Magnífico documental, de lo mejor sobre eutanasia y su piedra angular: la respuesta a la pregunta ¿Por qué morir?
A traves de varias personas que piden ayuda para morir, nos presenta cómo es la deliberación con la persona solicitante de ayuda en la consulta, y también entre los profesionales en dos sesiones clínicas.
Con la delicadeza que caracteriza este documental, escuchamos la despedida previa a una muerte asistida en un hospital y un testimonio final sobre la muerte voluntaria de Clara, una joven de 24 años, que es tremendo, por su claridad, por su dureza y su ternura, porque nos muestra -una vez más- que la eutanasia es un acto de amor.
Más información en lesmotsdelafin.com
A traves de varias personas que piden ayuda para morir, nos presenta cómo es la deliberación con la persona solicitante de ayuda en la consulta, y también entre los profesionales en dos sesiones clínicas.
Con la delicadeza que caracteriza este documental, escuchamos la despedida previa a una muerte asistida en un hospital y un testimonio final sobre la muerte voluntaria de Clara, una joven de 24 años, que es tremendo, por su claridad, por su dureza y su ternura, porque nos muestra -una vez más- que la eutanasia es un acto de amor.
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El médico François Damas es el que conduce el documental. Entrevista a la Sra. Hox, que padece ELA y ahora que tiene el visto bueno para morir está mucho más tranquila, y espera la muerte con una sonrisa.
El Sr Dereppe, con varias enfermedades graves, apenas camina 10 o 15 metros y prefiere morir a deteriorarse poco a poco y ser dependiente.
El tercer caso es el de Anne, una señora con cáncer avanzado, que se emocional cuando trata de verbalizar su situación y sus deseos. Cuando comenta que no quiere que su hijo de 21 años la vea agonizando, el médico le insta a prepararse: “Para ellos podría ser algo fundacional, en términos de la transmisión del legado que les quedará, al tener una madre que se fue de esa manera”.
Así es. La eutanasia nos plantea un reto: que no solo la persona que muere, sino todo su entorno cercano, viva la muerte voluntaria como una liberación. Ese es su legado: vivió y murió como ella deseaba.
La importancia de hablar con la familia, para que todas las personas implicadas conozcan la situación y evitar reacciones violentas, es algo que se recalca en los fragmentos de una sesión clínica sobre final de vida. También se mencionan las dificultades de los profesionales: “Nadie quiere una espada de Damocles, pero el miedo no debe detenernos, porque no habría eutanasias”. Y las dudas sobre la conveniencia de ayudar a morir en Bélgica a ciudadanos franceses.
A continuación (17:25) un percusionista, que abandonó la música por una Esclerosis Múltiple, comparte la dificultad de fijar una fecha: “es algo excepcional, incomprensible a la hora de asumirlo”, “porque yo amo la vida, es así de simple. Pero esta vida no”. Ha sido demasiado doloroso desde el inicio, y ya no lo aguanta más. “Quiero que cese, quiero que pare”. El médico insiste en el proceso deliberativo y le invita a hablar con su médico de cabecera en Francia, “para llegar a la conclusión de que el momento es el acertado y la decisión va a ser buena para usted”. “Un camino que finaliza en eutanasia debe construirse. Es una muerte elegida, programada, que debe preparar con su entorno.” Finaliza la entrevista con un comentario político: Me dan vergüenza, nos escucha y dicen: “Si, si, pobrecito. Ya, claro. Pero ya está.”
El documental no huye de la complejidad y nos muestra el rechazo de una solicitud por sufrimiento psicológico, de una señora con un intento de suicidio dos años antes: “sé que podría tirarme a las vías del tren, pero por mis hijos no quiero hacer eso”. Debe hablar con sus hijos -le dice el médico -, de lo contrario, morir sin avisar, sería catastrófico. Y aquí hace una afirmación que invita a la reflexión: Si la familia no lo acepta, sería transferirles su sufrimiento a otras personas, lo cual no sería una solución al problema. Creo que todavía tiene otros recursos, otras opciones, concluye.
La segunda sesión clínica también es interesante. Luego aparece el Sr Paul, un anciano en duelo por la muerte de su mujer (60 años de matrimonio), que ya no le pide a su sobrino una pastilla para morir. “Hay mucha gente esperando a morir. Yo hago lo mismo”.
El siguiente testimonio es el del Sr. Lombard, que concreta su cita por correo electrónico. Mientras vemos el paisaje de los alrededores del hospital, se escucha sus últimas palabras de despedida.
Por último, la traca final, la visita en su domicilio a la madre de una joven de 24 años, que murió en casa, a cuyas palabras, no hay nada que añadir.
“Una cree que está preparada, pero en realidad nunca lo está. Todos los que estaban en la habitación la tocaban. Estaba rodeada. Es una suerte poder hacerlo en casa, rodeada de sus seres queridos. Luego hizo una broma, que nos hizo reír a todos. Y después, le dijo a usted: Ya está, estoy lista. Y una se queda… Es algo muy fuerte, porque es dejar ir.”
“Clara estuvo enferma durante tres años y medio antes de llegar a esto. Muchas veces pensamos que moriría, estaba en un coma profundo. Por tanto, también sentimos tranquilidad al decir: Ya se ha ido, ya no sufre. Y es muy reconfortante saber que ya no está sufriendo. Y por eso es una tranquilidad, aunque solo tuviera 24 años. Para ella fue un alivio y, por tanto, fue un alivio para nosotros. Y nos dejó tiempo para comprender su decisión. Llegamos a ese día con una sensación de ligereza, de delicadeza… Y yo creo que ella estaba feliz de que la acompañáramos y de que la entendiéramos.”
“Ella tenía muchas ganas de irse. Si quieres a tu hija, que quiere marcharse, es normal hacerlo. Yo le di la vida, y la ayudé a pasar al otro lado. Creo que es natural. No creo que negarse sea una prueba de amor. Demostramos más fuerza haciéndolo que huyendo de ello. Y creo que eso fue muy importante para ella, poder decir: En cierta manera, me voy con… vuestra aprobación.”
“Creo que también es muy duro el momento en el que la persona dice: Estoy lista. Y ocurre muy deprisa, muy rápido.” El médico también se emociona, confiesa que cuando habla de sus experiencias de eutanasia le cuesta controlar sus emociones. Es después de la muerte, a veces de una manera intensa, porque la ruptura del vínculo que se ha construido previamente le hace sentirse desamparado. La madre añade: “Pero es cierto que, en el momento, es dulce. Es algo muy extraño. Es rápido, es tranquilo. Es dulce y, luego, se acaba.”
El Sr Dereppe, con varias enfermedades graves, apenas camina 10 o 15 metros y prefiere morir a deteriorarse poco a poco y ser dependiente.
El tercer caso es el de Anne, una señora con cáncer avanzado, que se emocional cuando trata de verbalizar su situación y sus deseos. Cuando comenta que no quiere que su hijo de 21 años la vea agonizando, el médico le insta a prepararse: “Para ellos podría ser algo fundacional, en términos de la transmisión del legado que les quedará, al tener una madre que se fue de esa manera”.
Así es. La eutanasia nos plantea un reto: que no solo la persona que muere, sino todo su entorno cercano, viva la muerte voluntaria como una liberación. Ese es su legado: vivió y murió como ella deseaba.
La importancia de hablar con la familia, para que todas las personas implicadas conozcan la situación y evitar reacciones violentas, es algo que se recalca en los fragmentos de una sesión clínica sobre final de vida. También se mencionan las dificultades de los profesionales: “Nadie quiere una espada de Damocles, pero el miedo no debe detenernos, porque no habría eutanasias”. Y las dudas sobre la conveniencia de ayudar a morir en Bélgica a ciudadanos franceses.
A continuación (17:25) un percusionista, que abandonó la música por una Esclerosis Múltiple, comparte la dificultad de fijar una fecha: “es algo excepcional, incomprensible a la hora de asumirlo”, “porque yo amo la vida, es así de simple. Pero esta vida no”. Ha sido demasiado doloroso desde el inicio, y ya no lo aguanta más. “Quiero que cese, quiero que pare”. El médico insiste en el proceso deliberativo y le invita a hablar con su médico de cabecera en Francia, “para llegar a la conclusión de que el momento es el acertado y la decisión va a ser buena para usted”. “Un camino que finaliza en eutanasia debe construirse. Es una muerte elegida, programada, que debe preparar con su entorno.” Finaliza la entrevista con un comentario político: Me dan vergüenza, nos escucha y dicen: “Si, si, pobrecito. Ya, claro. Pero ya está.”
El documental no huye de la complejidad y nos muestra el rechazo de una solicitud por sufrimiento psicológico, de una señora con un intento de suicidio dos años antes: “sé que podría tirarme a las vías del tren, pero por mis hijos no quiero hacer eso”. Debe hablar con sus hijos -le dice el médico -, de lo contrario, morir sin avisar, sería catastrófico. Y aquí hace una afirmación que invita a la reflexión: Si la familia no lo acepta, sería transferirles su sufrimiento a otras personas, lo cual no sería una solución al problema. Creo que todavía tiene otros recursos, otras opciones, concluye.
La segunda sesión clínica también es interesante. Luego aparece el Sr Paul, un anciano en duelo por la muerte de su mujer (60 años de matrimonio), que ya no le pide a su sobrino una pastilla para morir. “Hay mucha gente esperando a morir. Yo hago lo mismo”.
El siguiente testimonio es el del Sr. Lombard, que concreta su cita por correo electrónico. Mientras vemos el paisaje de los alrededores del hospital, se escucha sus últimas palabras de despedida.
Por último, la traca final, la visita en su domicilio a la madre de una joven de 24 años, que murió en casa, a cuyas palabras, no hay nada que añadir.
“Una cree que está preparada, pero en realidad nunca lo está. Todos los que estaban en la habitación la tocaban. Estaba rodeada. Es una suerte poder hacerlo en casa, rodeada de sus seres queridos. Luego hizo una broma, que nos hizo reír a todos. Y después, le dijo a usted: Ya está, estoy lista. Y una se queda… Es algo muy fuerte, porque es dejar ir.”
“Clara estuvo enferma durante tres años y medio antes de llegar a esto. Muchas veces pensamos que moriría, estaba en un coma profundo. Por tanto, también sentimos tranquilidad al decir: Ya se ha ido, ya no sufre. Y es muy reconfortante saber que ya no está sufriendo. Y por eso es una tranquilidad, aunque solo tuviera 24 años. Para ella fue un alivio y, por tanto, fue un alivio para nosotros. Y nos dejó tiempo para comprender su decisión. Llegamos a ese día con una sensación de ligereza, de delicadeza… Y yo creo que ella estaba feliz de que la acompañáramos y de que la entendiéramos.”
“Ella tenía muchas ganas de irse. Si quieres a tu hija, que quiere marcharse, es normal hacerlo. Yo le di la vida, y la ayudé a pasar al otro lado. Creo que es natural. No creo que negarse sea una prueba de amor. Demostramos más fuerza haciéndolo que huyendo de ello. Y creo que eso fue muy importante para ella, poder decir: En cierta manera, me voy con… vuestra aprobación.”
“Creo que también es muy duro el momento en el que la persona dice: Estoy lista. Y ocurre muy deprisa, muy rápido.” El médico también se emociona, confiesa que cuando habla de sus experiencias de eutanasia le cuesta controlar sus emociones. Es después de la muerte, a veces de una manera intensa, porque la ruptura del vínculo que se ha construido previamente le hace sentirse desamparado. La madre añade: “Pero es cierto que, en el momento, es dulce. Es algo muy extraño. Es rápido, es tranquilo. Es dulce y, luego, se acaba.”