La semana pasada la escritora francesa Anne Bert cruzó la frontera de su país con Bélgica, traspasó el umbral de un hospital y dio el consentimiento final al médico que llevaba meses supervisando su petición de eutanasia. Era el fin de una larga batalla: el intento fallido de la autora por convencer a las autoridades galas de la necesidad de acabar con el sufrimiento de enfermos incurables legalizando la ayuda médica a morir, prohibida en Francia pero permitida desde 2002 en la vecina Bélgica. Dos días después de su muerte en una cama belga llegó a las librerías su legado póstumo, Le tout dernier été --El último verano, solo disponible en francés—. "Me gusta levantarme antes de que amanezca, como si así pudiera adelantar la llegada del día. Esta mañana me he despertado pronto. La noche ha sido corta. Hace dos años que el ELA me roba mis sueños y trocea mis noches vacías, ya nunca tranquilas ni profundas", empieza la narración.
Alvaro Sánchez, El País, 15/10/2017
Alvaro Sánchez, El País, 15/10/2017