JL Diaz Agea (2008):
La medicalización del sufrimiento es uno más de los procesos de control que en la vida cotidiana de las sociedades modernas se da por parte de la asociación medicina-estado. Desde obras como Némesis Médica (Ivan Illich), muchas voces han denunciado la patologización de etapas vitales como el embarazo, la crianza, la vejez o la muerte (vista más como fracaso terapéutico que como un suceso natural).
La sociedad se ha hecho dependiente del sistema médico. Todas las personas acuden al médico necesariamente: nuestro sistema normativo y de control somete al individuo a un programa de obligado cumplimiento que nadie se puede saltar. Las mujeres dan a luz en el hospital, entre médicos; luego llevan a sus hijos al médico para los controles del niño sano y las vacunaciones periódicas; entretanto se pasan los años y envejecemos, lo que nos convierte en enfermos crónicos, hasta que finalmente nos llevan al hospital a morir en paz, rodeados de médicos que certifican, como ya hicieron con el nacimiento, nuestra muerte (Alberto Gálvez Toro).
La medicalización del sufrimiento es uno más de los procesos de control que en la vida cotidiana de las sociedades modernas se da por parte de la asociación medicina-estado. Desde obras como Némesis Médica (Ivan Illich), muchas voces han denunciado la patologización de etapas vitales como el embarazo, la crianza, la vejez o la muerte (vista más como fracaso terapéutico que como un suceso natural).
La sociedad se ha hecho dependiente del sistema médico. Todas las personas acuden al médico necesariamente: nuestro sistema normativo y de control somete al individuo a un programa de obligado cumplimiento que nadie se puede saltar. Las mujeres dan a luz en el hospital, entre médicos; luego llevan a sus hijos al médico para los controles del niño sano y las vacunaciones periódicas; entretanto se pasan los años y envejecemos, lo que nos convierte en enfermos crónicos, hasta que finalmente nos llevan al hospital a morir en paz, rodeados de médicos que certifican, como ya hicieron con el nacimiento, nuestra muerte (Alberto Gálvez Toro).
Una sociedad manejada por batas blancas, aparece como la manifestación del malestar de una parte del propio sistema médico, que observa impasible cómo el monstruo creado se le escapa de las manos y toma autonomía propia al modo del Frankenstein de Shelley. ¿Dónde está el límite entre la necesidad de salud y el control de los individuos? ¿Qué valor le otorgamos a la prevención de la salud? ¿Depende esta intención medicalizadora del manejo por parte de la ciencia médica del concepto de verdad?
“La verdad no está fuera del poder, ni carece de poder. Cada sociedad posee su régimen de verdad, el estatuto de quienes se encargan de decir qué es lo que funciona como verdadero” (Foucault). El manejo de los saberes médicos y su asimilación a verdades (no a creencias como puede ser el caso de las ideologías o las religiones) confiere a los estamentos médicos la supremacía moral para erigirse como controladores y moduladores de muchos de los ámbitos de la vida humana (si no de la práctica totalidad). La noción de control e intervención autoritaria van aparejadas a la historia de la medicina en tanto que garante de la higiene pública: la ciudad como un objeto de medicalización, y el médico asentado en las distintas instancias de poder (Foucault).
Que "la medicina institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud” (Illich, 1975) es una crítica exagerada, pero que no tenemos que perder de vista, porque la todopoderosa medicina es un concepto falaz. Los seres humanos seguimos sufriendo, seguimos padeciendo y seguimos muriendo, a pesar de la medicina. Hay que ampliar el campo de visión y abrirse a otros saberes, a otras formas de entender la enfermedad y sobre todo, de tratar a la persona que sufre.
“La verdad no está fuera del poder, ni carece de poder. Cada sociedad posee su régimen de verdad, el estatuto de quienes se encargan de decir qué es lo que funciona como verdadero” (Foucault). El manejo de los saberes médicos y su asimilación a verdades (no a creencias como puede ser el caso de las ideologías o las religiones) confiere a los estamentos médicos la supremacía moral para erigirse como controladores y moduladores de muchos de los ámbitos de la vida humana (si no de la práctica totalidad). La noción de control e intervención autoritaria van aparejadas a la historia de la medicina en tanto que garante de la higiene pública: la ciudad como un objeto de medicalización, y el médico asentado en las distintas instancias de poder (Foucault).
Que "la medicina institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud” (Illich, 1975) es una crítica exagerada, pero que no tenemos que perder de vista, porque la todopoderosa medicina es un concepto falaz. Los seres humanos seguimos sufriendo, seguimos padeciendo y seguimos muriendo, a pesar de la medicina. Hay que ampliar el campo de visión y abrirse a otros saberes, a otras formas de entender la enfermedad y sobre todo, de tratar a la persona que sufre.