Iván se fue hace poco más de un mes. Durante los tres anteriores sufrió el infierno del avance de la paralización, la dependencia, la rabia y el miedo que le proporcionó la esclerosis lateral amiotrófica que le habían diagnosticado un año antes. “Y además tuvimos un sufrimiento añadido que no nos pudimos ahorrar. Mi hijo no quería morir, tenía miedo, pero no quería vivir en las condiciones que le venían. Lo tenía muy claro desde el principio. No sé cómo, pero me dijo meses atrás que ya lo tenía todo preparado. El problema es que se veía empujado a tomar la decisión antes de que la propia enfermedad le impidiera administrarse a solas la solución, sin involucrar a nadie. Y no sabía si mañana amanecería sin poder mover las manos. Así que durante tres meses vivió y vivimos junto a él una despedida constante, combinada con sus confesiones de que tenía miedo. Miedo a morir. Miedo a que fuera doloroso, a que no funcionara. A estar solo”, explica Carmen Barahona, la madre de Iván, un hombre de 43 años con ELA que no quería llegar hasta el nivel máximo de deterioro y sufrimiento que proporciona la enfermedad. “Así que no pude estar con mi hijo cuando se fue”.
Ana Macpherson, La Vanguardia, 12/1/2018
Ana Macpherson, La Vanguardia, 12/1/2018