La medicina ha hecho mejores nuestras vidas, pero es hora de aceptar que demasiada medicina puede ser tan dañina como demasiado poco. Cuanto más sabemos sobre este exceso de medicina, más difícil es imaginar soluciones.
Necesitamos un cambio radical en nuestro pensamiento sobre los límites de la medicina. Es hora de liberarnos de la peligrosa fantasía de que la tecnología médica nos puede liberar de las realidades de la incertidumbre, el envejecimiento y la muerte.
Así se expresa Iona Heath, una médica de cabecera británica que es una referencia en el mundo.
Gastamos una cantidad ingente de dinero en exámenes, pruebas y tratamientos innecesarios. Pero no sólo se despilfarramos, sino que hemos creado un problema, el "sobrediagnóstico", que etiqueta a muchísimas personas sanas con enfermedades que nunca les dañarán.
El diagnóstico precoz detecta cánceres potencialmente mortales, pero también anomalías que se tratan como si fueran cáncer, pero que nunca habrían causado ningún síntoma a la persona. Los altibajos sexuales son disfunciones. Si tienes factores de riesgo -colesterol, función renal o densidad ósea-, eres considerado un enfermo. Se amplían las definiciones de enfermedades y millones de personas sanas son convertidas en pacientes.
Todo este exceso es una combinación tóxica de buenas intenciones, ilusiones e intereses creados, alimentados por una sofisticada tecnología de diagnóstico que a menudo ofrece la ilusión de una mayor certeza acerca de las causas de nuestro sufrimiento. Es como si buscáramos soluciones técnicas para la realidad fundamental de la existencia humana: la incertidumbre, el envejecimiento y la muerte.
La intolerancia a la incertidumbre es una de las causas más importantes del exceso médico. Los médicos ordenan cada vez más pruebas para estar seguros de lo que están viendo. Pero los beneficios y los daños de tratar la enfermedad están inevitablemente llenos de incertidumbre, porque estamos aplicando el conocimiento derivado de las poblaciones a individuos únicos.
En términos más generales, la incertidumbre es la base de toda creatividad científica, libertad intelectual y resistencia política. Debemos nutrir la incertidumbre, atesorarla y enseñar su valor, en lugar de tener miedo de ella.
No importa cuánto los vendedores de medicamentos tratan de hacernos sentir rotos por el simple paso del tiempo, el envejecimiento no es una enfermedad. Definiciones de enfermedades que equiparan "normal" a ser joven son fundamentalmente defectuosas y requieren revisión urgente.
Lo que solemos olvidar es que la medicina no puede salvar vidas, sólo puede posponer la muerte. Sin embargo, nos persuadimos de que de alguna manera podría extender nuestras vidas, y llegamos a ver casi todas las muertes como un fracaso de la medicina. Los médicos persisten con tratamientos inútiles hasta que el paciente muere, a menudo con el apoyo de los propios pacientes o sus familias. Las conversaciones profundas, difíciles y necesarias sobre la muerte y el morir sólo son posibles en un contexto de confianza, que se hace cada vez más difícil a medida que los sistemas sanitarios se fragmentan cada vez más.
Algunas iniciativas son signos positivos de esperanza: Elegir Sabiamente, la toma de decisiones compartida y la prevención cuaternaria (proteger a las personas de etiquetas médicas, pruebas y tratamientos Innecesarios). Se trata de reestablecer la confianza médico-paciente, ayudándonos a reducir el miedo y abrazar la incertidumbre, y terminar con la pretensión de que la medicina puede curar el envejecimiento e incluso la muerte.
El diagnóstico precoz detecta cánceres potencialmente mortales, pero también anomalías que se tratan como si fueran cáncer, pero que nunca habrían causado ningún síntoma a la persona. Los altibajos sexuales son disfunciones. Si tienes factores de riesgo -colesterol, función renal o densidad ósea-, eres considerado un enfermo. Se amplían las definiciones de enfermedades y millones de personas sanas son convertidas en pacientes.
Todo este exceso es una combinación tóxica de buenas intenciones, ilusiones e intereses creados, alimentados por una sofisticada tecnología de diagnóstico que a menudo ofrece la ilusión de una mayor certeza acerca de las causas de nuestro sufrimiento. Es como si buscáramos soluciones técnicas para la realidad fundamental de la existencia humana: la incertidumbre, el envejecimiento y la muerte.
La intolerancia a la incertidumbre es una de las causas más importantes del exceso médico. Los médicos ordenan cada vez más pruebas para estar seguros de lo que están viendo. Pero los beneficios y los daños de tratar la enfermedad están inevitablemente llenos de incertidumbre, porque estamos aplicando el conocimiento derivado de las poblaciones a individuos únicos.
En términos más generales, la incertidumbre es la base de toda creatividad científica, libertad intelectual y resistencia política. Debemos nutrir la incertidumbre, atesorarla y enseñar su valor, en lugar de tener miedo de ella.
No importa cuánto los vendedores de medicamentos tratan de hacernos sentir rotos por el simple paso del tiempo, el envejecimiento no es una enfermedad. Definiciones de enfermedades que equiparan "normal" a ser joven son fundamentalmente defectuosas y requieren revisión urgente.
Lo que solemos olvidar es que la medicina no puede salvar vidas, sólo puede posponer la muerte. Sin embargo, nos persuadimos de que de alguna manera podría extender nuestras vidas, y llegamos a ver casi todas las muertes como un fracaso de la medicina. Los médicos persisten con tratamientos inútiles hasta que el paciente muere, a menudo con el apoyo de los propios pacientes o sus familias. Las conversaciones profundas, difíciles y necesarias sobre la muerte y el morir sólo son posibles en un contexto de confianza, que se hace cada vez más difícil a medida que los sistemas sanitarios se fragmentan cada vez más.
Algunas iniciativas son signos positivos de esperanza: Elegir Sabiamente, la toma de decisiones compartida y la prevención cuaternaria (proteger a las personas de etiquetas médicas, pruebas y tratamientos Innecesarios). Se trata de reestablecer la confianza médico-paciente, ayudándonos a reducir el miedo y abrazar la incertidumbre, y terminar con la pretensión de que la medicina puede curar el envejecimiento e incluso la muerte.