"Doctor, si mi corazón se detiene, déjeme ir." "¿Por qué?", le pregunté.
Sin dudar, él respondió: "Porque estar en ese estado es peor que la muerte".
Los tratamientos médicos han logrado inmensos beneficios, pero también han cambiado el proceso de morir, la muerte ha pasado de ser un evento instantáneo a un proceso largo y prolongado, precedida por años de discapacidad, incontables procedimientos diagnósticos y potentes medicamentos.
Sólo uno de cada cinco pacientes puede morir en casa. Durante ese proceso, muchos pacientes temen más a las medidas de soporte vital que necesitan para vivir, que a la muerte misma.
Eso explica los avances legislativos del derecho a morir.
Algunos médicos hacen frente a la cuestión del suicidio asistido prescribiendo opiáceos, medicamentos que pueden ralentizar la respiración hasta el punto de pararla, acelerando una muerte "natural", una opción que que no incomoda a estos médicos y enfermeras. En casos extremos, cuando la morfina no es suficiente, los pacientes pueden recibir un anestésico para aliviar su muerte o una sedación terminal. Recuerdo un paciente con cáncer abdominal cuyos intestinos estaban perforados y para los que la cirugía no era una opción. El paciente, que se había retorcido de dolor, finalmente se sintió cómodo, pero creo que la sedación terminal, necesaria como era, estaba más cerca de la eutanasia activa que del suicidio asistido.
La forma de morir ha cambiado, pero los argumentos contra el suicidio asistido no. Se nos advierte de una pendiente resbaladiza, su legalización conduciría eventualmente a la esterilización eugenésica que recuerda a la Alemania nazi, pero no se ha observado tal deriva en ninguno de los países donde se ha regulado. Se advierte que se pondría en peligro a poblaciones vulnerables, como las personas sin seguro o con discapacidad, pero los datos de Oregón demuestran que la gran mayoría de los pacientes que optan por el suicidio asistido son blancos y con un nivel económico y social alto. También se nos dice que las leyes de suicidio asistido disminuirá la prestación de cuidados paliativos, pero los datos sugieren lo contrario: la legalización del suicidio asistido promueve los paliativos porque sensibiliza a los médicos sobre la necesidad de garantizar el confort de los enfermos terminales, haciendo todo lo posible por evitarlo.
Y por último se nos recuerda la primera obligación moral del médicol primun non nocere, no hacer daño, pero el daño médico es actualmente una de las principales causas de muerte y, en cualquier caso, no debería impedir a los pacientes morir de la forma que ellos elijan. Con las debidas garantías, el suicidio asistido puede ofrece a los enfermos terminales un control sobre sus vidas que tanto la enfermedad, como el sistema sanitario trata de usurparles. En Oregón, de los pocos pacientes que han solicitado la receta letal (1.545 en 18 años) el 35% por ciento nunca la usan, porque para ellos es simplemente una medida de seguridad, una opción tranquilizadora.
En lugar de usar nuestras energías para confundir y obstruir las opciones de los pacientes al final de su vida, los médicos tenemos que reevaluar cómo podemos ayudar a los pacientes a alcanzar sus metas. Tenemos que ofrecer una opción para que los que lo deseen puedan tomar el control de su muerte, también a través del suicidio asistido. En lugar de buscar orientación en la milenaria tradición hipocrática, hemos de evaluar a lo que los pacientes enfrentan en los tiempos modernos. Incluso ante una decisión que personalmente no recomendaríamos, deberíamos considerar permitirla para pacientes que sufren una enfermedad debilitante. La forma en que morimos ha cambiado enormemente en las últimas décadas, y también nosotros.