"Tú y yo y todas y todos respiramos, bebemos, amamos y nos sostenemos cada instante en la voluntad de existir por amor a la vida. Quien ama incondicionalmente vivir no teme morir. De ahí que sea radicalmente ajeno a la vida que la obliguen a pervivir contra su voluntad. Soy libre, soy dueño de mis actos y errores, de mis sueños y luchas, y por eso mismo decido si y cómo y hasta cuándo existir. Estoy en mis manos y mi obligación fundamental es vivir bien y contribuir a la que la vida sea buena entre los seres humanos que habitamos este planeta, pues una ética responsable estriba en qué estoy haciendo de mi vida, también qué hago por y con los demás.
Si acabo con mi vida, si acabo, solo es, pues, por amor a la vida. Y si alguna vez hubiera ayudado a alguien a morir bien, habría sido un inequívoco acto de amor, el último acto de cariño y amor que puede darle. Te lo repito, se puede dejar libre y responsablemente la vida sin tristeza, sin temor, solo con quietud y por amor a la vida." (Antonio Aramayona)
En el libro Suicidio(s) (2018), el psiquiatra Guillermo Rendueles, tras repasar un trabajo de investigación sobre muertes autoinfligidas, se pregunta sobre el grado de reflexión y la cantidad de voluntariedad que contiene el acto suicida.
“El supuesto psiquiátrico es la pérdida o disminución de la capacidad de comprensión-decisión del suicida, que limita el derecho de autodeterminación para poner fin a su vida. ¿Tiene algo que ver el sujeto que se quita de en medio tras una reflexión filosófica que le lleva al nihilismo con el suicida por deudas o con la ordalía del conductor de alto riesgo que espera al volante de su coche el juicio de Dios en la próxima curva?”
En primer lugar, exceptuando las demencias y las personas incapacitadas judicialmente, la generalización sobre la pérdida de derechos y de capacidad de comprensión-decisión, ignora a las que conservan su lucidez. Y en segundo lugar, ¿Por qué la reflexión filosófica sobre la muerte voluntaria lleva al nihilismo?
“El nihilismo (del latín nihil, "nada") es el rechazo de todos los principios religiosos y morales, a menudo en la creencia de que la vida no tiene sentido. Es partidario de las ideas vitalistas y lúdicas, de deshacerse de todas las ideas preconcebidas para dar paso a una vida con opciones abiertas de realización, una existencia que no gire en torno a cosas inexistentes”. Por ejemplo, el teólogo Hans Kühn, que ha manifestado que baraja la opción de un suicidio asistido, o el filósofo Antonio Aramayona, que decidió morir voluntariamente, ¿son nihilistas? No lo creo.
La muerte voluntaria no tiene tanto que ver con la creencia de que la vida no tiene sentido, como con la vivencia de la pérdida del sentido de la vida, a consecuencia de su deterioro. El suicidio racional no se asienta tanto en la filosofía, en el mundo de las ideas, como en la praxis, en la experiencia de sufrimiento, en los detalles cotidianos que convierten la vida en un suplicio, esos que llevan a algunas personas a tomar la decisión de que “así” no quieren vivir más.
Apoyándose en el neurocientífico Damásio, Rendueles dice: "Si el balance hedónico no es el producto de ese cálculo racional, de esas fáciles comparaciones de sumas de dolores y placeres, sino un producto de mecanismos homeostáticos no accesibles a la conciencia, el suicidio racional sería un mito más del error cartesiano que domina la psicología popular."
Para defender su idea utiliza las tesis del premio nobel de economía Kahneman sobre el decisor racional y algunos experimentos sobre el dolor, como meter la mano en agua caliente o someterse a una colonoscopia. Según esto, "los humanos decidimos mal en situaciones dolorosas. No acertamos a escoger recibir el menor dolor posible porque nos quedamos siempre con la última sensación y no sabemos sumar todo el dolor recibido, suma absolutamente imprescindible para realizar un cálculo hedónico correcto."
Además, los estudios de bienestar-malestar percibido muestran la dificultad de calificar un suicidio como una decisión racional: "no hay una línea objetiva que marque el límite entre el dolor o el sufrimiento soportable y el insoportable y el elector se engaña a sí mismo tanto en sus balances de dolor como en los de placer. El mito cartesiano denunciado y las dificultades del elector racional ponen en serios apuros la valoración holandesa del suicidio racional."
¡Ojo! Esta hipótesis nos puede llevar al absurdo: ¿Por qué una persona puede hipotecarse de por vida, arriesgar su vida para llegar a otro país o para practicar un deporte de riesgo, pero no puede tomar la decisión de disponer de su vida? Esta es la pregunta que se hacen las personas con sufrimiento psicológico que solicitan ayuda para morir. Efectivamente el sufrimiento no tiene límite, por eso debe ser cada persona la que decida cuánto sufrimiento está dispuesta a padecer.
La eutanasia por sufrimiento psicológico es una excepción (1 a 2% de eutanasias), dentro de otra excepción, que representa la muerte voluntaria del 2 al 4% de los fallecimientos en Bélgica y Holanda, respectivamente. Desde 2002, más de 60 mil personas han elegido la eutanasia en Benelux. Si a partir de media docena de casos de personas con sufrimiento psicológico, hiciéramos un juicio de valor de esas 60 mil, el resultado sería una distorisón como ésta: “Si Dostoyevsky hubiese leído estos tres casos (...), tendría pocas dudas de que el nihilismo domina ya nuestras sociedades y la frivolidad para renunciar al tiempo que no es dado en favor del hedonismo y el confort puede terminar con nuestra cultura”.
¡Uf! Las afirmaciones del autor van in crescendo, llegando a ser inadmisibles. Juzgar la muerte voluntaria a partir de unos pocos casos anecdóticos sí que es una frivolidad. Afirmar que palabras como prevención del suicidio pueden quedar obsoletas si predomina el modelo holandés es un desvarío. ¿De verdad alguien piensa que la eutanasia y el suicidio asistido pueden acabar con nuestra cultura? ¿A qué cultura de la muerte se refiere? En último caso, la libertad de morir acompañado, asistido, por mutuo acuerdo (negarse no es delito), contribuirá a crear una cultura de la muerte acorde con una sociedad democrática que se sustenta en la libertad individual, que el autor del libro pone bajo sospecha.
Tal y como menciona el libro, "el enredo semántico se inicia en su genealogía: el suicidio es una categoría heredada por la psiquiatría de la medicina legal y esta de lo legal a secas, que por motivos de lógica burocrática debe clasificar las muertes no naturales en voluntarias o involuntarias (homicidas o suicidas). Las diferencias burocráticas en las estadísticas de suicidio y las causas de muerte responden a prácticas de dos oficios tan distintos como el de juez y forense, y las estadísticas de los motivos de suicidio son en realidad opiniones de los registradores de suicidio sobre el acto de darse muerte".
Como ya se comentó en el artículo Muerte voluntaria y trastorno mental, la experiencia de l@s psiquiatras, basada en intentos de suicidio violentos y de personas en crisis (que luego han vivido el resto de su vida como cualquier otra), nada tiene que ver con la eutanasia. El suicidio asistido siempre es racional, de lo contrario no sería asistido. Exige una deliberación sobre las opciones disponibles, una reflexión seria, pausada, muchas veces compartida, no sólo con la médic@, sino también con familiares y amigos. No se trata sólo de morir (cualquiera puede ir a por una soga a una ferretería o comprar un veneno por internet), sino de morir bien, eso es el eu-thanatos, un proceso de morir acompañado, responsable, triste, pero cálido, entrañable, humano… Señores/as psiquiatras: open your mind!