“El 75% de las personas al final de la vida muere con dolor emocional”. Con este titular se resumía una jornada realizada por varias organizaciones con motivo del día mundial de los cuidados paliativos de 2016, cuyo lema ha sido “Vivir y morir con dolor, algo que no debería suceder”.
Para que el enfoque paliativo de la asistencia al final de la vida sea un derecho, es evidente que hacen falta recursos asistenciales, pero sobre todo una cultura de la muerte que sea respetuosa con la voluntad de cada persona, empezando por evitar que se le oculte información sobre su proceso de enfermedad (la conspiración del silencio), incorporándola en todas las decisiones que le afectan.
Pero ser pedagógicos no significa caer en la propaganda, como esos anuncios que asocian la compra de un coche a la felicidad. Está claro que se debe potenciar la psicología en la asistencia sanitaria, pero sin falacias, porque muchos médicos y enfermeras de cabecera están atendiendo perfectamente el dolor emocional, y sobre todo porque una parte importante del sufrimiento al final de la vida es tan inevitable como el proceso de deterioro o la muerte.
“¡Me estoy muriendo! ¿Cómo quieres que me encuentre?”
La experiencia de sufrimiento en el proceso terminal es universal, todo el mundo sufre (están enfermos, débiles, su vida se acaba, etc., etc.) Miles de esas personas mueren con dolores que no responden al tratamiento paliativo, ni a ningún otro, de forma satisfactoria. Por eso, afirmar que vivir y morir con dolor es algo que no debería suceder es una declaración, o más bien una plegaria, tan chocante como pedir que el cáncer o -ya puestos- la enfermedad, no deberían suceder. ¡Ya! Ojalá en el futuro no existan los médicos, pero ese no es el tema. Los paliativos no disponen de una varita mágica contra el sufrimiento, ayudan, pero tienen unos límites que es fundamental asumir para no provocar daño en los pacientes y para no hacer el ridículo entre los profesionales.
La cuestión es que muchas de las mil y pico personas que cada día muere en España sufren más de lo que deberían porque no se les pregunta cómo desean ser atendidos, no se les ofrece un enfoque paliativo alternativo a la medicina tecnológica, ni se tienen en cuenta sus decisiones. Para mejorar esto probablemente hagan falta más recursos paliativos, pero sobre todo una cultura de la muerte basada en el respeto. Sin propaganda, por favor.
Para que el enfoque paliativo de la asistencia al final de la vida sea un derecho, es evidente que hacen falta recursos asistenciales, pero sobre todo una cultura de la muerte que sea respetuosa con la voluntad de cada persona, empezando por evitar que se le oculte información sobre su proceso de enfermedad (la conspiración del silencio), incorporándola en todas las decisiones que le afectan.
Pero ser pedagógicos no significa caer en la propaganda, como esos anuncios que asocian la compra de un coche a la felicidad. Está claro que se debe potenciar la psicología en la asistencia sanitaria, pero sin falacias, porque muchos médicos y enfermeras de cabecera están atendiendo perfectamente el dolor emocional, y sobre todo porque una parte importante del sufrimiento al final de la vida es tan inevitable como el proceso de deterioro o la muerte.
“¡Me estoy muriendo! ¿Cómo quieres que me encuentre?”
La experiencia de sufrimiento en el proceso terminal es universal, todo el mundo sufre (están enfermos, débiles, su vida se acaba, etc., etc.) Miles de esas personas mueren con dolores que no responden al tratamiento paliativo, ni a ningún otro, de forma satisfactoria. Por eso, afirmar que vivir y morir con dolor es algo que no debería suceder es una declaración, o más bien una plegaria, tan chocante como pedir que el cáncer o -ya puestos- la enfermedad, no deberían suceder. ¡Ya! Ojalá en el futuro no existan los médicos, pero ese no es el tema. Los paliativos no disponen de una varita mágica contra el sufrimiento, ayudan, pero tienen unos límites que es fundamental asumir para no provocar daño en los pacientes y para no hacer el ridículo entre los profesionales.
La cuestión es que muchas de las mil y pico personas que cada día muere en España sufren más de lo que deberían porque no se les pregunta cómo desean ser atendidos, no se les ofrece un enfoque paliativo alternativo a la medicina tecnológica, ni se tienen en cuenta sus decisiones. Para mejorar esto probablemente hagan falta más recursos paliativos, pero sobre todo una cultura de la muerte basada en el respeto. Sin propaganda, por favor.