
Daniel, de 35 años, pasó en un año de ser profesor de educación física a quedar postrado en una silla de ruedas. En las últimas fases de una cruel enfermedad llamada ELA, después de mucho luchar, se rindió. rechazó la traqueotomía y la gastrostomía. Daniel estaba tranquilo. Deseaba morir sin sufrir, no apurar cada hora de vida hasta que una flema le ahogara o que una infección acabara con él.
A Maribel le diagnosticaron un cáncer de ovario hace cinco años. Desde entonces estuvo con quimioterapia de forma casi ininterrumpida, hasta que decidió no darse más. Ya sabía cuál era su final. Ni la morfina aliviaba sus dolores por la metástasis, el riñón comenzó a fallar y tuvo una oclusión intestinal. Fue sedada en casa una noche de madrugada y falleció al día siguiente por la tarde.
A Antonio un golpe de calor mientras corría lo dejó en un estado vegetativo. "La primera neuróloga que lo atendió en la UVI nos dijo que habíamos tenido mala suerte porque no había muerto. Estuvo nueve meses en el hospital y no reaccionaba a casi nada. Nos decían que tuviéramos fe y esperanza, pero no lo veíamos. Sabíamos que nuestro hermano no habría querido estar así y, aunque nosotros preferíamos tenerlo con vida, no era justo con él". Pidieron el alta voluntaria para llevarlo a casa, donde falleció tres días después de ser sedado.
La madre de Dolores, con 60 años, una meningitis le causó un daño cerebral grave. Después de mucha fisioterapia, logró comer muy poco a poco y mover un poco el brazo izquierdo y la pierna derecha. La familia vendió un piso, la tuvo en casa con cuidadores, con el equipamiento y el coste económico que necesita una persona completamente dependiente. Hasta que un reportaje en un periódico “me abrió los ojos: pensé que ya no tenía sentido seguir así, que no podíamos seguir obligando a vivir a nuestra madre. Había ido a urgencias y le querían poner una sonda nasogástrica para alimentarla. Le planteé el tema a mi hermana. Dar el paso de decirlo en voz alta es muy doloroso". Renunciaron al tratamiento, pidieron el alta y murió en casa. LEER NOTICIA
A Maribel le diagnosticaron un cáncer de ovario hace cinco años. Desde entonces estuvo con quimioterapia de forma casi ininterrumpida, hasta que decidió no darse más. Ya sabía cuál era su final. Ni la morfina aliviaba sus dolores por la metástasis, el riñón comenzó a fallar y tuvo una oclusión intestinal. Fue sedada en casa una noche de madrugada y falleció al día siguiente por la tarde.
A Antonio un golpe de calor mientras corría lo dejó en un estado vegetativo. "La primera neuróloga que lo atendió en la UVI nos dijo que habíamos tenido mala suerte porque no había muerto. Estuvo nueve meses en el hospital y no reaccionaba a casi nada. Nos decían que tuviéramos fe y esperanza, pero no lo veíamos. Sabíamos que nuestro hermano no habría querido estar así y, aunque nosotros preferíamos tenerlo con vida, no era justo con él". Pidieron el alta voluntaria para llevarlo a casa, donde falleció tres días después de ser sedado.
La madre de Dolores, con 60 años, una meningitis le causó un daño cerebral grave. Después de mucha fisioterapia, logró comer muy poco a poco y mover un poco el brazo izquierdo y la pierna derecha. La familia vendió un piso, la tuvo en casa con cuidadores, con el equipamiento y el coste económico que necesita una persona completamente dependiente. Hasta que un reportaje en un periódico “me abrió los ojos: pensé que ya no tenía sentido seguir así, que no podíamos seguir obligando a vivir a nuestra madre. Había ido a urgencias y le querían poner una sonda nasogástrica para alimentarla. Le planteé el tema a mi hermana. Dar el paso de decirlo en voz alta es muy doloroso". Renunciaron al tratamiento, pidieron el alta y murió en casa. LEER NOTICIA