¿Influye un ingreso hospitalario en la decisión de morir de una persona mayor? Según un estudio retrospectivo realizado en Ginebra con 359 pacientes mayores de 65 años que murieron entre 2010 y 2016, el 75 % con un suicidio asistido (269) y el resto tras un acto suicida no asistido, el nivel de atención sanitaria puede ser experimentado por las personas mayores como una carga o como eventos negativos repetidos que alteran su calidad de vida e influyen en su suicidio asistido.
En Suiza, el suicidio asistido (1% de los fallecimientos) es posible con dos condiciones: que la persona tenga capacidad de decisión y que pueda realizarlo por sí misma. Además, las personas implicadas no deben tener motivos egoístas. Casi todas las solicitudes de ayuda son evaluadas por las asociaciones por el derecho a morir, sin restricciones según la fuente del sufrimiento. En los últimos años, la Academia Suiza de Ciencias Médicas ha ido publicando unas directrices que proponen la existencia de una enfermedad que implique que el final de la vida esté cerca.
Sin embargo, el número de mayores de 65 años, con enfermedades crónicas, que para poner fin a su sufrimiento han recurrido al suicidio asistido, ha aumentado porque los médicos aceptan solicitudes por cambios físicos relacionados con la edad, que provocan un sufrimiento intolerable, aunque no exista una enfermedad terminal. Es significativo que en la muestra de este trabajo la proporción de suicidio asistido de mayores de 65 años, frente al suicidio no asistido, sea del 89% (117 de 131) en 2015-2016, frente al 67% (152 de 228) en el periodo 2010-2014. Sobre estos datos, los autores plantean la hipótesis de que la disminución de los suicidios no asistidos se debe a la ampliación de las indicaciones de las organizaciones de derecho a morir en 2014.
En Suiza, el suicidio asistido (1% de los fallecimientos) es posible con dos condiciones: que la persona tenga capacidad de decisión y que pueda realizarlo por sí misma. Además, las personas implicadas no deben tener motivos egoístas. Casi todas las solicitudes de ayuda son evaluadas por las asociaciones por el derecho a morir, sin restricciones según la fuente del sufrimiento. En los últimos años, la Academia Suiza de Ciencias Médicas ha ido publicando unas directrices que proponen la existencia de una enfermedad que implique que el final de la vida esté cerca.
Sin embargo, el número de mayores de 65 años, con enfermedades crónicas, que para poner fin a su sufrimiento han recurrido al suicidio asistido, ha aumentado porque los médicos aceptan solicitudes por cambios físicos relacionados con la edad, que provocan un sufrimiento intolerable, aunque no exista una enfermedad terminal. Es significativo que en la muestra de este trabajo la proporción de suicidio asistido de mayores de 65 años, frente al suicidio no asistido, sea del 89% (117 de 131) en 2015-2016, frente al 67% (152 de 228) en el periodo 2010-2014. Sobre estos datos, los autores plantean la hipótesis de que la disminución de los suicidios no asistidos se debe a la ampliación de las indicaciones de las organizaciones de derecho a morir en 2014.
Según este trabajo, los ancianos propensos al suicidio asistido y sin asistencia difieren en muchos aspectos. El suicidio no asistido a menudo es impulsivo, durante episodios de enfermedades depresivas o mixtas, está fuertemente asociado con intentos de suicidio previos, trastornos del estado de ánimo, vulnerabilidad en el contexto de trastornos límite u otros trastornos de la personalidad, presencia de rasgos impulsivo-agresivos, desesperanza y abuso de sustancias.
Por otro lado, el típico perfil de suicidio asistido se ha descrito como una mujer soltera o divorciada (63%), de 81 años, con educación superior, sin afiliación religiosa, afectada por cáncer o cualquier otra enfermedad crónica, que vive en una residencia de personas mayores. Las personas que eligen el suicidio asistido deben tomar una decisión informada sobre cómo y cuándo morir. Se evalúa su capacidad de decisión de antemano y se impone un tiempo de reflexión antes de tomar su decisión final.
Las razones para optar por el suicidio asistido son el temor a las consecuencias de enfermedades crónicas que les dejen en un estado de debilidad, que ya no les permita la autodeterminación necesaria para poner fin a sus propias vidas, a situaciones de indignidad, a ser una carga, a perder la autonomía o el control. Estas personas ancianas son particularmente sensibles al empeoramiento de su calidad de vida. Su suicidio tiene fundamentos racionales, siguiendo un proceso de deliberación y autoevaluación holística del deterioro irremediable de la calidad de vida actual o futura, llegando también a contemplar el suicidio por estar cansados de la vida o por considerar que su vida está completa.
Estas personas mayores viven el ingreso como un impacto negativo en su calidad de vida, como inútil e inconsistente con sus deseos, llegando a temer que sus vidas se prolonguen en contra de su voluntad.
Los datos demostraron que los fallecidos con suicidio asistido experimentaron una intensidad de atención hospitalaria significativamente mayor durante su último año de vida (58% de hospitalización) en comparación con aquellos que se quitaron la vida sin ayuda (19%). Por lo tanto, el suicidio asistido se asociaría con problemas de salud somática más frecuentes que conducen a una atención hospitalaria intensa, mientras que el suicidio no asistido ocurriría con mayor frecuencia en casos con trastornos mentales.
Según los autores, se necesitan más estudios para determinar en qué medida las solicitudes de suicidio asistido están relacionadas con los ingresos hospitalarios y hasta qué punto la atención médica puede causar sufrimiento.
Respetar los deseos de los pacientes sobre la atención al final de la vida puede ayudar a reducir sus pensamientos suicidas. Por ello, se debe fomentar la planificación anticipada de la atención, adoptar de forma temprana un enfoque paliativo, que simplifique la atención al final de la vida y considerar los riesgos asociados con el hospital, con alternativas a la hospitalización, permitiendo el alta temprana. Los profesionales de la salud deberían participar más en la exploración de los deseos del paciente de acelerar su muerte, así como su percepción de calidad de vida.
Comentarios:
Por otro lado, el típico perfil de suicidio asistido se ha descrito como una mujer soltera o divorciada (63%), de 81 años, con educación superior, sin afiliación religiosa, afectada por cáncer o cualquier otra enfermedad crónica, que vive en una residencia de personas mayores. Las personas que eligen el suicidio asistido deben tomar una decisión informada sobre cómo y cuándo morir. Se evalúa su capacidad de decisión de antemano y se impone un tiempo de reflexión antes de tomar su decisión final.
Las razones para optar por el suicidio asistido son el temor a las consecuencias de enfermedades crónicas que les dejen en un estado de debilidad, que ya no les permita la autodeterminación necesaria para poner fin a sus propias vidas, a situaciones de indignidad, a ser una carga, a perder la autonomía o el control. Estas personas ancianas son particularmente sensibles al empeoramiento de su calidad de vida. Su suicidio tiene fundamentos racionales, siguiendo un proceso de deliberación y autoevaluación holística del deterioro irremediable de la calidad de vida actual o futura, llegando también a contemplar el suicidio por estar cansados de la vida o por considerar que su vida está completa.
Estas personas mayores viven el ingreso como un impacto negativo en su calidad de vida, como inútil e inconsistente con sus deseos, llegando a temer que sus vidas se prolonguen en contra de su voluntad.
Los datos demostraron que los fallecidos con suicidio asistido experimentaron una intensidad de atención hospitalaria significativamente mayor durante su último año de vida (58% de hospitalización) en comparación con aquellos que se quitaron la vida sin ayuda (19%). Por lo tanto, el suicidio asistido se asociaría con problemas de salud somática más frecuentes que conducen a una atención hospitalaria intensa, mientras que el suicidio no asistido ocurriría con mayor frecuencia en casos con trastornos mentales.
Según los autores, se necesitan más estudios para determinar en qué medida las solicitudes de suicidio asistido están relacionadas con los ingresos hospitalarios y hasta qué punto la atención médica puede causar sufrimiento.
Respetar los deseos de los pacientes sobre la atención al final de la vida puede ayudar a reducir sus pensamientos suicidas. Por ello, se debe fomentar la planificación anticipada de la atención, adoptar de forma temprana un enfoque paliativo, que simplifique la atención al final de la vida y considerar los riesgos asociados con el hospital, con alternativas a la hospitalización, permitiendo el alta temprana. Los profesionales de la salud deberían participar más en la exploración de los deseos del paciente de acelerar su muerte, así como su percepción de calidad de vida.
Comentarios:
- Es llamativo el respeto de la sociedad suiza a las decisiones de las personas al final de su vida, demostrado en varios referéndums. A la luz de todas las encuestas realizadas, esta posición es común en toda Europa. Los autores asumen ese contexto cultural y no hacen ningún juicio de valor sobre la disponibilidad de la propia vida, una posición que sería deseable en futuros trabajos, que deberían dejar al margen los prejuicios sobre el suicidio racional, más basados en creencias personales, que en la evidencia.
- La razones para morir de una persona mayor hay que buscarlas en su biografía, en sus valores, en su forma de estar en el mundo. Estas razones, la vivencia de la vejez con achaques y deterioro de la calidad de vida como una situación indeseable, no dependen de la asistencia médica o social que reciba la persona y desbordan los fines de la medicina. Para muchas de ellas, el ingreso hospitalario, además de ser una experiencia desagradable que no desean, supone rebasar una línea que ellas mismas se había fijado y que determina su decisión de que “así” no desean seguir viviendo (Ver: Cuando la hospitalización es peor que la muerte).
- Cada día más personas mayores se sienten libres para decidir hasta cuándo desean vivir. Frente a esta realidad, ya es hora de dejar de lado el tradicional paternalismo de la medicina y de la sociedad y afrontar con honestidad el reto de respetar la voluntad de cada persona, su forma de ser y estar en el mundo, sin medicalizar su proceso de morir. Eso es morir con dignidad.