ayudar a personas concretas. No se trata entonces de enseñar a morir, sino de ayudar a que cada cual lo haga a su manera. Y toda ayuda digna (porque es la ayuda la que conviene dignificar) lo es si acaba correspondiendo a lo que cada cual entiende por dignidad.
La soledad radical con que se vive la muerte ya merece un gran respeto. Y si queremos ayudar, debemos evitar cualquier idea generalizadora, demasiado simple y, sobre todo, con excesiva vocación pedagógica.
Estar solo en el momento de morir puede ser triste; pero sentirse solo entre la gente es mucho peor; resulta indigno, inhumano.