"No puedo más, lleva 24 horas sin dejar de llorar". El médico que atendió la llamada trabaja en cuidados paliativos. Quien llamaba era la madre de un niño que había nacido con una severa malformación craneal, una cardiopatía y varias lesiones congénitas. El diagnóstico era demoledor: no sólo no tenía posibilidad alguna de curación, sino que su esperanza de vida no iba más allá del año. La unidad de neonatología le dio el alta con la indicación de que recibiera "paliativos pediátricos", pero en la zona de Madrid donde vivía la familia no había equipos domiciliarios de paliativos que atendieran estos casos. La madre se encontró en casa con un bebé que, pese a tener puesta una sonda nasogástrica, no paraba de vomitar. El bebé estaba siempre llorando y ella no sabía ya qué hacer para aliviarle. "Si la eutanasia fuera legal, éste sería un caso claro", le dijo el médico de cabecera. Pero no quiso ir más allá. El médico de paliativos, en cambio, lo tuvo muy claro en cuanto visitó al niño: "Es inhumado dejar sufrir así a una criatura que no tiene ninguna viabilidad". Le puso una sedación profunda y el niño murió al cabo de unos días. LEER ARTÍCULO