Excelente charla de 13 minutos Sebastián Corona sobre el final de la vida de su compañera, María Vazquez, que muestra una forma saludable de afrontar la enfermedad terminal y la muerte, sin mentiras, sin conspiraciones de silencio que tanto daño y tanta soledad provocan. No es tanto una cuestión de negación, como un problema de comunicación, nos dice Sebastián, con razón.
Marie estaba en perfecto estado de salud, preparándose para una maratón, cuando de un día para otro, cáncer, fulminante. ¿Cómo se maneja una situación así? Como te sale; no estás preparado, no hay manual. Unos días después de la operación, cuando llegó el momento de hablar, se lo dije: Marie, esto es así, te vas a morir. No había una forma mejor de decírselo a ella.
Yo no tenía que apelar a profundidades existenciales para estar a su altura, tenía que pensar chistes. Se volvió un patrón, porque a partir de ahí, fue una sucesión de malas noticias, que siempre me llegaban primero a mí y, en el acto, un muro se alzaba entre los dos que nos ponía en universos paralelos, yo acá, en el de los vivos, y ella allá, en el de los morituri. De pronto éramos dos extraños y el horror. Pero duraba hasta que poníamos las cartas sobre la mesa, y ahí, esa amenaza obscura, innombrable, bajaba a ser nuestra nueva realidad, a ver cómo la piloteamos. Y hablando, ese muro empezaba a tambalearse y a crujir, y cuando por fin llegaba el chiste, lo terminaba de tirar abajo. Porque no era para distender, el humor era su manera de reafirmarse, de decir acá estoy, sigo siendo la turra que siempre se cagó la risa de todos, de mí misma, sigo siendo yo. Y en la risa, ya estábamos otra vez juntos.
Marie nos regaló una fiesta de despedida, hasta el velorio. Fueron siete meses de surrealismo. Los que la conocíamos no podíamos esperar otra cosa. Ella era tuitera. Habló de su enfermedad, su muerte, como hablaba de todo, impía, mordaz, cero lamentos, cero victimización, a puro “tumor negro”… Eso la hizo famosa. ¿Qué más puede pasar? El Cuaderno de Nippur, nuestro hijo, un libro que se convirtió en un best seller.
Marie estalló como una supernova. Vio venir la muerte, se cagó en la pata, como cualquiera, pero le salió exprimir lo que le quedara, siendo ella misma, punto. ¿Por qué algo tan simple, termina generando tanto quilombo? Porque, en su caso, ser ella misma implicó cagarse en la solemnidad y romper el tabú, y eso no se hace. La inmensa mayoría me manifiesta asombro, admiración, “no sabía que se puede morir así”, me dicen. El decoro, evitar el tema, hacerse los boludos, esa es la norma. No es tanto una cuestión de negación, como un problema de comunicación. Tan boludos no somos, nos damos cuenta de lo que pasa, lo que cuesta es hablar. Te sentís el enviado de la Parca, y es jodido. Pero ella con su actitud no te dejaba otro remedio, y menos mal, porque sirvió. Consuelo no hay, esto es una mierda. Pero la crudeza abrió la puerta a verdades reconfortantes se la abrió a verdades que si no, no nos hubiéramos dicho. Marí murió en paz, sintiéndose rerodeada de amor, inmensamente triste por perder a Nippur, pero contenta de que primero lo tuvo, convencida de que Nippur y yo vamos a salir adelante y vamos a hacer las cosas bien. ¿Y cómo lo sé, todo eso? Porque me lo dijo. ¿Saben lo que eso vale ahora?
La risa no le quita nada al dolor. Al revés, le suma, le agrega una dimensión, te lo pone en perspectiva. No sos tan importante, tu tragedia no es la única, ni la peor y nunca deja de ser también comedia…
Leer más: Testimonio de María
Yo no tenía que apelar a profundidades existenciales para estar a su altura, tenía que pensar chistes. Se volvió un patrón, porque a partir de ahí, fue una sucesión de malas noticias, que siempre me llegaban primero a mí y, en el acto, un muro se alzaba entre los dos que nos ponía en universos paralelos, yo acá, en el de los vivos, y ella allá, en el de los morituri. De pronto éramos dos extraños y el horror. Pero duraba hasta que poníamos las cartas sobre la mesa, y ahí, esa amenaza obscura, innombrable, bajaba a ser nuestra nueva realidad, a ver cómo la piloteamos. Y hablando, ese muro empezaba a tambalearse y a crujir, y cuando por fin llegaba el chiste, lo terminaba de tirar abajo. Porque no era para distender, el humor era su manera de reafirmarse, de decir acá estoy, sigo siendo la turra que siempre se cagó la risa de todos, de mí misma, sigo siendo yo. Y en la risa, ya estábamos otra vez juntos.
Marie nos regaló una fiesta de despedida, hasta el velorio. Fueron siete meses de surrealismo. Los que la conocíamos no podíamos esperar otra cosa. Ella era tuitera. Habló de su enfermedad, su muerte, como hablaba de todo, impía, mordaz, cero lamentos, cero victimización, a puro “tumor negro”… Eso la hizo famosa. ¿Qué más puede pasar? El Cuaderno de Nippur, nuestro hijo, un libro que se convirtió en un best seller.
Marie estalló como una supernova. Vio venir la muerte, se cagó en la pata, como cualquiera, pero le salió exprimir lo que le quedara, siendo ella misma, punto. ¿Por qué algo tan simple, termina generando tanto quilombo? Porque, en su caso, ser ella misma implicó cagarse en la solemnidad y romper el tabú, y eso no se hace. La inmensa mayoría me manifiesta asombro, admiración, “no sabía que se puede morir así”, me dicen. El decoro, evitar el tema, hacerse los boludos, esa es la norma. No es tanto una cuestión de negación, como un problema de comunicación. Tan boludos no somos, nos damos cuenta de lo que pasa, lo que cuesta es hablar. Te sentís el enviado de la Parca, y es jodido. Pero ella con su actitud no te dejaba otro remedio, y menos mal, porque sirvió. Consuelo no hay, esto es una mierda. Pero la crudeza abrió la puerta a verdades reconfortantes se la abrió a verdades que si no, no nos hubiéramos dicho. Marí murió en paz, sintiéndose rerodeada de amor, inmensamente triste por perder a Nippur, pero contenta de que primero lo tuvo, convencida de que Nippur y yo vamos a salir adelante y vamos a hacer las cosas bien. ¿Y cómo lo sé, todo eso? Porque me lo dijo. ¿Saben lo que eso vale ahora?
La risa no le quita nada al dolor. Al revés, le suma, le agrega una dimensión, te lo pone en perspectiva. No sos tan importante, tu tragedia no es la única, ni la peor y nunca deja de ser también comedia…
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