En su particular cruzada contra la disponibilidad de la propia vida, a falta de argumentos, los portavoces de los cuidados paliativos (CP) caen en la tentación de forzar su discurso, difundiendo ideas que en lugar de reflejar la realidad, responden al interés personal de sus autores en imponer su creencia en la sacralidad de la vida.
Estos son los mitos de los CP: que el enfermo con CP no sufre, que la sedación es exclusiva de la agonía, que son el antídoto de la eutanasia y que deben convertirse en una especialidad.
Mal asunto. La vida no es un valor absoluto, algo que deja claro la ley de autonomía del paciente de 2002, supeditándola a la libertad del paciente a alegir entre las opciones clínicas y a rechazar cualquier tratamiento.
Pero, como dice Luis Montes (El País), para garantizar una buena muerte aún hace falta mucha pedagogía de la autonomía: "a muchos pacientes no se les informa sobre su enfermedad, ni sobre sus derechos, como el testamento vital, ocultando su proceso de morir tras el espejismo de una supuestamente bondadosa ignorancia. Y los pacientes que, afrontando su muerte, desean ejercer sus derechos a menudo chocan con profesionales que, en lugar de respetar su voluntad, tratan de imponer sus creencias, con la excusa de los paliativos.
De este falso dilema entra paliativos y eutanasia se habla en el blog Estación Término: una reivindicación legítima, como es la universalización de los CP, se utiliza para difundir la falacia de que CP y muerte voluntaria son opciones excluyentes, incompatibles o incluso contrarias. Según el 95% de los médicos paliativos no evitan la eutanasia (2002, CIS 2.451), sin embargo el eslogan de “sin paliativos para todos no procede hablar de eutanasia” (la coartada paliativa) se usa como un subterfugio para rehuir el fondo de la cuestión: Si estoy enfermo ¿puedo pedir ayuda para morir? ¿En qué condiciones? ¿Con qué garantías?
A veces el lobo no es tan malo como Caperucita.
Estos son los mitos de los CP: que el enfermo con CP no sufre, que la sedación es exclusiva de la agonía, que son el antídoto de la eutanasia y que deben convertirse en una especialidad.
Mal asunto. La vida no es un valor absoluto, algo que deja claro la ley de autonomía del paciente de 2002, supeditándola a la libertad del paciente a alegir entre las opciones clínicas y a rechazar cualquier tratamiento.
Pero, como dice Luis Montes (El País), para garantizar una buena muerte aún hace falta mucha pedagogía de la autonomía: "a muchos pacientes no se les informa sobre su enfermedad, ni sobre sus derechos, como el testamento vital, ocultando su proceso de morir tras el espejismo de una supuestamente bondadosa ignorancia. Y los pacientes que, afrontando su muerte, desean ejercer sus derechos a menudo chocan con profesionales que, en lugar de respetar su voluntad, tratan de imponer sus creencias, con la excusa de los paliativos.
De este falso dilema entra paliativos y eutanasia se habla en el blog Estación Término: una reivindicación legítima, como es la universalización de los CP, se utiliza para difundir la falacia de que CP y muerte voluntaria son opciones excluyentes, incompatibles o incluso contrarias. Según el 95% de los médicos paliativos no evitan la eutanasia (2002, CIS 2.451), sin embargo el eslogan de “sin paliativos para todos no procede hablar de eutanasia” (la coartada paliativa) se usa como un subterfugio para rehuir el fondo de la cuestión: Si estoy enfermo ¿puedo pedir ayuda para morir? ¿En qué condiciones? ¿Con qué garantías?
A veces el lobo no es tan malo como Caperucita.
La razón fundamental de esta posición es la confusión entre creencias personales y objetivos profesionales. Demasiados equipos de CP están en manos de organizaciones confesionales, para las que la voluntad de morir es inaceptable, aún cuando se ajuste a la legalidad vigente (recordemos el caso de Inmaculada Echevarría). Diego Gracia, para muchos un referente de la bioética en el Estado, comentaba al respecto: “afortunadamente hoy ya no es así, pero en sus comienzos hubo en los cuidados paliativos un cierto fundamentalismo, que veía en ellos el modo de luchar contra la eutanasia. Eso es adulterar su esencia. Los paliativos aportan valor por sí mismos y no pueden verse como reacciones ante nada” (Boletín SECPAL 4, 2011).
Superado el carácter religioso de la etapa fundacional de los CP, hoy en día este falso dilema no existe, porque no se trata de elegir entre lo uno o lo otro, sino de disponer de los mejores cuidados, respetando la libertad de cada persona a elegir cómo y cuándo morir.
El problema es que en su particular cruzada contra la muerte voluntaria, a falta de argumentos, los fundamentalistas de la sacralidad de la vida, como la Organización Médica Colegial y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, distorsionan la realidad, forzando un discurso formado por ideas falsas o mitos de los cuidados paliativos.
Todos los equipos de CP se encuentran en ocasiones con síntomas graves que no mejoran de forma satisfactoria con ningún tratamiento (refractarios) o con una experiencia de sufrimiento que el enfermo vive como insoportable. Además, los CP no suelen resolver los problemas de muchos enfermos crónicos estabilizados o de muy lenta evolución y es en esas circunstancias donde aparecen la mayor parte de las demandas conocidas (…). La eutanasia ha de ser entendida como un acto excepcional (las personas no tienden a pedir la muerte) y justificado, únicamente, como último recurso, precisamente por su carácter radical y excepcional. Es inaceptable que se aplique la eutanasia si previamente no se han ofertado unos buenos CP, pero eso no significa que siempre y en todo momento los CP vayan a cubrir todas las necesidades de determinadas personas al final de la vida (…). Los CP ni pueden ni quieren caer en la omnipotencia de responder a todas las demandas y necesidades de los pacientes al final de la vida (Barbero).
Deberíamos poder debatir con argumentos, como hace la asociación derecho a morir dignamente. El problema es que no es posible hacer un debate serio, basado en ideas, razones y hechos (ahí están los datos de más de una década de experiencia de Holanda y Bélgica) cuando, en lugar de admitir abiertamente que para algunos la disponibilidad de la propia vida es un pecado o una decisión inaceptable, se usan los CP como excusa, imponiendo a los pacientes este fundamentalismo basado en las creencias personales del médico.
¿Cómo? Mediante los mitos de los CP, que abordaremos en próximas entradas.
Superado el carácter religioso de la etapa fundacional de los CP, hoy en día este falso dilema no existe, porque no se trata de elegir entre lo uno o lo otro, sino de disponer de los mejores cuidados, respetando la libertad de cada persona a elegir cómo y cuándo morir.
El problema es que en su particular cruzada contra la muerte voluntaria, a falta de argumentos, los fundamentalistas de la sacralidad de la vida, como la Organización Médica Colegial y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, distorsionan la realidad, forzando un discurso formado por ideas falsas o mitos de los cuidados paliativos.
Todos los equipos de CP se encuentran en ocasiones con síntomas graves que no mejoran de forma satisfactoria con ningún tratamiento (refractarios) o con una experiencia de sufrimiento que el enfermo vive como insoportable. Además, los CP no suelen resolver los problemas de muchos enfermos crónicos estabilizados o de muy lenta evolución y es en esas circunstancias donde aparecen la mayor parte de las demandas conocidas (…). La eutanasia ha de ser entendida como un acto excepcional (las personas no tienden a pedir la muerte) y justificado, únicamente, como último recurso, precisamente por su carácter radical y excepcional. Es inaceptable que se aplique la eutanasia si previamente no se han ofertado unos buenos CP, pero eso no significa que siempre y en todo momento los CP vayan a cubrir todas las necesidades de determinadas personas al final de la vida (…). Los CP ni pueden ni quieren caer en la omnipotencia de responder a todas las demandas y necesidades de los pacientes al final de la vida (Barbero).
Deberíamos poder debatir con argumentos, como hace la asociación derecho a morir dignamente. El problema es que no es posible hacer un debate serio, basado en ideas, razones y hechos (ahí están los datos de más de una década de experiencia de Holanda y Bélgica) cuando, en lugar de admitir abiertamente que para algunos la disponibilidad de la propia vida es un pecado o una decisión inaceptable, se usan los CP como excusa, imponiendo a los pacientes este fundamentalismo basado en las creencias personales del médico.
¿Cómo? Mediante los mitos de los CP, que abordaremos en próximas entradas.