Manolo tenía 86 años y se cayó en casa. Ya entonces hablaba de su muerte, de que no deseaba vivir de cualquier manera, porque estaba al límite de perder su autonomía. Aturdido y con medio cuerpo paralizado, una ambulancia lo llevó al hospital, donde murió unas semanas después.
Nada extraordinario. “Que se mueren los viejos”, en su casa, en un hospital o una residencia, es ley de vida. Lo que no tiene perdón es que, sabiendo que están al final de su larga vida, los ancianos se mueran mal, sin respeto a sus valores y sus decisiones, sin dignidad.
Nada extraordinario. “Que se mueren los viejos”, en su casa, en un hospital o una residencia, es ley de vida. Lo que no tiene perdón es que, sabiendo que están al final de su larga vida, los ancianos se mueran mal, sin respeto a sus valores y sus decisiones, sin dignidad.
Ingresó en el servicio de neurocirugía por una hemorragia cerebral, que resultó no ser operable. Empeoró, perdiendo el habla. Por las dificultades para alimentarle e hidratarle por vía oral, le colocaron una sonda nasogástrica, que se arrancó cuatro veces. Entonces propusieron colocarle una PEG (gastrostomía endoscópica percutánea, abrir un agujero en el estómago con una leve intervención quirúrgica, para conectarle una sonda de alimentación), pero los hijos dijeron que no, que su padre tenía un testamento vital. Los neurocirujanos se negaron a recoger el documento del Testamento Vital (TV) para incorporarlo a su historia (mal asunto).
Manolo era socio de DMD y había firmado su TV en 2005 y más tarde en 2011, incluyendo la petición de eutanasia, ahora por fin en vigor. En caso de pérdida de autonomía rechazaba cualquier tratamiento que le mantuviera con vida. Su voluntad era rotunda. No obstante, el equipo de neurocirugía se obstinaba en afirmar que “no era irreversible” y que “no debían tirar la toalla”. Todo eso, sin informar claramente del mal diagnóstico y pronóstico, sometiendo con su actitud y sus comentarios a sus tres hijos a un chantaje emocional inadmisible.
Tal y como les recomendó DMD, sus hijos acudieron al Servicio de Atención al Paciente pidiendo ayuda. No había ninguna duda sobre la voluntad del paciente. Los neuros consultaron a paliativos y empezaron a administrarle morfina para el dolor. Gracias al enfoque paliativo, se aclararon los objetivos terapéuticos, pero todavía pasarían diez días malos. Manolo sufrió de forma innecesaria porque el neurocirujano/a de turno se negó a respetar la voluntad de Manolo, a asumir el enfoque paliativo y a ver la realidad, le retiró la analgesia –según ella- para observar la evolución neurológica, pretendían hacerle un escáner pocos días antes de morir, que su familia rechazó, y presionaron a los hijos provocando daño, de una forma irresponsable. Afortunadamente, a pesar de algunos profesionales (en este caso neurocirujanos, pero podrían ser de cualquier otra especialidad), gracias a los paliativos y sobre todo a su Testamento Vital, se impuso la sensatez y Manolo murió sedado.
Sus hijos nunca tiraron la toalla, respetaron la voluntad de su padre y su dignidad hasta el último suspiro.
Es muy preocupante que esto ocurra en un gran hospital, de una gran ciudad, con semejante soberbia y desfachatez, en julio de 2021, casi ¡veinte años después de la ley de autonomía!. Cuántas personas sufren a diario la cabezonería de esos "linces" de la medicina. ¡Cuánto nos queda por andar!
Manolo era socio de DMD y había firmado su TV en 2005 y más tarde en 2011, incluyendo la petición de eutanasia, ahora por fin en vigor. En caso de pérdida de autonomía rechazaba cualquier tratamiento que le mantuviera con vida. Su voluntad era rotunda. No obstante, el equipo de neurocirugía se obstinaba en afirmar que “no era irreversible” y que “no debían tirar la toalla”. Todo eso, sin informar claramente del mal diagnóstico y pronóstico, sometiendo con su actitud y sus comentarios a sus tres hijos a un chantaje emocional inadmisible.
Tal y como les recomendó DMD, sus hijos acudieron al Servicio de Atención al Paciente pidiendo ayuda. No había ninguna duda sobre la voluntad del paciente. Los neuros consultaron a paliativos y empezaron a administrarle morfina para el dolor. Gracias al enfoque paliativo, se aclararon los objetivos terapéuticos, pero todavía pasarían diez días malos. Manolo sufrió de forma innecesaria porque el neurocirujano/a de turno se negó a respetar la voluntad de Manolo, a asumir el enfoque paliativo y a ver la realidad, le retiró la analgesia –según ella- para observar la evolución neurológica, pretendían hacerle un escáner pocos días antes de morir, que su familia rechazó, y presionaron a los hijos provocando daño, de una forma irresponsable. Afortunadamente, a pesar de algunos profesionales (en este caso neurocirujanos, pero podrían ser de cualquier otra especialidad), gracias a los paliativos y sobre todo a su Testamento Vital, se impuso la sensatez y Manolo murió sedado.
Sus hijos nunca tiraron la toalla, respetaron la voluntad de su padre y su dignidad hasta el último suspiro.
Es muy preocupante que esto ocurra en un gran hospital, de una gran ciudad, con semejante soberbia y desfachatez, en julio de 2021, casi ¡veinte años después de la ley de autonomía!. Cuántas personas sufren a diario la cabezonería de esos "linces" de la medicina. ¡Cuánto nos queda por andar!