En enero se publicaba la siguiente noticia:
“Soy Carmen Falomir, tengo 54 años y estoy a punto de subir a una ambulancia en dirección a Valencia. Este es un viaje de ida... sin regreso. Pero estoy tranquila, en paz y en cierto modo feliz”. Así se expresaba Carmen en una carta, debido a sus dificultades para hablar por una ELA diagnosticada dos años antes.
Desde 2016 el Hospital La Fe de Valencia dispone de un protocolo de donación de órganos en pacientes con ELA, que es excelente.
El tratamiento se diferencia muy poco de una eutanasia, pero incluso algunos grupos integristas lo aprueban, poniendo encima de la mesa, una vez más, la incongruencia de oponerse a otros tipos de muerte voluntaria, como la eutanasia.
Ayudar a morir, ya sea mediante una sedación, la retirada de medidas de soporte vital o una eutanasia es una praxis habitual en medicina.
“Soy Carmen Falomir, tengo 54 años y estoy a punto de subir a una ambulancia en dirección a Valencia. Este es un viaje de ida... sin regreso. Pero estoy tranquila, en paz y en cierto modo feliz”. Así se expresaba Carmen en una carta, debido a sus dificultades para hablar por una ELA diagnosticada dos años antes.
Desde 2016 el Hospital La Fe de Valencia dispone de un protocolo de donación de órganos en pacientes con ELA, que es excelente.
El tratamiento se diferencia muy poco de una eutanasia, pero incluso algunos grupos integristas lo aprueban, poniendo encima de la mesa, una vez más, la incongruencia de oponerse a otros tipos de muerte voluntaria, como la eutanasia.
Ayudar a morir, ya sea mediante una sedación, la retirada de medidas de soporte vital o una eutanasia es una praxis habitual en medicina.
"Los y las donantes eligen decidir sobre su propia muerte: cuándo ingresarán en el centro, quién los acompañará y cuál será la última imagen que verán antes de apagar las máquinas que alargan artificialmente su vida.
Durante la despedida, las y los pacientes reciben sedación y aguardan lo inevitable y siempre se antepone su bienestar a cualquier otra circunstancia, incluso a su deseo de ser donantes. De hecho, si el proceso se complica, prima el derecho a una muerte digna a la voluntad de donar.
Hasta ese último recuerdo, tanto las personas diagnosticadas de ELA como sus familias reciben el apoyo de la psicóloga de la Unidad, quien pone todo su empeño en lograr que "tengan una feliz vida y una buena despedida".
"Un cometido tan duro como gratificante porque "al realizar las voluntades anticipadas, la persona con ELA percibe que recupera el control de su vida" y siente que, en cierto modo, compensa la dependencia para respirar, tragar o hablar que la enfermedad le impone conforme avanza. "El donar los órganos a otras personas permite aumentar un sentido de trascendencia y de compasión, dando un plus al sentido de la existencia".
Una losa inimaginable que trata de aliviar el programa de donación, con una atención que potencie su autonomía en la mayor medida posible.
“Una vez concienciada de mi suerte -relata Carmen-, sólo se me pasó por la cabeza cómo terminar cuanto antes, pero en nuestro país eso no era posible dentro de la legalidad o al menos eso creía yo, y me sentía angustiada por este tema y me aterraba llegar a un punto en el que mi cuerpo fuera mi cárcel, vivir encerrada en un cuerpo que ni reconoces ni te responde, con una total despersonalización.
Hasta que un buen día fui al Hospital La Fe a una visita rutinaria en el servicio de neurología, y por primera vez alguien me daba una solución. Si bien la enfermedad en sí no tenía tratamiento, mi miedo y angustia sí. Me hablaron de las últimas voluntades, comprometiéndose a que llegado el momento en el que vivir supusiera un sufrimiento mayor que morir se cumpliría lo escrito en mi testamento de vida. Aquello cambió mi forma de afrontar lo que me esperaba y ya sentía la tranquilidad de que tendría un final digno.”
Reproduzco una breve conversación de twitter que muestra la negación que un sector de los cuidados paliativos hace de la sedación a demanda (o sea, de la autonomía, las leyes de muerte digna y por supuesto la eutanasia). Aquí el artículo sobre un caso referido y las recomendaciones del Comité de Bioética de Catalunya (sin ninguna duda, y con diferencia, el mejor del estado español).
Durante la despedida, las y los pacientes reciben sedación y aguardan lo inevitable y siempre se antepone su bienestar a cualquier otra circunstancia, incluso a su deseo de ser donantes. De hecho, si el proceso se complica, prima el derecho a una muerte digna a la voluntad de donar.
Hasta ese último recuerdo, tanto las personas diagnosticadas de ELA como sus familias reciben el apoyo de la psicóloga de la Unidad, quien pone todo su empeño en lograr que "tengan una feliz vida y una buena despedida".
"Un cometido tan duro como gratificante porque "al realizar las voluntades anticipadas, la persona con ELA percibe que recupera el control de su vida" y siente que, en cierto modo, compensa la dependencia para respirar, tragar o hablar que la enfermedad le impone conforme avanza. "El donar los órganos a otras personas permite aumentar un sentido de trascendencia y de compasión, dando un plus al sentido de la existencia".
Una losa inimaginable que trata de aliviar el programa de donación, con una atención que potencie su autonomía en la mayor medida posible.
“Una vez concienciada de mi suerte -relata Carmen-, sólo se me pasó por la cabeza cómo terminar cuanto antes, pero en nuestro país eso no era posible dentro de la legalidad o al menos eso creía yo, y me sentía angustiada por este tema y me aterraba llegar a un punto en el que mi cuerpo fuera mi cárcel, vivir encerrada en un cuerpo que ni reconoces ni te responde, con una total despersonalización.
Hasta que un buen día fui al Hospital La Fe a una visita rutinaria en el servicio de neurología, y por primera vez alguien me daba una solución. Si bien la enfermedad en sí no tenía tratamiento, mi miedo y angustia sí. Me hablaron de las últimas voluntades, comprometiéndose a que llegado el momento en el que vivir supusiera un sufrimiento mayor que morir se cumpliría lo escrito en mi testamento de vida. Aquello cambió mi forma de afrontar lo que me esperaba y ya sentía la tranquilidad de que tendría un final digno.”
Reproduzco una breve conversación de twitter que muestra la negación que un sector de los cuidados paliativos hace de la sedación a demanda (o sea, de la autonomía, las leyes de muerte digna y por supuesto la eutanasia). Aquí el artículo sobre un caso referido y las recomendaciones del Comité de Bioética de Catalunya (sin ninguna duda, y con diferencia, el mejor del estado español).