La excesiva agresividad en oncología es un hecho puesto de manifiesto en muchos trabajos (ver oncología fuera de control y por qué morimos tan mal?). Un excelente artículo de Abel Novoa, del blog nogracias abunda sobre este tema aportando datos como éstos: el 36% de los enfermos de cáncer avanzado recibe quimioterapia en los últimos 6 meses de vida y un 25% durante el último mes.
Frente al uso masivo de la quimioterapia hasta el final de la vida cabe preguntarse: ¿La quimio aumenta la supervivencia del cáncer avanzado? ¿Mejora la calidad de vida? ¿Se muere mejor?
La respuesta es que no. Los pacientes con cáncer avanzado, con una expectativa de vida inferior a 6 meses, que reciben quimioterapia, no viven más, tienen peor calidad de vida (fatiga, náuseas, vómitos, mucositis, neuropatía, anemia, leucopenia, neutropenia y mialgias) y sufren una muerte más dolorosa e intervenida que los enfermos que reciben una asistencia paliativa, sin quimioterapia (artículo).
Según otro estudio, además de no existir mayor supervivencia, recibir un tratamiento considerado activo, como la quimio, dificulta las decisiones de los enfermos en sus etapas finales, incrementándose el riesgo de vivir una mala muerte por falta de asistencia paliativa, una muerte intervenida o con medidas desproporcionadas (reanimación, ingreso en UCI o sonda de alimentación) y en un lugar no deseado por el enfermo (con una probabilidad de morir en casa diez veces menor de lo que no reciben quimioterapia). (Ver: cuando la tecnología no es la mejor opción).
Esta situación obedece a muchas razones. La medicina moderna está cada vez más determinada por la llamada “regla del rescate”: siempre se puede hacer algo, tratar, intervenir, intentarlo de nuevo, hasta que el cuerpo, exhausto, ya no puede más y el paciente muere. El afectado, ni está, ni se le espera, provocando en muchos casos situaciones consideradas por los propios enfermos peores que la muerte.
La presión de la industria promoviendo la regla del rescate es enorme. En un ejercicio de mala ciencia, los ensayos clínicos y los médicos sobrevaloran los beneficios de los tratamientos, creando unas expectativas sociales irreales, que aumenta esa presión por tratarlo todo, durante todo el tiempo posible, cueste lo que cueste.
Todos los oncólogos desean lo mejor para sus pacientes, pero algunos confunden la investigación con la práctica asistencial, utilizando medicamentos sin pruebas de su eficacia, en un intento de generar conocimiento empírico desde la práctica clínica, a costa de la seguridad de los enfermos. A falta de ensayos clínicos fiables (aleatorizados), la utilización de medicamentos fuera de ficha técnica es una mala praxis. Con la justificación de que se está haciendo todo lo posible, porque “mientras hay vida hay esperanza” (regla del rescate), la quimio se utiliza como un parapeto, como una excusa para no abordar una situación temida por muchos profesionales: el afrontamiento de la muerte. El problema de esta actitud de lucha es que perjudica a miles de enfermos, a los que se les pone todavía más difícil o directamente se les hurta, su proceso de morir.
El argumento “todo para los pacientes más graves” -que hemos oído a algunos oncólogos- es un falso altruismo y, en este caso, además inclemente, es decir, simplemente, mala praxis con buena voluntad. No dañar no significa “no tener intención de dañar” ni tampoco “esperar no dañar”. Está claro que ningún médico desea dañar a sus pacientes. Pero el deseo o la intención no son suficientes. Se ha de poner por delante de la probabilidad de éxito la de causar daño, sobre todo en pacientes con cáncer avanzado que obviamente se encuentran en una etapa final de la vida. El falso altruismo, a veces, es la cara oculta del narcisismo JM Abellán (p. 23).
Desde su aparición, la oncología se ha caracterizado por su agresividad. Pero hoy en día vivimos más, y el cáncer ya no es una enfermedad de jóvenes, sino de ancianos y enfermos crónicos con los que estas prácticas agresivas podrían estar haciendo más daño que beneficio.
¿Es esto lo que pide la gente? Efectivamente, muchas personas con cáncer avanzado están dispuestas a pasarlo mal, soportando los efectos secundarios de la quimio, a cambio de pequeñas mejoras de la supervivencia. Pero en general son mal informadas. Por un lado, desconocen los beneficios reales de los tratamientos (datos), y por otro, bastante más grave, existe una identificación del abandono de la quimioterapia con el fracaso, con un avance de la enfermedad que en última instancia ocurrirá con o sin tratamiento.
Estos son los hechos: En un estudio, entre 1/3 y 4/5 de los pacientes con cáncer avanzado de pulmón creían que la quimioterapia paliativa podía curarles. En otro, el 75% de los enfermos pertenecientes a una cohorte de 1200 pacientes con cánceres avanzados colo-rectal y pulmón pensaban que el tratamiento era curativo. Entre pacientes con cáncer avanzado que ya habían recibido quimioterapia, el 88% repetiría de nuevo la terapia. Pero cuando se les preguntaba qué supervivencia mínima debía garantizárseles para hacerlo, daban tiempos muy alejados de la realidad (18 a 36 meses). Es decir, con una información incompleta, los enfermos aceptan las alternativas más agresivas.
Pero en un contexto de alta emotividad los médicos tienden a intentar reducir la ansiedad no decepcionando las esperanzas de paciente y familia. La mayoría de las veces la información relacionada con la supervivencia es vaga o no se menciona. Los oncólogos no explican bien los (ya exagerados, debido a la mala ciencia) beneficios de la quimioterapia en el cáncer avanzado. Si además trasmitieran las evidencias que demuestran que la quimioterapia no aumenta la supervivencia pero sí empeora la calidad de vida y el riesgo de muertes con sufrimiento evitable, es muy posible que la mayoría de los enfermos se decidiera por tratamientos de soporte (ver: la muerte es inevitable, la mala muerte no).
No sólo es un rún rún en la comunidad científica, sino una reivindicación clara y rotunda que dice que esto tiene que cambiar. Una editorial de la revista médica BMJ, titulada Too much chemoterapy, así lo expresa: “El entusiasmo injustificado por los tratamientos contra el cáncer tiene un costo enorme, financiero y personal (incluyendo muertes relacionadas con el tratamiento y reducción de la calidad de vida) y se relaciona con un mayor riesgo de morir en el hospital que en el hogar”