Adrián es un médico español que ha ayudado a morir a muchas personas en Bélgica. La primera hace 15 años, era un señor con ELA que deseaba liberarse de su sufrimiento. Ya contamos con él hace un año y en esta ocasión nos regala de nuevo su tiempo en esta charla con profesionales de Atención Primaria del Centro de Salud Espronceda (Madrid).
Destacamos un consejo: ir siempre acompañado; una evidencia: la seguridad del método; unas cuestiones prácticas sobre la técnica, como dejar todo preparado, el tiopental en un suero conectado a una llave de tres pasos, abriéndolo mientras se deja espacio a la familia, tratando de desaparecer de la escena, que le pertenece a los seres queridos; hasta que unos minutos después llega la muerte, plácida, serena, que se hace evidente no solo a la auscultación, sino a simple vista en la midriasis de las pupilas y en el color pálido de la piel. Es una experiencia de una gran serenidad, un tratamiento más del sufrimiento, que la persona enferma agradece enormemente.
No nos corresponde a los médicos juzgar a estas personas, sino respetarlas y ayudarlas a morir, si esa es su voluntad. No tenemos derecho a tratar de hacerles cambiar de opinión, porque son ellas las que sufren, no nosotros. Tenemos que aceptar que son ellas las que tienen la verdad, no nosotros. La eutanasia es un regalo para ellas, una experiencia profesional muy satisfactoria, que te deja contento por haber hecho algo bueno por otra persona. La eutanasia es un regalo de amor. Ojalá que algunos miembros de las Comisiones de Garantía y Evaluación tomen nota y sepan ubicarse en su papel de evaluadores, sin juzgar, sin fastidiar...
Destacamos un consejo: ir siempre acompañado; una evidencia: la seguridad del método; unas cuestiones prácticas sobre la técnica, como dejar todo preparado, el tiopental en un suero conectado a una llave de tres pasos, abriéndolo mientras se deja espacio a la familia, tratando de desaparecer de la escena, que le pertenece a los seres queridos; hasta que unos minutos después llega la muerte, plácida, serena, que se hace evidente no solo a la auscultación, sino a simple vista en la midriasis de las pupilas y en el color pálido de la piel. Es una experiencia de una gran serenidad, un tratamiento más del sufrimiento, que la persona enferma agradece enormemente.
No nos corresponde a los médicos juzgar a estas personas, sino respetarlas y ayudarlas a morir, si esa es su voluntad. No tenemos derecho a tratar de hacerles cambiar de opinión, porque son ellas las que sufren, no nosotros. Tenemos que aceptar que son ellas las que tienen la verdad, no nosotros. La eutanasia es un regalo para ellas, una experiencia profesional muy satisfactoria, que te deja contento por haber hecho algo bueno por otra persona. La eutanasia es un regalo de amor. Ojalá que algunos miembros de las Comisiones de Garantía y Evaluación tomen nota y sepan ubicarse en su papel de evaluadores, sin juzgar, sin fastidiar...
Lo primero a destacar es un consejo: para ayudar a morir es importante ir acompañado de otro profesional. En España, aunque la Ley de eutanasia no lo plantea adecuadamente, la participación de enfermería será fundamental, desde el minuto uno, durante el proceso de deliberación con la persona que pide ayuda para morir, hasta la charla con su familia y el momento de su muerte.
Según la experiencia belga, el tiopental es un fármaco seguro para provocar la muerte, y rara vez es necesario añadir el curare. Esto contradice la recomendación del Manual de Buenas Prácticas del Ministerio de Sanidad que sostiene que el bloqueante neuromuscular es necesario en una mayoría de casos, siempre -como advierte Adrián- tras haber comprobado el coma profundo (pág. 35). Con el barbitúrico intravenoso jamás ha tenido ninguna complicación, como que el corazón continúe latiendo más de 2 o 3 minutos y el paciente se vuelva cianótico.
Una cuestión práctica: yo pongo un catéter largo para separarme un poco del brazo del paciente y dejarle más espacio. Si tiene un desfibrilador, que la enfermera de cardio lo desconecte previamente (el marcapasos daría igual, pero mejor si se lo quitan). Tras los 15 a 50 mg de midazolam, que va introduciendo lentamente en cinco minutos, abre la vía del suero de 50 a 200 ml, en el que previamente ha introducido los 2 gramos de tiopental, para que en unos 15 o 20 minutos se produzca la muerte. Durante ese tiempo, los profesionales se retiran a un rincón de la habitación, “se hacen chiquitos, desaparecen”, tratando de desmedicalizar un acto eminentemente médico, respetando la intimidad del momento, cediendo el protagonismo a la persona que muere y a su familia. Cada persona, cada familia, elige cómo va a ser el momento. Es un momento triste, pero también de armonía y paz, de mucho cariño.
La muerte es evidente. No solo deja de respirar, y de latir, ya no se escucha ningún ritmo con el fonendo, sino que a simple vista las pupilas se dilatan cada vez más, y ya no reaccionan a la luz, el color cambia, la piel palidece, tomando el color del mármol. Conviene esperar 4 o 5 minutos. Con calma. Serenidad, esa es la palabra que define la eutanasia. Satisfacción, por haber hecho algo bien por una persona, son su agradecimiento y el de los suyos. Es triste, pero finalmente es un acto de amor.
Por último, Adrián felicitó a los profesionales valientes que escuchan las solicitudes de ayuda para morir de los pacientes. Muchos prefieren hacerse los sordos. Hace falta coraje para enfrentarse a una solicitud de eutanasia, sentarse, escuchar y acompañar a nuestros pacientes hasta el final. Ayudar a morir es un acto médico, que honra la profesión, la esencia de la medicina, el servicio al ser sufriente.
Según la experiencia belga, el tiopental es un fármaco seguro para provocar la muerte, y rara vez es necesario añadir el curare. Esto contradice la recomendación del Manual de Buenas Prácticas del Ministerio de Sanidad que sostiene que el bloqueante neuromuscular es necesario en una mayoría de casos, siempre -como advierte Adrián- tras haber comprobado el coma profundo (pág. 35). Con el barbitúrico intravenoso jamás ha tenido ninguna complicación, como que el corazón continúe latiendo más de 2 o 3 minutos y el paciente se vuelva cianótico.
Una cuestión práctica: yo pongo un catéter largo para separarme un poco del brazo del paciente y dejarle más espacio. Si tiene un desfibrilador, que la enfermera de cardio lo desconecte previamente (el marcapasos daría igual, pero mejor si se lo quitan). Tras los 15 a 50 mg de midazolam, que va introduciendo lentamente en cinco minutos, abre la vía del suero de 50 a 200 ml, en el que previamente ha introducido los 2 gramos de tiopental, para que en unos 15 o 20 minutos se produzca la muerte. Durante ese tiempo, los profesionales se retiran a un rincón de la habitación, “se hacen chiquitos, desaparecen”, tratando de desmedicalizar un acto eminentemente médico, respetando la intimidad del momento, cediendo el protagonismo a la persona que muere y a su familia. Cada persona, cada familia, elige cómo va a ser el momento. Es un momento triste, pero también de armonía y paz, de mucho cariño.
La muerte es evidente. No solo deja de respirar, y de latir, ya no se escucha ningún ritmo con el fonendo, sino que a simple vista las pupilas se dilatan cada vez más, y ya no reaccionan a la luz, el color cambia, la piel palidece, tomando el color del mármol. Conviene esperar 4 o 5 minutos. Con calma. Serenidad, esa es la palabra que define la eutanasia. Satisfacción, por haber hecho algo bien por una persona, son su agradecimiento y el de los suyos. Es triste, pero finalmente es un acto de amor.
Por último, Adrián felicitó a los profesionales valientes que escuchan las solicitudes de ayuda para morir de los pacientes. Muchos prefieren hacerse los sordos. Hace falta coraje para enfrentarse a una solicitud de eutanasia, sentarse, escuchar y acompañar a nuestros pacientes hasta el final. Ayudar a morir es un acto médico, que honra la profesión, la esencia de la medicina, el servicio al ser sufriente.