Jordi, un abuelo barcelonés de 80 años, convocó en su casa a sus dos hijas. Cuando las tuvo reunidas frente a sí, les leyó una carta, la carta más sobrecogedora que ninguna de ambas habría imaginado. «Siento en mi fuero interno -les leyó el anciano- que ya no me queda más vida». Pero las hijas aún no habían oído lo más estremecedor: «Pido solemnemente que me hagan un suicidio asistido».
Teresa Gol, de Derecho a Morir Dignamente, que ha conocido decenas de casos, califica de excepcional esta vivencia: «Hay que amar mucho para hacer esto. Es poco habitual que las familias se sientan y estén tan implicadas. Hay familiares que no pueden acompañar a la persona que pide un suicidio asistido, muchas veces quizás porque no hay esta base de comunicación. Para esto es clave quererse. Y eso no se improvisa».
Nuria retoma la palabra. Una reflexión final: «Tenemos una concepción totalmente equivocada de la muerte. La muerte es una consecuencia de la vida y creo que debe acabar cuando tú quieras, no cuando quiera quien sea. Lo tengo clarísimo. Mi padre fue un hombre excepcional y siempre, siempre, coherente».
Leer noticia
Teresa Gol, de Derecho a Morir Dignamente, que ha conocido decenas de casos, califica de excepcional esta vivencia: «Hay que amar mucho para hacer esto. Es poco habitual que las familias se sientan y estén tan implicadas. Hay familiares que no pueden acompañar a la persona que pide un suicidio asistido, muchas veces quizás porque no hay esta base de comunicación. Para esto es clave quererse. Y eso no se improvisa».
Nuria retoma la palabra. Una reflexión final: «Tenemos una concepción totalmente equivocada de la muerte. La muerte es una consecuencia de la vida y creo que debe acabar cuando tú quieras, no cuando quiera quien sea. Lo tengo clarísimo. Mi padre fue un hombre excepcional y siempre, siempre, coherente».
Leer noticia