No es ésta la sensación con la que salieron de un hospital del área de Barcelona de adscripción religiosa los padres de un bebé de cuatro meses con una malformación congénita que le ataba de por vida a un respirador y le había dejado como secuela una severa deficiencia mental. Los padres sabían que la esperanza de vida era de tres años como mucho y en penosísimas condiciones. Los médicos recomendaron retirar los soportes vitales. Los padres accedieron. Pero de repente surgió un problema imprevisto: el comité de bioética no daba su visto bueno porque uno de los miembros sostenía que debía aplazarse la decisión un año.
Algunos médicos del equipo se ofrecieron a los padres para ayudarles, pero no en el hospital. Tras muchas dudas y un sufrimiento enorme, los padres pidieron el alta voluntaria, llevaron al niño a casa y buscaron un médico ajeno al centro que accediera a retirar los soportes vitales. Lo consiguieron. Pero al dolor de perder un hijo se añadió en este caso la angustiosa gestión de su muerte. LEER ARTÍCULO
Algunos médicos del equipo se ofrecieron a los padres para ayudarles, pero no en el hospital. Tras muchas dudas y un sufrimiento enorme, los padres pidieron el alta voluntaria, llevaron al niño a casa y buscaron un médico ajeno al centro que accediera a retirar los soportes vitales. Lo consiguieron. Pero al dolor de perder un hijo se añadió en este caso la angustiosa gestión de su muerte. LEER ARTÍCULO