Miles de personas mayores, las más vulnerables al Coronavirus, fueron literalmente abandonadas en sus residencias. Esta es la vergonzosa realidad que pone encima de la mesa un informe Médicos sin Fronteras.
En España, el 69% de las muertes por Covid fueron personas mayores en residencias (27.359), que sufrieron el desamparo por una grave desatención en su asistencia sanitaria y sus cuidados, con una total desprotección del personal que los cuidaba.
En España, el 69% de las muertes por Covid fueron personas mayores en residencias (27.359), que sufrieron el desamparo por una grave desatención en su asistencia sanitaria y sus cuidados, con una total desprotección del personal que los cuidaba.
Los centros ya estaban mal antes del Covid, con pocos recursos, escasa supervisión sanitaria, poca o ninguna coordinación con atención primaria y ningún plan de contingencia. En esas condiciones tan precarias, era imposible responder a la epidemia.
En lugar de establecer unos criterios para trasladar al hospital a las personas que se podrían haber beneficiado del ingreso, ofreciendo recursos alternativos para el resto (hospitales de campaña, centros de paliativos, hoteles…), las residencias se cerraron a cal y canto y se las abandonó a su suerte.
Las residencias son lugares para la convivencia y el cuidado, no para la asistencia médica. De la noche a la mañana, con una parte de la plantilla de baja, se vieron obligadas a dar unos cuidados para los que, a pesar de su buena voluntad, no tenían recursos, infraestructura, formación, ni responsabilidad. Mientras tanto, la administración fue incapaz de dar una respuesta inmediata y adecuada, orientada a salvar vidas, coordinada con los servicios sociales y sanitarios.
La capacidad para la prevención y control de infecciones fue deficiente, así como el manejo de los casos para evitar su agravamiento. Los equipos de protección individual (EPI) llegaron tarde, y se usaron mal, por falta de formación sobre su utilización.
Como respuesta a la incertidumbre y el caos, se impusieron unas medidas de aislamiento excesivas e indiscriminadas, que denegaron el acompañamiento, las despedidas en procesos de final de vida y en los ritos funerarios y la movilidad. El confinamiento de personas mayores durante meses, en su habitación, sin un adecuado apoyo emocional, ha provocado (y lo sigue haciendo) un deterioro físico y psicosocial grave. El aislamiento social de las personas mayores es inhumano, necesitamos establecer un equilibrio entrelas medidas de protección y la convivencia.
Por último, tal y como desde hace años denuncia la Asociación DMD, te mueres bien, regular o mal, dependiendo del médico que te toque. A pesar de la vigencia de leyes de muerte digna en diez CCAA, en muchas residencias no existen protocolos de cuidados paliativos, final de la vida, despedidas y visitas. Cada cual hace lo que le parece, dejando morir en demasiados casos a las personas mayores de mala manera, con un sufrimiento evitable (esta vez sin testigos, sin acompañantes).
El informe reclama indicadores de calidad y éticos para medir el bienestar y la calidad de vida de las personas mayores en residencias, recoger datos que ayuden a mejorar la situación y a dar una respuesta adecuada, tanto preventiva como productiva (eso es el Observatorio de la Muerte Digna, ninguneado por las administraciones).
"En el caso de Eugenia, yo tenía miedo de que se dejase morir y empecé a sacarla cada día un rato, para ver si recuperaba las ganas. Y empezó a comer, empezó a ir a mejor, hasta que un día vinieron los de atención primaria justo cuando la teníamos fuera, y me dijeron que era una inconsciente y estaba poniendo en peligro a todo el mundo. No me quedó otro remedio que devolverla a la habitación; me hicieron sentir muy mal. Ella dejó de comer otra vez y a los pocos días se murió. Yo no digo que no se fuese a morir igualmente, pero tengo claro que no quiso pasar por esto".
Todo esto es muy triste. Desgraciadamente, nada indica que esta situación, esta gestión tan desastrosa que ha provocado un inmenso sufrimiento en decenas de miles de personas, no se vaya a repetir. De momento miles de ancianos siguen confinados, empeorando día a día su calidad de vida.
En lugar de establecer unos criterios para trasladar al hospital a las personas que se podrían haber beneficiado del ingreso, ofreciendo recursos alternativos para el resto (hospitales de campaña, centros de paliativos, hoteles…), las residencias se cerraron a cal y canto y se las abandonó a su suerte.
Las residencias son lugares para la convivencia y el cuidado, no para la asistencia médica. De la noche a la mañana, con una parte de la plantilla de baja, se vieron obligadas a dar unos cuidados para los que, a pesar de su buena voluntad, no tenían recursos, infraestructura, formación, ni responsabilidad. Mientras tanto, la administración fue incapaz de dar una respuesta inmediata y adecuada, orientada a salvar vidas, coordinada con los servicios sociales y sanitarios.
La capacidad para la prevención y control de infecciones fue deficiente, así como el manejo de los casos para evitar su agravamiento. Los equipos de protección individual (EPI) llegaron tarde, y se usaron mal, por falta de formación sobre su utilización.
Como respuesta a la incertidumbre y el caos, se impusieron unas medidas de aislamiento excesivas e indiscriminadas, que denegaron el acompañamiento, las despedidas en procesos de final de vida y en los ritos funerarios y la movilidad. El confinamiento de personas mayores durante meses, en su habitación, sin un adecuado apoyo emocional, ha provocado (y lo sigue haciendo) un deterioro físico y psicosocial grave. El aislamiento social de las personas mayores es inhumano, necesitamos establecer un equilibrio entrelas medidas de protección y la convivencia.
Por último, tal y como desde hace años denuncia la Asociación DMD, te mueres bien, regular o mal, dependiendo del médico que te toque. A pesar de la vigencia de leyes de muerte digna en diez CCAA, en muchas residencias no existen protocolos de cuidados paliativos, final de la vida, despedidas y visitas. Cada cual hace lo que le parece, dejando morir en demasiados casos a las personas mayores de mala manera, con un sufrimiento evitable (esta vez sin testigos, sin acompañantes).
El informe reclama indicadores de calidad y éticos para medir el bienestar y la calidad de vida de las personas mayores en residencias, recoger datos que ayuden a mejorar la situación y a dar una respuesta adecuada, tanto preventiva como productiva (eso es el Observatorio de la Muerte Digna, ninguneado por las administraciones).
"En el caso de Eugenia, yo tenía miedo de que se dejase morir y empecé a sacarla cada día un rato, para ver si recuperaba las ganas. Y empezó a comer, empezó a ir a mejor, hasta que un día vinieron los de atención primaria justo cuando la teníamos fuera, y me dijeron que era una inconsciente y estaba poniendo en peligro a todo el mundo. No me quedó otro remedio que devolverla a la habitación; me hicieron sentir muy mal. Ella dejó de comer otra vez y a los pocos días se murió. Yo no digo que no se fuese a morir igualmente, pero tengo claro que no quiso pasar por esto".
Todo esto es muy triste. Desgraciadamente, nada indica que esta situación, esta gestión tan desastrosa que ha provocado un inmenso sufrimiento en decenas de miles de personas, no se vaya a repetir. De momento miles de ancianos siguen confinados, empeorando día a día su calidad de vida.